“En lugar de competir con China hoy en un tema y cooperar mañana en otro, Biden debe priorizar la cooperación en temas globales y desafiar a otras naciones”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“En lugar de competir con China hoy en un tema y cooperar mañana en otro, Biden debe priorizar la cooperación en temas globales y desafiar a otras naciones”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
Anne-Marie Slaughter

Un año después de la elección del presidente estadounidense , comenzamos a notar la principal característica de su política exterior: tiene algo para todos. Para los entusiastas del equilibrio de poder, Biden ha contrarrestado a China trabajando mucho más cerca con “el Quad” –India, Australia, Japón y los Estados Unidos– y creando un nuevo nexo entre el Reino Unido, Australia y con el acuerdo del submarino Aukus.

Para los liberales, ha vuelto a involucrar al país con instituciones globales: reincorporó a los Estados Unidos a la Organización Mundial de la Salud, al Acuerdo de París y se ha vuelto a comprometer con la OTAN. Para aquellos que abogan por la “moderación” en el poder militar del país norteamericano, ha puesto fin al menos a las visibles “guerras de siempre”.

Y para los activistas por la democracia y los derechos humanos comprometidos con una política exterior basada en valores, Biden será el anfitrión de una cumbre por la democracia el próximo mes.

Sin embargo, cuando todos obtienen algo, nadie obtiene todo, razón por la que los principios básicos de la cosmovisión de Biden han sido difíciles de precisar.

Aunque no por falta de intentos. Richard Haass, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, sostiene que Biden continúa con muchas de las políticas de para poner a “Estados Unidos primero”, pero con una apariencia diferente. Joshua Shifrinson, profesor de la Universidad de Boston, y Stephen Wertheim, investigador principal de Carnegie Endowment for International Peace, afirman que la “doctrina Biden” es un “realismo pragmático” que persigue los intereses estadounidenses “en un mundo competitivo” y cambia de rumbo según sea necesario para lograrlos.

Por otro lado, un número creciente de observadores insiste en que la verdadera “doctrina Biden” es preservar y demostrar “la supremacía de la democracia” en todo el mundo.

Quizá Biden se sienta perfectamente cómodo con las múltiples “doctrinas Biden”. Incluso podría decir que reconciliar impulsos conflictivos y negociar compromisos es su marca registrada como político que sabe cómo hacer las cosas.

El problema es que al pasar de un marco y un conjunto de objetivos a otro sin un conjunto de principios y prioridades claros se corre el riesgo de quedar radicalmente por debajo del progreso que el mundo necesita en cuestiones existenciales. ¿Qué diferencia hay si Estados Unidos le gana a China, si nuestras ciudades están bajo el agua y la corriente del Golfo deja de calentar el norte de Europa y Estados Unidos? ¿Si destruimos la biodiversidad del planeta? ¿Si millones de personas mueren a causa de pandemias en serie? ¿Si la gente de todo el mundo no tiene los medios para prosperar y cuidarse unos a otros?

Es hora de liberarse del pensamiento del siglo XX. Los marcos, paradigmas y doctrinas de esa época, de cualquier tipo, son simplemente insuficientes para enfrentar los desafíos del siglo XXI. Se requiere de un pensamiento más audaz, un pensamiento que se aleje de los estados, ya sean grandes potencias o potencias menores, democracias o autocracias. Es hora de poner a las personas en primer lugar. En lugar de competir con China hoy en un tema y cooperar mañana en otro, Biden debe priorizar la cooperación en temas globales y desafiar a otras naciones, sin importar si son democracias, autocracias o algo intermedio, para que se unan.

Este enfoque se conoce como globalismo. Es un enfoque centrado en los seres humanos más que en el Estado para la resolución de problemas a escala global. No pretende que los gobiernos no existan o que no importen, pero rechaza la idea de que la rivalidad interestatal importe como un fin en sí mismo: la esencia de la geopolítica.

A veces, Biden parece estar moviéndose en esta dirección. Su discurso ante la asamblea general de la ONU en setiembre presentó una larga lista de problemas globales, desde la salud y el cambio climático hasta la desigualdad y la corrupción.

Una y otra vez, sin embargo, el otro objetivo de Biden, de vencer a China o, en términos más generales, de alinear a las democracias para vencer a las autocracias, se interpone en el camino.

Biden cree en el valor inherente y en la superioridad de la democracia. La ve como la forma de gobierno que mejor reconoce la dignidad humana y la capacidad de actuar, y que puede brindar bienestar y prosperidad al mayor número de personas. Yo también. Pero esta convicción ahora debe someterse a una prueba empírica, comenzando por casa.

El globalismo no es un idealismo blando del gobierno ni mucho menos. No niega la existencia o importancia del gobierno –a nivel local, estatal, nacional e internacional– o de la diplomacia intergubernamental. Sin embargo, insiste en que los juegos de las grandes potencias, por muy letales que hayan sido y puedan ser, deben dar paso a la política planetaria, en la que los seres humanos importen más que las nacionalidades. La competencia en sí es fina y natural, pero debe ser competencia para lograr un objetivo que nos beneficie a todos.

En circunstancias normales, las administraciones establecen metas y navegan por los intereses en conflicto que son la esencia de la política. Superan una crisis, una cumbre, un discurso a la vez. No obstante, vivimos tiempos anormales.

Para algunos, la adopción de políticas centradas en las personas a nivel nacional y mundial puede parecer tan fantasiosa como ilusoria. Pero la historia muestra que es posible cambiar de rumbo, incluso drásticamente. Hace poco más de 100 años, el Senado de los Estados Unidos se negó a ratificar el Tratado de Versalles y le dio la espalda a la Sociedad de las Naciones. En ese momento, nadie hubiera predicho que un cuarto de siglo después, el presidente Franklin Roosevelt sería un arquitecto principal de las Naciones Unidas y que Estados Unidos adoptaría un conjunto de instituciones globales diseñadas para mantener la paz, la prosperidad y la seguridad. La Generación Z y muchos millennials ya están pensando en términos planetarios, poniendo a las personas por delante de los estados. Es hora de que el resto de nosotros nos pongamos al día.


–Glosado, editado y traducido–

© The New York Times