Aurelio Loret de Mola Böhme

Calígula censuró “La Odisea” porque colocaba la libertad en el centro de la discusión entre los griegos conquistados por los romanos. La Iglesia Católica creó el “Index Librorum” a mediados del siglo XVI y lo impuso durante 400 años para censurar desde a Descartes y Copérnico, pasando por Spinoza, hasta a Víctor Hugo y Balzac.

Convivimos con la censura. Además del “Ulises”, que fue censurado en Estados Unidos por su contenido sexual, y de “1984″, por procomunista y antisemita, hemos sido testigos de la censura en el mundo árabe de “Los versos satánicos” de Salman Rushdie, que casi le costó la vida a puñaladas; de “Alicia en el país de las maravillas”, en China, por equiparar a los animales con las personas, y de “Harry Potter y la piedra filosofal”, en Emiratos Árabes Unidos, por promover la brujería.

La censura es tan estúpida que Bob Hope, cuando el director de cine Cecil B. De Mille rodaba “Los diez mandamientos”, comentó que había dos de esos mandamientos que no le permitirían filmar. De Mille eludió el problema refiriéndose a todos los mandamientos en conjunto, pero nosotros seguimos enfangados en lo políticamente correcto. Ahora resulta que los “lectores sensibles” deben ser satisfechos a costa de los demás y que para eso hay que alterar, mutilar o deformar las obras literarias.

Es lo que acaba de ocurrirle a los libros de Roald Dahl, que trinaría si estuviera vivo. Su editorial en inglés, Puffin Books, y la Roald Dahl Story Company (cuyos derechos fueron comprados por Netflix) han decidido reescribir partes de la obra de Dahl para ser políticamente correctos. Felizmente la editorial Alfaguara, que es titular de los derechos de esa obra en castellano, ha declarado públicamente que no hará modificación alguna.

Dahl es un referente de la literatura infantil. Por eso la discusión sobre el respeto a la integridad de su obra ha llegado hasta el primer ministro británico, , quien ha declarado públicamente que “es importante que las obras de literatura y los trabajos de ficción se preserven y no se editen”. Y no se ha quedado callado, calificando las modificaciones que pretenden hacerse a la obra de Dahl de “censura absurda”.

Claro, un niño no se va a reír al leer “Charlie y la fábrica de chocolate” si Augustus Gloop ya no puede ser “gordo”, sino “enorme”. Y los Oompa Loompas quedan totalmente desvirtuados si ya no pueden ser “hombres pequeños” –no había mujeres–, sino “personas pequeñas”. Lo mismo sucede con la señora Twit en “Los cretinos”, una mujer “fea y bestial” que ahora solo puede ser “bestial”, o con “Fantastic Mr. Fox” que tiene tres hijos y que ahora van a ser tres hijas, o con “Las brujas” que eran “calvas debajo de las pelucas”; sustituida la frase entera por una políticamente correcta que Dahl no escribió: “Hay muchas razones por las que las mujeres pueden usar pelucas y ciertamente, no hay nada de malo en eso”.

Y el colmo: “Matilda” ya no leerá a Rudyard Kipling, como escribió Dahl, sino a Jane Austen. Tampoco leerá a Joseph Conrad, sino a John Steinbeck. Todo esto no lo ha decidido el autor, que murió en 1990, sino unos “lectores sensibles” detrás de los que está una ONG inglesa, “Inclusive Minds”, que se define como “apasionados por la inclusión, la diversidad, la igualdad y la accesibilidad en la literatura infantil”.

¿Con qué derecho puede un grupo de fanáticos deformar una obra literaria, decidir por los demás y tratar que todos piensen como ellos? ¿Con qué derecho puede ese grupo aburrir a los niños alterando los libros exitosos y haciendo que prefieran las pantallas? ¿Por qué no escriben sus propios libros? ¿Qué queremos? ¿Una sociedad plana de iguales más allá de la igualdad ante la ley? Los hombres no somos iguales. Los hay altos y bajos, gordos y flacos, inteligentes y brutos; pero todos con los mismos derechos, incluido el de tener acceso a la literatura tal y como ha sido concebida. Será el pensamiento crítico, desarrollado libremente desde la niñez, el que nos hará mejores o peores personas.

“La libertad, Sancho –le dijo el Quijote–, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.

Aurelio Loret de Mola Böhme es abogado y árbitro de derecho

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