Iván Alonso

El es uno de los reclamos que con mayor frecuencia se escucha cuando hay protestas y aun cuando no las hay. Al centralismo se le atribuyen el atraso y el subdesarrollo del interior del país. Y frente a la evidencia del crecimiento económico de las tres últimas décadas, se acusa al de centralista, como si todos o la mayoría de los beneficios se hubieran quedado en Lima.

Hay entre los defensores de estas y de otras tesis quienes no admiten prueba en contrario. Si uno les muestra cifras que las contradicen, responden que no se puede entender al Perú desde un escritorio (salvo, quizás, que el escritorio esté en un campus universitario del primer mundo). Veamos, de todos modos, qué nos dicen las cifras.

A juzgar por la concentración demográfica, el Perú parece cada vez más centralista. Censo tras censo, el porcentaje de la población que reside en Lima y el Callao sigue creciendo: de 10% en el de 1940 a 27% en el de 1981 y 33% en el más reciente, el del 2017. Pero nótese que no ha subido mucho más en estos casi 40 años.

En ese lapso, el peso de Lima y el Callao en la producción nacional ha pasado de 53% en 1981 a 48% en el 2000 y 45% poco antes y después del 2017. Si combinamos las cifras de producción con las de población, vemos que hace 40 años el nivel de ingresos en el interior del país era la tercera parte que el de un limeño o chalaco promedio; hoy es tres quintas partes. La distancia se ha acortado considerablemente.

No es de extrañar que la libertad de empresa, la eliminación de los controles de precios y la reducción de aranceles, tan esenciales al modelo económico como la disciplina fiscal y monetaria, hayan producido una convergencia de ingresos a lo largo y ancho del país. La minería, contra lo que podría uno imaginarse, no es la principal explicación de esta convergencia de ingresos. En los últimos 15 años, el valor de la producción minera fuera de Lima creció 34%. Mucho más importantes han sido el crecimiento de la agricultura (62%) y de la producción de electricidad, gas y agua (69%), del comercio (79%) y de la administración pública (124%), pero sobre todo el de la construcción (181%).

Naturalmente, las diferencias en calidad de vida también se han acortado. Nada lo ilustra mejor que el caso del agua. En el año 2000 no había una sola empresa de saneamiento en el interior del país que produjera más agua, en términos de litros por habitante, que Sedapal. Desde el 2011, más de la mitad la supera, incluyendo las de Huánuco, Loreto, Tumbes, Piura, Ica y Huancayo, para hablar de las más grandes solamente. En los últimos diez años Sedapar, en Arequipa, ha eliminado totalmente la distancia que la separaba de Sedapal; Emsa Puno y Seda Juliaca la han reducido a la mitad; Seda Cuzco, en un tercio.

Busque el lector otros indicadores, y seguramente llegará a la conclusión de que el centralismo, con este modelo económico, no ha aumentado, sino todo lo contrario.

Iván Alonso es economista

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