Hace menos de un mes parecía un asunto de mero trámite. Como es de rigor allá, aspiraba a la reelección, enfrentando de nuevo a , al que derrotó en el 2020, algo que tramposamente su contendor nunca ha reconocido.

En ambos casos –y por razones diferentes–, las candidaturas eran objeto de múltiples cuestionamientos. Lo único en común entre ambos era ser dos ancianos compitiendo por la presidencia, lo que difícilmente podía ser visto por los votantes como un símbolo de futuro.

Pero había más. Lo resume muy bien una caricatura en la que se ve a ambos polemizando desde sus podios y, en cada caso, con alguien atrás cuidándolos. Tras Biden, una enfermera, en elocuente recordatorio de sus frecuentes lagunas mentales. Atrás de Trump, un sheriff con las esposas listas, dando cuenta de la decisión unánime de los 12 miembros del jurado que lo declararon culpable por hechos relacionados al pago de un soborno a una actriz porno para que callara sobre un encuentro que mantuvieron años atrás.

Lo de Biden era visto por sus partidarios como un obstáculo insalvable para una nueva presidencia. En cambio, en un mundo en el que la integridad personal es un valor cada vez menos apreciado, la reiterada sordidez de su conducta no le impedía a Trump seguir contando con el apoyo incondicional de sus seguidores.

Los líderes demócratas presionaron a su candidato para que diera un paso al costado y no arruinase una buena presidencia, convirtiéndose en el hombre que le facilitó el triunfo a quien, por múltiples razones, es una amenaza para la y para la humanidad.

Esto último, porque en un mundo al filo del abismo por el calentamiento global, cuatro años más de un negacionista que abandonó todos los acuerdos orientados al control de sus efectos puede ser fatal. De otro lado, porque Trump se precia de sus vínculos y cercanía política con , el invasor de y enemigo declarado de , la que junto con Estados Unidos ha venido impidiendo que el siniestro dictador ruso logre sus objetivos.

Aunque tarde, Biden finalmente se retiró y lanzó al ruedo a su vicepresidenta. Si bien estaba entre los cuatro o cinco que se especulaba podían tomar la posta, distaba de ser una opción de consenso.

Puestas ante un reto enorme e inesperado, las personas pueden mostrar lo peor de sí mismas y fracasar rotundamente, como bien sabemos en nuestro golpeado país. En cambio, en otras ocasiones pueden crecerse y demostrar un liderazgo, talento y carisma que no había sido suficientemente percibido.

Harris asumió el reto. No esperó a una aún lejana convención del partido para competir con otros pretendientes. Rápidamente convenció a los líderes de que debía ser la candidata y, en paralelo, logró movilizar masiva y entusiastamente a las bases de su partido.

El guion de esta elección cambió radicalmente. Trump luce desorientado y desordenado; peor aún, simplón y hasta ridículo en sus descalificaciones (“esa mujer se ríe mucho”, entre otras del mismo calibre). Él es ahora el candidato senil.

Ella ha logrado revertir las encuestas desfavorables para los demócratas en varios de los llamados ‘swing states’, unos pocos estados claves en los que se define la elección, en un país donde ganar el voto popular no es suficiente.

¿Va a ganar? No se sabe. En un país tan polarizado políticamente, muy poca gente cambia su forma de pensar. Pero su creciente llegada entre los más jóvenes le abre esa posibilidad.

Gran ejemplo de liderazgo femenino enfrentando situaciones muy adversas. Esto la enlaza con , otra mujer fenomenal, que tampoco se amedrenta al enfrentar a personajes matonescos y abusivos.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Carlos Basombrío Iglesias es Analista político y experto en temas de seguridad