Héctor López Martínez

A mediados de noviembre de 1823, y un reducido contingente de hombres de infantería y caballería marcharon a Pativilca, donde se estableció un centro de operaciones provisional. La idea del libertador era efectuar un rápido recorrido por los lugares que pudieran servir como puntos de acantonamiento para el Ejército Unido Libertador, todavía en formación. Hizo un reconocimiento del Callejón de Huaylas, y también estuvo en Trujillo y Cajamarca. En todos estos lugares, con su habitual energía, dictó disposiciones sumamente detalladas respecto del avituallamiento del ejército. Esfuerzo tan intenso que terminó afectando su salud. Decidió entonces regresar a Pativilca, a donde llegó el 3 de enero de 1824.

El militar, médico e ingeniero José Domingo Espinar, natural de Panamá, que lo atendía como secretario y galeno en ese trance, escribió en su diario: “El Libertador llegó a este pueblo bastante malo y continúa nada bien. Una complicación de síntomas se presentan bien molestos, pero él rehúsa tomar medicinas; con todo hoy, día tres, ha comenzado a tomar purgantes ligeros que poco a poco le irán desembarazando. Todo, todo le desagrada, todo le molesta, nos tiene con bastante cuidado y pienso que se repondrá lentamente y que no podrá seguir viaje en seis u ocho días”. El 4, escribe: “S. E. amaneció bastante despejado, pero sumamente débil. Le sentaron mal el suero y otros brebajes, y le resultaron vómitos. Está decaído. Es menos su enfermedad que la falta de régimen que observa. Es un gran mal no tener respeto por persona alguna”. Bolívar había actuado bruscamente no solo con su médico, sino también con sus ayudantes y el personal de su entorno más cercano.

En carta del 7 de enero que dirige al vicepresidente de Colombia, Francisco de Paula Santander, el libertador, luego de tratar asuntos políticos y militares, le refiere su estado de salud: “He llegado hasta aquí [Pativilca] y he caído gravemente enfermo. Lo peor es que el mal se ha entablado y los síntomas no indican su fin. Es una complicación de irritación interna y de reumatismo, de calentura y de un poco de mal de orina, de vómitos y de dolor cólico. Todo esto hace un conjunto que me ha tenido desesperado y me aflige todavía mucho. Ya no puedo hacer un esfuerzo sin padecer infinito. Ud. no me conocería porque estoy muy acabado y muy viejo, y en medio de una tormenta como esta represento la senectud”. Añade luego un dato muy interesante que explicaría muchos de sus actos y decisiones: “Además, me suelen dar, de cuando en cuando, unos ataques de demencia aún cuando estoy bueno, que pierdo enteramente la razón, sin sufrir el más pequeño ataque de enfermedad y de dolor”.

Precisamente por aquellos días llegó a Pativilca Joaquín Mosquera, ministro plenipotenciario de Colombia ante los gobiernos del Perú, Chile y Buenos Aires. En carta a José Manuel Restrepo, Mosquera describe el terrible impacto que le causó ver el estado físico del libertador “y tuve que hacer un gran esfuerzo para no largar mis lágrimas y no dejarle conocer mi pena y mi cuidado por su vida”. El libertador, según el diplomático, se reponía de una severa crisis de tabardillo. El “Diccionario de autoridades” señala que el tabardillo es una “enfermedad peligrosa que consiste en una fiebre maligna, que arroja al exterior unas manchas pequeñas, como picaduras de pulga”. En la medicina moderna, el tabardillo es el tifus exantemático, una infección que trasmiten los piojos. Su pronóstico es grave. Uno de sus síntomas es el estupor, definiéndose este “como un estado de inconsciencia parcial con ausencia de movimientos y reacción a los estímulos”. Todo indica que Bolívar estuvo al borde de la muerte.

Cuando Mosquera, “con el corazón oprimido”, le preguntó: “¿Y qué piensa usted hacer ahora?, entonces avivando sus ojos huecos y con tono decidido me contestó: ¡Triunfar!”. Este es uno de los momentos cruciales de la independencia, pero no se sostiene solo en el carácter indomable de Bolívar. Inmediatamente le refirió a Mosquera las órdenes que había dado para organizar en Trujillo una poderosa caballería y, con ese propósito, mandó fabricar herraduras en Cuenca, Guayaquil y otras partes. Dispuso que se confiscaran todos los caballos aptos y, para mantenerlos en buen estado, hizo lo propio con los alfalfares. Por otra parte, ya tenía previsto un plan de operaciones en el caso de que los realistas bajaran en su búsqueda, y él, por su parte, estaba decidido al ascenso de los Andes en busca de ellos. Este era Bolívar, quien en una oportunidad le dijo al general Sucre: “Usted es el hombre de la guerra y yo soy el hombre de las dificultades”.

En esto radica la diamantina grandeza de Bolívar; en la preparación de la logística que permitiría los éxitos militares de Junín y Ayacucho. Para lograrlo fue implacable. Las órdenes a sus lugartenientes eran severísimas y todo lo que se necesitaba se tomaba sin miramiento alguno. Igualmente dispuso el enrolamiento obligatorio de nuestros compatriotas, que lucharon gallardamente en las batallas decisivas de nuestra independencia.