Mario Ghibellini

El ministro de Energía y Minas, , se ha visto obligado a renunciar a su cargo esta semana como consecuencia de una moción de censura aprobada en el Congreso. La razón esgrimida por quienes impulsaron la iniciativa fue una presunta falta de capacidad suya para resolver diversos problemas vinculados a su sector. Pero si ese fuese argumento suficiente para andar despojando a los ministros de este gobierno de su fajín, la verdad es que hoy no tendríamos Gabinete. El auténtico motivo tras el voto abrumadoramente mayoritario que la moción cosechó en el pleno parece haber sido, más bien, la tímida oposición de Mucho al afán por extender el hasta el día del juicio final –y beneficiar así a la minería ilegal– que late secretamente en el corazón y en la faltriquera de muchas bancadas.

Ilustración: Víctor Aguilar Rúa
Ilustración: Víctor Aguilar Rúa

Como en un linchamiento ritual, en efecto, 80 parlamentarios de toda extracción partidaria cayeron sobre él a poco de que hubiera presentado su proyecto de ley MAPE: un atado de buenas intenciones sobre la pequeña minería y la minería artesanal en el que solo postulaba una prolongación de la vigencia del Reinfo por seis meses. Tras lo ocurrido, múltiples voces independientes, asociadas sobre todo a la empresa privada, se han levantado en son de protesta. El ahora extitular del Minem, han afirmado, no merecía ese trato, pues fue un funcionario valiente y eficiente... Una aseveración, a nuestra manera de ver, un tanto peregrina. Quienes conocen de cerca a don Rómulo aseguran que es una persona noble y conocedora del sector que se puso a su cargo, y no hay por qué dudar de ello. Pero, vamos, la valentía y la eficiencia no darían la impresión de haberse contado entre las principales virtudes de su paso por el despacho de Energía y Minas.


–Turba de matarifes–

Algo de barullo, poco contenido y nada de presencia de ánimo. Es decir, mucho ruido y pocas nueces. Esa es la caracterización que, en opinión de esta pequeña columna, cabría hacer del tránsito del personaje que nos ocupa por la administración pública. Su incorporación al Ejecutivo supuso un entusiasta despliegue retórico a propósito de la puesta en vigor de importantes proyectos mineros trabados por razones políticas y de un viraje en el manejo de Petro-Perú que pusiera fin al despilfarro millonario que esa empresa nos impone a los contribuyentes. Con el paso de los meses, sin embargo, el entusiasmo fue menguando hasta desaparecer por completo. Particularmente, en lo que concierne a la pretendida conducción responsable de la petrolera estatal. Como se sabe, Mucho y su carnal Arista fueron sistemáticamente postergados y desautorizados por la presidente Dina Boluarte y su ceñudo visir. Esa dupla no solo les dio largonas a las demandas del directorio respaldado por ellos para empujar a sus integrantes a la renuncia, sino que terminó colocando en su reemplazo a una deplorable hueste de estatistas que representaba la visión exactamente contraria a la propuesta.

Lastimosamente, Mucho no tuvo el coraje de renunciar en ese momento y tampoco cuando pusieron de gerente de Petro-Perú a su antecesor en el Minem, Óscar Vera. Un vejamen sin maquillajes. Si lo hubiera hecho, habría muerto matando, como los auténticos valientes. Habría puesto el dedo en la llaga de la falta de escrúpulos de la actual gobernante, llamando la atención de la opinión pública sobre lo que estaba sucediendo en Petro-Perú. Pero, en lugar de eso, bajó la cabeza y se dejó entregar a una turba de matarifes. Como consecuencia, el balance que nos inspira su gestión es el que anunciábamos antes: mucho ruido y pocas nueces. Pero, sobre todo, escasez de nueces.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es periodista

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