Santiago Pedraglio

En política, las formas son siempre muy importantes; incluso pueden serlo todo. Cuando el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, anuncia que quiere capturar Groenlandia o que el control del Canal de Panamá debe volver a su país, está rompiendo las “buenas formas”, porque sus afirmaciones implican que, en última instancia, solo vale la fuerza: la militar, la de su economía o ambas.

En la primera gestión de Trump (2017-2021), América Latina tuvo una importancia muy secundaria, salvo cuando se trató de drogas e inmigración respecto a México, o del petróleo y la presencia de Rusia y China en Venezuela, más allá de la dictadura gobernante en ese país. Hizo una sola visita a la región, para la Cumbre del G20 en Buenos Aires (noviembre, 2018). Suspendió dos viajes a Colombia, su principal aliado regional en ese entonces, y un viaje al Perú, cuando faltó a la Cumbre de las Américas de abril del 2018.

El tono de Trump para referirse a la región ha sido siempre desdeñoso. Es más, puso en suspenso una sección del TLC con México, medida que podría repetir ahora con otros países. Resucitó la idea de “América para los americanos” y, como señal de su escaso respeto por la región, impuso a un funcionario estadounidense como presidente del BID, rompiendo la tradición de que ese importante cargo le corresponde a un latinoamericano.

Ahora Trump conoce más el gobierno y el Estado, y tiene un equipo de cuadros afines del que antes carecía, lo que quizá hará que tome decisiones más radicales y prontas. Para Trump –que quiere renombrar el Golfo de México como “de América”–, la agenda regional sigue casi limitada a México, aunque le ha sumado el Canal de Panamá. Tanto así que no recibió –¿por cálculo político?– al ganador de las elecciones de Venezuela, Edmundo González, reconocido como presidente por el gobierno de su propio país, Estados Unidos. Mientras tanto, la pugna comercial y por la hegemonía global con China se ha incrementado.

En cuanto al Perú, el único tema de potencial diferencia y que puede disparar tensiones es el puerto de Chancay. Y habrá que preguntarse si, tal como ha incluido al Canal de Panamá en su agenda de exigencias, ¿no le asaltará la “preocupación” por el estrecho de Magallanes?

En este juego de pura fuerza, los países pequeños y medianos terminan por ser los más perjudicados por la bancarrota del multilateralismo.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Santiago Pedraglio es sociólogo

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