Enrique Planas

Pensemos en los ojos de una mosca: dos inmensas semiesferas, cada una formada por miles de ocelos que le permiten ver en todas las direcciones. Pequeños telescopios que, sumados, componen una imagen poliédrica. Es por eso que nos resulta tan difícil pegarle a una mosca: puede ver todo lo que le rodea.

Igual pueden hacerlo las inaprensibles narradoras de “El tiempo de las moscas”, novela de la escritora argentina presentada ayer en la . En ella se retoma la vida de Inés, quien en una novela anterior, “Tuya” (2010), había asesinado a la amante de su marido. Ahora, 16 años después, esta mujer ha salido de prisión y fundado una empresa fumigadora asociándose con la Manca, una amiga canera que trabaja como detective. Dos aliadas para regresar a un mundo que las excluyó y que les da ahora otra oportunidad de reinsertarse, pero sin las herramientas para hacerlo. Este proyecto de vida se ve alterado el día en que una de sus clientas le propone participar, de forma indirecta, de un crimen.

Por la abundancia de citas de la obra “Medea”, de Eurípides, como epígrafe de ciertos capítulos, la referencia a la novela coral es obvia. Al estilo de las tragedias griegas, diversas voces de mujeres van acompañando la aventura de la protagonista, narrándola y discutiéndola a la vez. Las narradoras se preguntan a sí mismas si las palabras elegidas para contar son justas, necesarias o correctas. Políticamente correctas. Inés, tras 15 años de encierro, debe ponerse al día en una Argentina que ha cambiado radicalmente sus discursos, donde el feminismo ha ganado muchas batallas y el lenguaje inclusivo se mantiene en permanente fricción con las formas tradicionales de nombrar la experiencia personal. La discusión se da, aún más radical, cuando debate “el colectivo” que va leyendo la novela junto con nosotros. Piñeiro nos muestra la diversidad de voces dentro del feminismo como un enjambre que cree que llegará a ponerse de acuerdo si en cada recodo de la discusión se procede al voto.

Sin embargo, mientras más vamos alcanzando el corazón de la novela, la visión coral va asumiendo una identidad simbólica: como las moscas, las protagonistas intentan sobrellevar una vida de mierda. Piñeiro nos cuenta una historia como lo podría hacer un enjambre de moscas: no fusionadas en una sola perspectiva, no subordinadas a una sola voz. Cada bichito pareciera tener su propia perspectiva, su propia validez y su propio peso narrativo. Eso permite que vuelen también en el relato los grandes discursos de la modernidad: la representación del cuerpo, la memoria, los diálogos imposibles, la autenticidad, la maternidad, las formas nuevas de ser mujer y los límites del lenguaje. Aprendamos de las moscas, bichos con tan mala prensa. Solo son culpables de ser las protagonistas de nuestra propia descomposición.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Enrique Planas es periodista y escritor