Cuando el difunto Nano Guerra García batalló a fines de enero, en nombre de su bancada de Fuerza Popular, para reconsiderar que el adelanto de elecciones aprobado en primera votación para el 2024, sea para el 2023; todo se fue al traste. Adelantar el adelanto mató al adelanto. La primera votación reunió más de 87 votos que, si se repetían, ya estaríamos en plena campaña. Pero la reconsideración volvió todo a fojas cero. La derecha no fujimorista se fastidió con el apuro y mandó todo al demonio; y la izquierda se puso en plan de asamblea constituyente o nada. Perdimos soga, adelanto y cabra.
Un par de congresistas me contaba que cuando las protestas habían amainado y no había presión popular para adelantar nada, lo batían a Nano: ‘Buiiiina Nano, la hiciste, ¡felicitaciones¡’. Nano simplemente sonreía pues —lo conocí bien— no creo que hubiera calculado lo que iba a pasar. El Congreso era más impredecible en ese verano hipercaliente que ahora cuando hay vagas estrategias de supervivencia al 2026.
En serio, ¿las hay?
Estrategias es mucho decir. Alianzas también. Digamos que hay un tácito entendimiento, sin operadores que lo conversen explícitamente, para que el Ejecutivo trace líneas maestras en materias como lucha contra la inseguridad, prevención de desastres, construcción de infraestructura social y meritocracia (para todo ello hubo delegación de facultades legislativas que se vencieron el 22 de diciembre) y negocie temas sensibles como educación y economía.
En educación no ha habido mayor negociación, sino mera concesión. El Ejecutivo buscó un ministro, Óscar Becerra, que respondía a la tendencia conservadora, ‘anti progre o anti caviar’, que la mayoría congresal ostenta. Cuando Becerra cayó por defectos insostenibles en setiembre, lo reemplazó su viceministra Miriam Ponce, que mantiene esa misma línea.
Algo similar sucedió en el frente exterior. No debiera ser, la cancillería, botín ideológico y político, pero lo es desde que el anti globalismo de la mayoría congresal, estima que el Perú es víctima de las exigencias injustas de un sistema de justicia interamericano, que es una ‘cueva de rojos’ a decir del ex presidente PPK.
El Ejecutivo no piensa igual: tanto Alberto Otárola, que empezó su formación profesional en el sistema interamericano, como Boluarte, madre de un joven diplomático; han manifestado su firme voluntad de mantenernos dentro de este sistema que, además, supervisa la investigación sobre las decenas de muertos en las protestas de diciembre, enero y febrero pasados. Esto no es extraño de parte del Ejecutivo, pues este recurso externo le permite cubrirse con un manto de pesquisa seria con el que afrontarán el conflicto local ante una PNP y FFAA que son tan aliadas como la mayoría congresal.
Dina y Alberto hicieron algo más para aplacar el antiglobalismo que sataniza la agenda 20/30 (a la que Dina se consagró en su discurso del 19 de setiembre en la ONU): cedieron, al igual que Educación, la cancillería, a una figura de la derecha, el canciller político Javier González-Olaechea. Y el Ejecutivo, ay, siguió cediendo.
Hubo otros poderes, o entes autónomos para ser más precisos, que robaron cámara al Ejecutivo. Patricia Benavides, habría pretendido –según investigaciones de la Operación Valquiria cometida por el Equipo Especial de Fiscales Contra la Corrupción del Poder (Eficcop)-organizar un canje de impunidades por votos afines a sus intereses. En ese plan, la politización de la justicia se erigió como una propuesta vindicativa de la judicialización de la política. Una se enredó con la otra y en el 2024 seguirán enredadas.
Esa no es nueva
En el trajín de la supervivencia de los poderes, se gastaron costumbres y frases. Si hay que escoger una es: “Vamos a traer inversiones para el Perú”. La presidenta la repitió para justificar cada viaje, como si el conjuro, al repetirse, aumentara el grado de inversión. La idea de que la ‘diplomacia presidencial’ es eficacísima para atraer capitales extranjeros, quizá tendría sentido si Boluarte fuese una estrella del marketing, pero no lo es.
“Vamos a redoblar esfuerzos” dicen ministros y alcaldes, como si la matemática más simple nos asistiera ante trabas y brechas. Pero no se duplican presupuestos, recursos, dotaciones de efectivos. Por lo general se trata de un ‘shock retórico’ de energía, que acelera algunos procesos, tras lo cual se vuelve a la normal morosidad. ‘Un sol en prevención son 10 soles en inversión’, ha dicho recientemente el ministro de Economía, Álex Contreras. Es su manera de honrar el dicho ‘más vale prevenir que lamentar’. El asunto es que si no lamentamos la desprevención, solemos lamentar las trabas que retrasaron o paralizaron los proyectos de prevención. Los economistas son pródigos en figuras retóricas no reducibles a fórmulas. ¿Quién dijo que la economía era una ciencia exacta?
‘Ventanilla única’ reclaman mineros, agricultores y otros emprendedores que no la tienen; y se quejan de ella los partidos, que sí la tienen, cuando inscriben sus listas esperando que los motores de búsqueda judiciales y policiales descubran los antecedentes que ellos no se dan el trabajo de buscar. La sola ventanilla reduce el trajín pero en realidad concentra las trabas en un solo lugar. La sobre regulación, alimentada por la lucha contra la corrupción, nos va a acompañar en el trabajo, en el subempleo, en la ampliación del Metropolitano y en el primer tramo subterráneo del metro de Lima (aún sin tarjeta integrada) y en todo lo que hagamos en el 2024 para recuperar la confianza. ¡Qué tengan un buen año!