Cuando uno es niño, es frecuente oír que, al comer muchos dulces, el cuerpo se llena de gusanos que, por la noche, encontrarían su camino fuera del cuerpo a través de la nariz y las orejas. Halloween y cualquier fiesta infantil era la época y excusa perfecta para estas historias: niños embriagados de caramelos y madres recordando que el exceso de azúcar era la puerta abierta a esos seres hambrientos. Aunque nadie había visto realmente a las lombrices hacer semejante viaje, esta advertencia logró evitar que más de uno se lanzara sus atracones.