Los limeños no mueren por valientes, sino por ademán estético. Las palabras de un amigo sabio y honorable, insospechable de rancidez, cortan la neblina. Es más, es caviar. Tratamos de aclarar las razones de una afición anacrónica y mal vista que compartimos y que estos tiempos inscriben, a mucha honra, en los terrenos de lo políticamente incorrecto y, por ende, de lo digitalmente linchable. Se trata de la tauromaquia, o el discutible oficio de matar reses de lidia en público como si de una danza mortal, no siempre con ventaja, se tratase.
Sin el inusual y absoluto atributo del valor, no hay toreo, hay farsa. Lo mismo sucede con la muerte. Si esta no existiera como posibilidad real de una corrida, el acto no pasaría de ser una carnicería vistosa y cara, aunque cobarde. Tampoco sirve la coartada culta, ese argumento snob: nadie se ha hecho torero viendo Picassos con un meñique elevado. No hay atenuantes: te haces torero matando animales que solo revierten su sacrificio demostrando una bravura que al mismo tiempo es su condena.
MIRA TAMBIÉN: Juan Diego Flórez vuelve al Perú: “No he perdido esa ilusión por la música y el canto”
La tauromaquia mundial, mayoritariamente dominada por España con un celo que a veces raya en lo xenofóbico, está siendo retada por un peruano que ha hecho de su valentía un credo y una contingencia. Primero, para él mismo. Y luego, para el matador comodón que con la debida estrategia social y la tramposa maña en el ruedo corre más riesgos manejando su auto que cuando está frente a un toro. Puede sonar crudo, pero es cierto: Andrés Roca Rey tiene muchísimas más posibilidades de morir por valiente que el peatón común.
Superficialmente parecería que estuviera enamorado de la muerte. No es así. Ella se invita sola. Podría pensarse que lo hace por dinero. Tampoco, no es un suicida al servicio del espectáculo. Es algo más ambicioso, o iluso, según cómo se catalogue el hambre de gloria. Desde indocumentado, está convencido de que lo que hace es llevar a la acción una filosofía de vida etérea y fugaz que desaparece en el mismo momento en que sucede. Una en la que, manchándose de sangre animal y de la propia, se juega la existencia en nombre de algo que a falta de mejor definición refiere como “verdad”. Esa tremenda y trajinada palabreja que en su caso podría insospechadamente sostenerse en una milonga borgiana: si hay algo en la vida de lo que nunca nadie se ha arrepentido en la tierra es de haber sido valiente.
Andrés Roca Rey se confiesa
En su caso, la vocación, valor y destino fueron lo mismo. Él hacía lo que hacía su hermano. Y su hermano era novillero. Inicialmente sus padres no estaban seguros de si el tema iba en serio. Una primera confirmación fue en el año 2004, cuando Rafael Puga le hizo firmar su primer contrato, casi a manera de juego, para presentarse en la parte seria del Toro Match de Mamacona. Esta era la contraprestación establecida en la cuarta clásula, una tarde de septiembre de ese año:
- Seis entradas de barrera para su familia y su enamorada.
- Dos sánguches de pollo.
- Dos gaseosas.
- Dos porciones de salchipapas.
- Dos brownies o alfajores.
- Dos entradas para discoteca.
La quinta cláusula era una exoneración de responsabilidades, por razones de fuerza mayor:
- El organizador no asume responsabilidad en caso el novillero sin caballos sufra un percance durante su actuación, como consecuencia de su estilo temerario de torear.
Roca Rey tenía 7 años y de juego se hacía llamar ‘El Andy’, imitando a su ídolo El Juli. Siete años después, a los 14, se le presentó la siguiente prueba: irse a vivir solo a España a intentar ser torero. Su madre no lo fue a despedir al aeropuerto. Su hermano no lo abrazó, solo le dio la mano: a partir de hoy te conviertes en un hombre, le advirtió.
UN MATADOR NO NIEGA LA MUERTE
Roca Rey tiene un logotipo propio y bordea los 200 mil seguidores en Instagram, generando una contradicción moderna. Cuando postea una foto toreando, las redes sociales la ocultan bajo una advertencia respecto a la sensibilidad. Mientras, la guerra contra Ucrania se transmite por Tik Tok. El ganado de lidia no existiría más en la tierra de no ser por las corridas de toros. No es animal manso que pueda vivir y morir encajonado para acabar siendo hamburguesa, carne perfectamente instagrameable.
Antes de ayer, Roca Rey mató dos animales de más de 500 kilos en la plaza de Las Ventas. Se presenta en la recepción del Westin Palace con desafiantes mocasines de colorada piel vacuna. Su postura delata su oficio. El peruano que está refundando la tauromaquia, jugándose la vida como si fuera un arte escénica, en persona parece un niño demasiado alto, inmune a un sacrificio inminente.
—¿La tuya es una profesión anticuada?
Vivo en el campo, conozco a los animales, estoy con ellos todos los días. No estoy frente a una computadora en una oficina. Sé cuál es el motivo por el cual está cada animal. Es normal que una persona que vive en la ciudad, en el tráfico, alejada del mundo rural, pueda llegar a pensar que la leche sale de la refrigeradora. Es decir, sabe de dónde viene, pero no quiere reconocer ni quiere ver la realidad de cómo llega hasta su boca. Eso sucede con la comida, así como con muchos placeres que tiene el humano. Así como no quieren aceptar esas cosas, ¿tampoco quieren aceptar quizá la muerte, no? Tengo la suerte de ser torero, me considero un privilegiado, pero es verdad que convives con esa sensación de la muerte muchos días del año. No me gusta negar la muerte. Sé que me va a llegar algún día y me gusta hablar de ella. Me gusta hasta sentirla cerca de mí. Es una manera de disfrutar la vida y de apasionarte.
—¿Qué es un toro para ti?
Es un animal muy frágil, tienes que estar sobre él todos los días. Son animales bravos que se matan entre ellos. No sirven como proveedores de carne porque no llegan a tener un peso excesivo. Para lo único que sirven es para ser toreados y tener la oportunidad de defender su vida. Y de poder matarte. Al toro bravo se le recuerda, es historia. De un animal manso, hecho comida, nadie se acordará nunca más.
—¿Ya en el ruedo, cómo te encuentras con el animal?
Depende. Depende también de tu interior. Muchas veces sale un toro y empieza a hacer cosas que te transmiten algo. Luego hay veces que sale uno que no es tan bueno, pero tú, en su forma de embestir, en el tacto con la muleta, con el capote, empiezas a ver que hay algo dentro de él que aún no lo saca. Toreas para él. Para para que le brote esa bravura y al final puedas crear una obra de arte, no solo una faena.
—En ese momento, ¿para qué sirve el público?
Es verdad cuando dicen que hay que torear con el oído. Es importante saber cuándo el público está contigo, cuándo no. Igual, en los principios de faenas, para llegar a tener esa conexión tan especial con el animal tienes que olvidarte de todo y poner un cristal sobre ti y el toro. Una conexión absoluta. Luego recién presentas tus capacidades a terceros. Ahí rompes el cristal que estás creando. Si tú toreas para el público y buscas el aplauso, será algo fácil y fingido. Uno realmente tiene que sentir y exponerse. Tienes que jugarte la vida. Pero sobre todo tienes que sentir. Una vez que sientes, ellos sienten.
—Repitiendo a Belmonte: se torea como se es.
Y se torea tal como estás. El traje de luces es transparente.
ALGO MÁS OSCURO QUE EL MIEDO
Se le atribuye a la juventud la voluntad de aceptar condiciones ambiguas y resultados inciertos. Así nacen los héroes, la carne de cañón y la carne de toro, que es una de las maneras despectivas con que se refieren a los toreros demasiado osados. Roca Rey ha visto morir a por lo menos cuatro amigos y colegas suyos. Tiene actualmente 25 años, la misma edad con la que uno de sus ídolos, Rafael Gómez Ortega, El Gallo, muriera de una cornada en el vientre.
—¿A veces el toro puede transmitirte una sensación perversa?
¿Que me dé miedo?
—Algo más oscuro que el miedo.
He pasado más miedo los días que no he estado mentalmente completo. Eres humano y en 80 corridas no puedes estar las 80 al 100%. Físicamente sí. Pero mentalmente no. Muchas veces te levantas pensando que un toro te va a matar o dejar en una silla de ruedas. Esas sensaciones son realmente desagradables. Aunque suene feo, estás dispuesto a dar tu vida en una tarde. Porque sientes que por esos días naces y por esos días estás dispuesto a morir.
—¿Cómo entiendes el valor?
Es la superación del miedo. El miedo siempre está presente. Aprendes a relacionarte y, digamos, a ser amigo de él. Pelearte con él es una tontería.
—Has mencionado la muerte repetidamente.
Los toros hieren y muchas veces matan. Yo no estoy porque me hayan obligado, ni estoy por, por, por nada. Estoy porque me gusta, porque es una pasión y una ilusión que tengo desde que era un niño. En esos momentos turbios y esos momentos difíciles por los que pasa el ser humano, me pregunto, ¿por qué no siento nada ahora mismo? No hay nada más triste que jugarte la vida así, sin sentido. Es insípido.
—Superar el miedo a la muerte a través del valor ante miles de personas debe generar un placer superlativo. ¿A qué se le compara?
Nunca voy a saber lo que es meter un gol en el Bernabéu. Pero sí te puedo decir lo que se siente pasarte un toro con dos puntas y de 600 kilos en Las Ventas de Madrid. No te lo puedes imaginar. No quieres que termine. Quieres que se convierta en eterno.
—¿Hasta cuándo se torea?
Se dice que hasta que el cuerpo lo permita. Yo soy más de pensar que hasta que la mente te lo permita.
EL TORERO Y NEPTUNO
Roca Rey coge el capote en un salón del hotel. Cita y torea a una bestia imaginaria. Cuando torea así, a solas, lo hace escuchando rancheras y a Chabela Vargas. El toreo de salón es su yoga, dice. Tiene un amigo chino que le refirió un refrán oriental que siempre tiene presente en el ruedo. No lo recuerda de memoria pero es algo así: cuando estés en medio de una tormenta, búscate a ti mismo.
En esa enseñanza china debe pensar cuando realiza uno de los pases que ha convertido en temeraria firma taurina, la Bernardina. Calza dentro de la definición de lo irrealizable hecha por otro torero, Guerrita: lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible.
Roca Rey hace lo imposible en su versión de la Bernardina. Cita al toro con la muleta detrás del cuerpo. En lo que dura la embestida del animal, cambia una, dos y hasta tres veces la ubicación de la muleta, dándole la posibilidad de partirlo en dos en cuestión de segundos. Sus detractores dicen que eso no es toreo de ¡ole! sino de ¡uy!
—¿Cómo decides los tiempos de ejecución de ese pase?
Voy midiendo mis posibilidades de tener éxíto. Si calculo entre 60 a 55% posibilidades a favor, pues lo hago.
—Eso es una ruleta rusa. ¿Una voz no te dice que no lo hagas?
Sí.
—¿Entonces cómo lo haces?
¡Haciéndolo!
El torero y su cuadrilla, todos de civil, salen a la calle rumbo a la fuente de Neptuno. Las miradas siguen a este semidios del ruedo que habita entre ellos, mortales con temor a la vejez, a los impuestos o al cáncer. El matador quiere desplegar su capote frente al dios Neptuno. Cruza el Paseo del Prado despreocupadamente, ante el nerviosismo de su cuadrilla. Un bus frena sin que se lo pidan, mientras el chofer niega algo con la cabeza. El matador no camina, discurre. Las prisas son para los cobardes y los delincuentes, dijo una vez un torero imaginario. //
VIDEO RECOMENDADO
TE PUEDE INTERESAR
- Viajar al espacio: ¿qué necesita un peruano para convertirse en astronauta?
- Iquitos para el turista joven: locales nocturnos, nuevos restaurantes y actividades de aventura
- Michael Sayman: el ingeniero de madre peruana y la increíble historia de cómo conquistó Facebook, Twitter y Google
- ¿Cómo es tu amor por el Perú? Somos te invita a ilustrar su portada por Fiestas Patrias
Contenido Sugerido
Contenido GEC