En cuanto Karina Condori cogió el teléfono para dar esta entrevista, llegó a casa su marido con unos 20 pescados chicos. El hombre había salido hacía algunas horas con su cordel para pescar desde el roquerío el almuerzo de ese día, pero anduvo de suerte y logró pescar también la cena y hasta una comida más.
El marido de Karina es pescador, pero desde marzo no ha podido trabajar porque la pandemia ha detenido casi por completo la pesca en el puerto de Quilca, un pequeño distrito costero de la región de Arequipa donde apenas viven unas 700 personas entre ellas él, su mujer y sus dos hijos de 9 y 19 años.
El 1 de julio, el gobierno peruano levantó la cuarentena en gran parte del país, pero Arequipa continúa confinada debido a la gran cantidad de contagios por COVID-19. Por eso, si en Quilca normalmente salían al mar unos 150 botes, hoy no lo hacen más de 10, cuenta Hugo Alarcón, el alcalde del distrito.
Karina tampoco ha podido trabajar. Ella forma parte de la Asociación de Mujeres Emprendedoras del Puerto de Quilca, iniciativa que reúne a 33 mujeres que trabajan organizadas ya sea pescando, desembarcando el pescado, preparando las redes o el hielo que llevan los barcos cuando salen al mar, y hasta coordinando las faenas de pesca.
La asociación, que ya casi tiene ocho años, le ha permitido a las mujeres de Quilca tener un ingreso independiente al de sus maridos, todos ellos pescadores también. Por eso, a Karina le gusta pertenecer a ella “porque siempre hay cositas para poder sobresalir, para no solo depender del marido y como mujer poder salir adelante”, dice. Pero la pandemia lo ha detenido todo.
Ya van más de cuatro meses que ni un solo ingreso llega a la casa de Karina, a excepción de un bono de 760 soles que le entregó el gobierno. Con ese dinero pudo comprar arroz, aceite, azúcar, fideos, leche, atunes, sal, menestras, pero todo eso “ya me lo comí”, cuenta. Aún así, Karina no se angustia porque “siempre hay para la olla”, dice, como los 20 pescaditos que piensa preparar fritos y que guardará en parte para los días que siguen.
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La cadena de mujeres
Antes de que el coronavirus llegara al Perú, Fabiola Oviedo, la presidenta de la Asociación de Mujeres Emprendedoras del Puerto de Quilca trabajaba para un comprador de pescado que a su vez vendía el recurso en distintos mercados y terminales pesqueros del país. Un intermediario, según la jerga del rubro.
El trabajo de Fabiola consiste en asegurarse de que los barcos que van a salir a pescar la mercancía para su patrón, lleven todo lo necesario a bordo para resistir hasta 12 días en el mar. Para ello el capitán del barco recibe dinero por adelantado para comprar, además de combustible, los víveres para alimentar a la tripulación y el suficiente hielo para conservar el pescado a bordo.
De esto último se encarga Otilia Chacón, otra mujer de la Asociación. Ella cose los 40 o 50 sacos de hielo que, en promedio, lleva cada barco por viaje de pesca. Luego, un hombre se encarga de cargar los sacos de 70 kilos cada uno y llevarlos a la bodega de la embarcación.
Días después, cuando el barco regresa, Otilia desembarca en cajas el pescado. “Una persona que no sabe, ve y dice ¡qué fuerza tendrán las señoras!, ¡cómo lo hacen!, pero es cuestión de costumbre”, dice Otilia, aunque asegura que “cualquiera no lo hace tampoco”, porque cada caja pesa entre 30 kg y 35 kg.
Terminado el trabajo, Otilia recibe la paga tanto del hielo como de la descarga. Unos 100 soles por tonelada repartidos entre dos. La ganancia varía así dependiendo de cuánta pesca llegue a puerto y “si ellos no traen nada, entonces tampoco ganamos nosotras”, dice Otilia.
Karina también hace ese mismo trabajo en verano, cuando es la temporada del perico (Coryphaena hippurus). En invierno, en cambio, se dedica a ‘encabalgar’ las redes, es decir, a ponerles plomo y corcho.
Las 33 mujeres que conforman la Asociación trabajan así en diferentes ocupaciones en la cadena de pesca. Son hijas, esposas, sobrinas y nietas de pescadores. Pero al comienzo, cuando formaron la asociación, Fabiola cuenta que fueron criticadas “y no solamente por los pescadores, sino también por nuestros mismos esposos”, dice. Además, en el muelle ya había grupos de trabajadores hombres y “nosotras nunca vamos a poder competir con la fuerza de ellos”, reconoce. Sin embargo, Fabiola cree que en empeño y responsabilidad son insuperables y que, por lo mismo, muchos pescadores prefieren trabajar con ellas.
A Otilia la conocen en el puerto de Quilca como La Muñeca “aunque no tengo nada de muñeca”, dice. Ese es el apodo que le han puesto y por el cual es conocida en toda la costa sur del Perú, porque cuando no hay trabajo en Quilca, Otilia recorre todas las caletas de la zona desembarcando pescado.
Con su trabajo logró que sus cuatro hijas fueran a una universidad nacional en Arequipa. La mayor, de 26 años, es asistente social y ahora, en tiempos de pandemia, es la única que está trabajando y aportando a la economía de la casa. Las otras tres aún no han terminado sus estudios de ingeniería de materiales, biología y administración.
Asociarse les permitió a las mujeres postular dos proyectos al Programa Nacional de Innovación en Pesca y Acuicultura (PNIPA) para obtener fondos que les ayudaran a emprender un negocio colectivo para darle valor agregado a los productos pesqueros de Quilca y así incrementar sus ingresos.
Uno de ellos consiste en tener un túnel de congelamiento, es decir, “como un frigider grande”, explica Fabiola, donde se pueden almacenar hasta dos toneladas de perico, que es, junto a la pota (Dosidiscus gigas), el principal recurso que extraen los pescadores de esta caleta.
“Hay temporadas en que el perico se pone bastante barato entonces podemos congelarlo y sacarlo cuando el precio mejora”, dice la presidenta de la Asociación. La idea también incluye ofrecer el pescado, empacado y sellado al vacío, a los supermercados durante los meses en que no hay turismo.
El segundo proyecto consiste en una pequeña planta de secado y ahumado al vapor. “Es como un horno donde se seca y se le hace un ahumado especial al pescado”, cuenta Fabiola. El proyecto incluye mostradores, refrigeradores y una máquina de sellado para poder vender a los turistas el producto al vacío y con una marca propia.
Las mujeres estaban entusiasmadas. La buena idea que se traían entre manos era un ejemplo de una buena organización para lograr una pesca sustentable. Las comunidades costeras, “en muchos casos terminan viviendo el día a día y para poder solventar sus familias extraen más recursos, construyen más embarcaciones, lo cual a largo plazo se vuelve insostenible”, explica Nicolás Rovegno, especialista del programa marino de WWF. El objetivo de la Asociación de mujeres emprendedoras de Quilca apuntaba, justamente, a obtener mayores ganancias sin aumentar la extracción de recursos marinos. La pandemia, sin embargo, truncó los planes.
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La pandemia paró todo
El perico y la pota son las dos principales especies que se pescan en Quilca. La primera se captura en verano, entre diciembre y febrero, y la segunda en invierno, a partir de junio. Hombres y mujeres esperan ansiosos estas dos temporadas que son las que les permiten ahorrar para el resto del año.
Cuando es la época del perico, las mujeres pueden hacer entre 70 y 80 soles diarios haciendo el hielo y la descarga de los botes, cuenta Fabiola. Pero la temporada más esperada es la de la pota “porque es la que mueve más gente y sobrepasamos los 100 diarios”, dice.
Sin embargo, el Consorcio de Investigación Económica y Social del Perú advierte que la dependencia a un solo recurso o dos hace de Quilca un distrito vulnerable ya que si estos recursos escasean, los pescadores no tienen alternativas.
Además, el Consorcio advierte que esa vulnerabilidad se agudiza si se considera que los pescadores dependen de un intermediario para vender sus productos. Si estos actores se ausentaran, el impacto en los pescadores sería inevitable.
El problema es que en Quilca ambas circunstancias llegaron casi simultáneamente y “el municipio se está cayendo a pedazos”, dice el Alcalde.
“Antes de que llegara la cuarentena, la temporada de perico estuvo mala”, cuenta Karina. La última vez que su marido salió a pescar volvió con 600 kilos de perico, pero normalmente llega con una tonelada y media o dos.
Además, Karina agrega que aún cuando el perico puede llegar a costar 14 soles el kilo, el verano pasado no costó más de 7 soles. En resumidas cuentas, “había poco pescado y además estaba muy barato”, cuenta.
Como no tuvieron mayores ingresos, no pudieron ahorrar ni comprar víveres para el resto del año como suelen hacerlo. “No se pudo comprar o guardar pan para mayo”, dice Karina. Pero todavía les quedaba la temporada de pota y quizás ahí sí tendrían suerte. Sin embargo, la pandemia llegó un mes después.
El 15 de marzo, el gobierno peruano declaró el estado de emergencia, cerró sus fronteras e impuso una cuarentena obligatoria para contener la pandemia. Solo se permitió que los sectores esenciales siguieran operando, entre ellos la pesca artesanal para el consumo humano. Sin embargo, muchos pescadores decidieron no salir de sus casas por miedo al contagio. Según el alcalde de Quilca, actualmente son entre 24 a 30 las personas contagiadas por COVID-19 en el distrito y ni una sola persona ha fallecido, pero Quilca solo cuenta con una pequeña posta de salud. “Si es que nos llega a pasar algo a nosotros o a nuestros hijos no hay nada en la posta”, dice Fabiola. El hospital más cercano está a una hora de camino pero es pequeño y no da abasto por lo que, ante cualquier emergencia, los habitantes de Quilca tendrían que ir a Arequipa. Esta ciudad, sin embargo, está a cuatro horas y “nosotros vivimos el día a día. No vamos a tener el dinero que se necesita para viajar hasta allá”, explica.
En junio comenzó la temporada de la pota y los pescadores se organizaron para que salieran algunos botes, pero al igual como pasó con el perico regresaron del mar con casi nada. “Esperábamos con la pota poder recuperar pero tampoco salió ese recurso. No hay nada. En todo el litoral no hay pota. Todo se ha juntado”, dice Otilia, aunque Fabiola agrega que de todos modos “si la hubiera, no hay quien la compre porque no hay exportación por el tema de la pandemia”, dice.
Cuatro son los intermediarios que compran el recurso que obtienen los pescadores de Quilca, entre ellos el jefe de Fabiola por lo que ella también se ha quedado sin trabajo.
Sin dinero, las mujeres de la Asociación de mujeres de Quilca tampoco pudieron seguir avanzando en sus proyectos aunque estos habían sido bien calificados por el PNIPA. “Lo único que faltaba era ir a firmar el contrato para hacer la negociación de qué empresas nos iban a vender los implementos que nosotros necesitábamos”, cuenta Fabiola. También tenían que aportar unos 5000 soles por proyecto para adjudicarse los fondos del PNIPA. Pero la mala temporada de perico hizo imposible que las mujeres reunieran el dinero a tiempo y la pandemia terminó por ahuyentar estas posibilidades. “Todo ha quedado en nada”, dice Fabiola.
Por ahora, los habitantes de la caleta de Quilca se apoyan unos a otros para que no falte la comida. “Como el sitio donde vivimos no es tan grande, es como una sola familia porque todo el mundo nos conocemos. Nos damos la mano”, dice Karina. Las mujeres van al muelle a preparar el hielo para los pocos botes que salen al mar y a cambio los pescadores les pagan con algo de pescado para llevar a casa y cocinarlo.
El alcalde Hugo Alarcón reconoce que el municipio ha agotado los recursos que tenía y que, según dice, “son bajísimos” por lo que no será posible apoyar económicamente a los pescadores de la caleta. De hecho, señala que en Quilca “no contamos con agua y desagüe. Imagínese un pueblo que no tiene ni agua ni desagüe. Es un pueblo atrasado”, dice.
La municipalidad recibió del Ministerio de Salud 200 pruebas para descartar contagios por Covid-19, sin embargo, éstas no fueron suficientes. Según Alarcón, el municipio se encuentra gestionando al menos 200 pruebas más para que los pescadores puedan salir a pescar y así poder reactivar la abatida economía del distrito.
El artículo original de Michelle Carrere fue publicado en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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