Las diez de la mañana fue la hora más esperada del sábado 21 de febrero de 1959. En ese momento arribaba a Lima el avión real a cuatro motores “Bristol Britannia”, de la línea inglesa British Overseas Airways Corporation (BOAC), que trajo desde México (con escala en Panamá) a Su Alteza Real (SAR) la Duquesa de Kent, Marina, y a su hija, la princesa Alejandra de Kent. Era una gira de “buena voluntad” por cuatro países latinoamericanos: Perú era el segundo país, Chile sería el tercero y Brasil el cuarto, desde donde retornarían a Inglaterra.
Del aeropuerto de Limatambo, donde las recibieron residentes de las colonias británica y griega, autoridades y hasta los Húsares de Junín vestidos impecablemente (lo que impresionó a la joven princesa), la comitiva se dirigió a la residencia de la Embajada británica en Lima, ubicada en Pablo Bermúdez esquina con Arenales, en Santa Beatriz. Entonces ese punto era un lugar tranquilo, con otras residencias alrededor. Llegaron al Perú para permanecer once días: hasta el 3 de marzo de 1959.
La primera planta de la inmensa mansión en Lima fue acondicionada adecuadamente para alojar a sus Altezas Reales y a su séquito, donde figuraban empleados de la embajada, secretarios personales y, además, un grupo de periodistas de medios diversos como el diario “Daily Express”, “agencia Reuters”, “London Press Service”, “The Times” y la “BBC” de Londres, entre otros.
La residencia recibió una remodelación completa del frontis, con cortinas de encaje y alfombras traídas de Londres. El esmero estaba a la altura de las ilustres visitantes. La limpieza dentro y fuera de la elegante casa fue escrupulosa. Era tanto el equipaje de la duquesa que, al no poder calcularse la cantidad exacta de maletas, la Embajada contrató un camión especial para su transporte desde el aeropuerto. La antigua princesa Marina de Grecia, era famosa por sus numerosos y finos vestidos de diseño, provenientes de Londres y París.
Fue realmente un acontecimiento para el país, pues la Duquesa de Kent era viuda del príncipe Jorge, Duque de Kent, quien falleció en 1942 en un accidente aéreo en Escocia. Jorge también vino al Perú, pero en 1931 (tres años antes de casarse con ella), acompañando al príncipe de Gales, su hermano, quien luego renunciaría a la corona británica como Eduardo VIII en 1936.
La duquesa era todo un personaje de la realeza europea: princesa de Grecia y Dinamarca e hija del príncipe Nicolás de Grecia y de la duquesa Elena Vladimirovna de Rusia, la visitante de Lima venía a ser nieta del emperador Alejandro II de Rusia. Aparte de sus pergaminos reales, llegaba con el peso de sus numerosas condecoraciones académicas, militares y humanitarias.
Era una mujer culta, elegante y solidaria, con carácter para enfrentar las presiones de vivir en medio de la Realeza Británica y, a la vez, criar a sus tres hijos huérfanos de padre. Una mujer que asumió su responsabilidad en la Segunda Guerra Mundial, incorporándose al servicio de enfermería tras llevar cursos de primeros auxilios y ser voluntaria en la enfermería naval. La Cancillería que lideraba el doctor Raúl Porras Barrenechea, en el gobierno de Manuel Prado, preparó con cuidado su estadía, junto con las autoridades británicas en el país.
Justamente, hacia fines de la década de 1950 su hija, la joven princesa Alejandra (prima de la reina Isabel II), empezó a participar con más frecuencia en los compromisos de la Casa de Windsor, acompañando a su madre a diversas partes del mundo. La Duquesa de Kent representaba muchas veces a su sobrina, la reina Isabel II, en varios actos oficiales, como hizo dos años antes, en marzo de 1957, cuando visitó Ghana en su nombre, en momentos claves de ese país africano al decidir su independencia de Gran Bretaña. Esa era su más reciente gira.
Alejandra, a sus 22 años, con una vida pública desde julio de 1954 (a los 18 años asistió a su primer baile en Londres), llegó a Lima en uno de esos numerosos viajes que asumía su madre, quien ya había viajado a toda Europa, Asia, África y en América a Canadá y EE.UU. Viuda a los 35 años, cuando Alejandra contaba con solo 5 años, la duquesa o “princesa Marina” (como gustaba que la llamaran), entendió que este gira buscaba renovar, luego de 14 años de la Segunda Guerra Mundial, los contactos con los países latinoamericanos, y el Perú no dejaba de ser estratégico para la economía británica.
Las Altezas Reales tomaron su gira latinoamericana con tranquilidad. Tuvieron una agenda nutrida, pero no absorbente, puesto que 11 días eran suficientes para conocer Lima y parte del país (si se podía). Al menos ese era su plan inicial. El día de su llegada solo asistieron a un evento, por la noche, cuando recibieron en un coctel a la prensa nacional.
El domingo 22 estuvieron desde las 11 de la mañana en la misa de la iglesia anglicana del Buen Pastor, en Miraflores, y a su salida recibieron los aplausos del público. Subieron al Rolls Royce de la embajada y pensaron en descansar, pero a último momento aceptaron la invitación para almorzar en una hacienda cercana a Lima. Siempre estaban al lado del embajador Sir Berkeley Gage y su esposa, y de la seguridad británica que nunca las perdía de vista.
Por esos días la capital soportaba cierta escasez de agua, debido a las intensas de lluvias en el interior y en la sierra de Lima; pero todo estuvo previsto y Altezas Reales no se vieron afectadas. Lo que sí las afectó en algo, al inicio de su visita, fue el intenso calor veraniego. La Duquesa de Kent había comentado el día de su llegada que “hacía calor, pero que la mañana era hermosa”. Ambas se aclimatarían rápidamente al calor húmedo de Lima.
A las 11 de la mañana, del lunes 23, visitaron el Palacio de Gobierno para entrevistarse con el presidente de la República. Cumplieron con el protocolo y de nuevo, como en el aeropuerto, la guardia de los Húsares de Junín les dio la bienvenida. En el Salón Dorado conversaron con el presidente Manuel Prado y el canciller Raúl Porras Barrenechea. Ellas condecoraron al Jefe de Estado con la Gran Cruz con Banda y Collar de la Antigua Orden de San Miguel y San Jorge, y luego ellas fueron condecoradas por el gobierno con la Gran Cruz de la Orden del Sol.
Tras un breve regreso a la embajada, visitaron por la tarde el nuevo Hospital del Seguro Social del Empleado, inaugurado hacía tres meses solamente, en noviembre de 1958, y del cual expresaron estar impresionadas “por su arquitectura e instalaciones”. Llegaron a recorrer el segundo piso (niños prematuros), el tercer piso (maternidad) y el último, el decimocuarto, donde se hallaba la residencia de médicos.
“El hospital es maravilloso”, dijo la princesa Alejandra, quien vio una “preciosa vista de la ciudad” desde esa altura. No se retiró sin dejar de firmar el libro de visitantes ilustres. Más tarde, por la noche, regresarían a Palacio de Gobierno para una cena de gala en su honor.
El martes 24 de febrero se reunieron y almorzaban en el Lima Cricket & Football Club, con gente de la Sociedad de la Mancomunidad Británica en el Perú. Por la noche, el Embajador británico las acaparó en una elegante recepción nocturna en la sede de la embajada, bajo los acordes de la banda de música de la Guardia Republicana, que interpretó música peruana y británica.
El miércoles 25 de febrero estaba fijado como el día en que las representantes de la Casa Real Británica viajarían al Cusco en un avión de la compañía Faucett. Iban a pasar dos días entre visitas a los restos arqueológicas, templos e iglesias más importantes y al Valle Sagrado de los Incas; conocerían Pisac, Ollantaytambo y Machu Picchu y dormirían en la preciosa Urubamba. Cusco se preparaba con emoción, pese al clima de lluvias por la temporada; incluso se tenía listo para el viernes 27 un viaje desde el Cusco, por tren especial, hacia la Blanca Ciudad de Arequipa.
Pero las cosas no salieron como pensaron. Y no fue por el clima, como podía sospecharse, sino por una amenaza de huelga para el jueves 26 de los empleados ferroviarios del sur. Recién en la madrugada de ese mismo día, tras muchas intervenciones y presiones, se supo que habían levantado momentáneamente la huelga, pero ya era demasiado tarde. La Embajada británica decidió suspender la visita al Cusco y Arequipa.
Los ingleses no querían correr ningún riesgo de contratiempos o, peor aún, sufrir alguna amenaza a la seguridad de las visitantes. A eso se sumó el dato técnico de la pista de decollage del aeropuerto cusqueño que entonces le faltaba algunos metros para llegar al mínimo que requería la seguridad aeronáutica británica. La tensa espera, además, había “agotado en algo las energías de las visitantes” (El Comercio, 26/02/1959).
En el Cusco todo estaba listo y el clima era perfecto, con el cielo limpio y transparente. Los diarios locales habían preparado ediciones especiales y hasta recordaron la visita al Cusco de hacía 28 años de los príncipes de Gales y de Kent (este último esposo de Marina y padre de Alejandra). Se supo que la duquesa y la princesa estaban algo desilusionadas, pero acataron la disposición de la embajada. La agenda de las Altezas Reales se había alterado y mejor era tomarlo con flemática calma.
Ese mismo 25 de febrero, como para no perder el tiempo en lamentos, la duquesa y su joven hija acudieron con trajes deportivos y cubiertas con pañuelos al “Museo Antropológico de Magdalena Vieja” (hoy Museo de Arqueología, Antropología e Historia de Pueblo Libre), donde, al lado del director Jorge C. Muelle, admiraron la riqueza del Perú Antiguo.
Quedaron sorprendidas de la belleza de los huecos mochicas y, especialmente, de las piezas de oro como vasos ceremoniales, máscaras y el Tumi, todos colocados en una caja de seguridad adhoc, ajena al público. Finalmente, la Duquesa de Kent se interesó vivamente sobre los avances en el arte textil de los antiguos precolombinos.
El jueves 26 realizaron otras visitas de carácter cultural e histórico. Pasearon por los restos arqueológicos de Pachacámac, al sur de Lima, y luego, antes de regresar a Lima, se desviaron para conocer la Ciudad de Dios, un proyecto habitacional popular que las recibió en medio de aplausos. A las 7 de la noche recién llegaron a la residencia británica.
La agenda real del día era entregada a la prensa a pocas horas de empezarla. Se guardaba cierto misterio. Por eso, el viernes 27 se presentaban como un día tranquilo, pero al final se reveló que temprano visitarían el Puericultorio Pérez Araníbar de Magdalena del Mar. Llegaron allí a las 10 y 30 de la mañana. La Duquesa de Kent atendió en el refectorio a algunas menores huérfanas con las que se encariñó, y conversó con las monjas y médicos que las atendían y con los funcionarios de la Beneficencia Pública de Lima, que administraba la institución.
Su visita fue muy comentada por el interés que pusieron ambas en los servicios que les prestaban a los menores pobres que pasan allí el verano para tener una mejor alimentación y a los huérfanos que vivían permanentemente en el local. Es aquí donde la sensibilidad de la princesa Alejandra se puso de manifiesto, demostrando mucha sencillez, carisma y empatía con los niños y niñas.
Luego de la visita al puericultorio, les llamaron de la embajada y retornaron. Tenían una agradable sorpresa: habían llegado del Cusco el alcalde de la ciudad, ingeniero Eduardo Marmanillo, acompañado del prefecto departamental Alberto Manini, quienes las entregaron a la Duquesa de Kent una vara de las que llevaban los Varayocs, los alcaldes del sur; y, para la princesa Alejandra, un traje tradicional de una joven cusqueña, que la princesa llegó a probarse. En reciprocidad, las “regias visitantes” entregaron a estas autoridades la condecoración con la Orden del Imperio Británico.
El sábado 28, por la mañana, hubo otra sorpresa para ellas: se acercaron a la residencia de la embajada, para conocerlas y entregarles un presente, los ejecutivos de Faucett, quienes habían acondicionado un avión especial para llevarlas al Cusco; incluso estuvieron los pilotos que las iban a transportar. Ellos les entregaron en la terraza de la residencia un hermoso plato de plata labrado con delicadeza por orfebres peruanos. En la leyenda, ahora con nostalgia, decía: “A la Duquesa de Kent, en recuerdo de su viaje Lima-Cusco, 23 de febrero de 1959”.
La princesa Marina o Duquesa de Kent agradeció el gesto y lamentó de nuevo de haber podido llegar al Cusco, un viaje que estaba programado especialmente para ellas. Le dieron, además, álbumes fotográficos del Cusco, en uno de ellos aparecía su esposo ya fallecido en su visita de 1931 al Cusco. La duquesa quedó emocionada. No se lo esperaba. La princesa Alejandra, por su parte, recibió un cofre de plata.
Completaron esa jornada sabatina con una visita a la hacienda Huando, donde conocieron un poco del criollismo peruano, puesto que se armó allí una “fiesta criolla”, con paseo de viandas de la costa, que las princesas degustaron moderadamente. Ya para el domingo 1 de marzo, le dieron “Día libre”. Solo escucharon una misa realizada en la misma residencia y luego reposaron el resto el día.
El lunes 2 de marzo, la Duquesa de Kent y la princesa Alejandra participaron por la mañana en una ceremonia en el Panteón de los Próceres, en el Parque Universitario, donde pusieron atención a las tumbas del General Miller y el Almirante Guise, próceres de la independencia con ancestros británicos. Hacia el mediodía acudieron a una cita importante con el alcalde de Lima, Héctor García Ribeyro.
El municipio de Lima las declaró “Huéspedes Ilustres de la Ciudad” y les fueron entregadas réplicas en plata de las llaves de la ciudad. La duquesa leyó un discurso de agradecimiento a Lima por el cálido recibimiento.
Luego, en la tarde, en San Isidro, estuvieron presentes en una reunión con la comunidad canadiense en Lima. Y en horas de la noche, el embajador británico Sir Berkeley Gage y su esposa organizaron una “cena de honor” con el presidente de la República, Manuel Prado y su esposa como invitados especiales; con ellos departieron amigablemente las Altezas Reales que ya alistaban maletas para su partida.
Entonces solo les restaba descansar y alistar para salir en la mañana del martes 3 de marzo de 1959, a las 11 y 30 de la mañana, hacia el aeropuerto de Limatambo, en Córpac -hermoso edificio que fue admirado por la duquesa- para volar a Santiago de Chile. Pero antes de embarcarse y de todo el protocolo militar, la Duquesa de Kent y la princesa Alejandra rompieron toda fórmula protocolar establecida para realizar un gesto que las pintó de cuerpo entero. El Comercio lo informo así:
“Después de haber desembarcado de sus automóviles dieron la vuelta delante de los coches para estirar la mano y despedirse en gesto democrático de los diferentes choferes que habían estado a su servicio durante los once días de visita a Lima. Después de esto, se encaminaron hacia las personalidades que esperaban desde hacía casi tres cuartos de hora”.
Minutos después, la Duquesa de Kent le diría al Jefe de la Casa Militar de Palacio de Gobierno, el general FAP Enrique Ciriani: “Me he hallado aquí como en mi propia casa, me llevo muy grata impresión del Perú y de los peruanos”. Luego subiría las escalinatas del avión, junto a su hija. En el vuelo al vecino sur, las representantes de la Realeza Británica pidieron sobrevolar la ciudad del Cusco y el lago Titicaca en Puno. Unas imágenes más para no olvidarse del Perú.
Marina, la elegante y amable Duquesa de Kent, fallecería por un tumor cerebral el 27 de agosto de 1968. Y Alejandra de Kent, una gran benefactora a sus 83 años, sigue hoy colaborando con la Casa de Windsor a la que representa en ceremonias, eventos, en la medida de sus fuerzas.
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