Su imagen nos acompaña como una estampa eterna en la memoria. Y así es para los peruanos, pero especialmente para los limeños que la amparan y veneran todo el año, pero puntualmente en octubre, el “mes morado”, el mes del Señor de los Milagros (SDLM).
Más allá del mural pintado por un creyente en Pachacamilla en una pared de adobe, a mediados del siglo XVII, y de la leyenda de que este no colapsara ante sendos terremotos que azotaron Lima en 1655 y 1687, la imagen del Cristo fue declarado en 1715 por el Cabildo limeño, “Patrón de la Ciudad de Lima”. Tres décadas después de aquello, la capital soportó el 28 de octubre de 1746, a las 10 y 30 de la noche, un terremoto devastador que destruyó Lima y el Callao, pero no el muro del SDLM.
En esas circunstancias, tanto las autoridades municipales como los propios ciudadanos acudieron al amparo de su protector. Desde ese año, la festividad principal del Señor de Pachacamilla pasó a celebrarse en octubre. Ya incorporado al imaginario social, la propia figura sacra ha motivado la sensibilidad de los artistas y religiosos de esta tierra.
La imagen artística del Señor de los Milagros
Abundaron desde los tiempos coloniales grabados del Señor, y en los primeros tiempos de la República su imagen fue consolidándose socialmente, hasta llegar a las primeras décadas del siglo XX en que los más importantes artistas plásticos como José Sabogal, Jorge Vinatea, Camilo Blas y Teodoro Núñez Ureta, le dieron vida moderna. Incluso un artista de la vanguardia expresionista como Víctor Humareda se aventuró a pintar magníficamente en óleo una escena procesional completa.
Durante el siglo XX, el SDLM se convirtió en más que una tradición religiosa de Lima; él representó y canalizó una energía social amplia e intergeneracional, en la que la unión de los peruanos a través del culto fue un elemento clave de cohesión social. Una muestra significativa de ello fue el interés periodístico y literario en el Cristo Moreno.
Escritores tan disimiles en términos ideológicos y políticos como Abraham Valdelomar y José Carlos Mariátegui construyeron en sus crónicas en la década de 1910 una imagen del entorno social y religioso que rodeaba y desbordaba la figura sacra. Ambos dibujaron con las palabras a una masa en movimiento de creyentes heterogénea; variada social y racialmente, en medio de una ciudad entre tradicional y moderna. Prosa fina, realista y crítica a la vez.
En tono más popular, el SDLM llegó a las décimas de un creador tan importante como Nicomedes Santa Cruz, quien sintetizó todas las crónicas, reportajes y ensayos en unos pocos y hermosos versos: “Paso a Nuestro Amo y Señor / andas, lienzo y candelabros. / Paso a Nuestro Salvador / el Señor de los Milagros. // La calle es un río humano / por cuyo cauce, la gente / muy acompasadamente / camina desde temprano. / “Avancen, avancen hermanos, / no estorben al cargador…”/ Grita el Capataz Mayor / que las cuadrillas comanda. / “Paso, que vienen las andas, / paso a Nuestro Amo y Señor (…)”.
El himno al Señor de los Milagros
En 1943 un himno al Cristo de Pachacamilla fue compuesto por P. Tarsicio Mori (letra) y P. David de Zurinaga (música), y empezaba así: “¡Señor de los Milagros! De Lima eres el Rey: / En el Perú Tú imperas, Tu amor es nuestra ley (…)”. Sin embargo, fue en octubre de 1953 –diez años después– que un himno, cantado aún hoy en día, se consagró gracias al concurso que organizó la Municipalidad de Lima. El evento convocó a numerosos vecinos inspirados en el Señor.
Fue elegido el canto más breve, rítmico y significativo, y resumía la fe y alegría de venerar a la imagen de Pachacamilla. Así, obtuvo el primer lugar la composición de Isabel Rodríguez Larraín. “Himno al Señor de los Milagros” es, hasta hoy, el principal cántico durante la procesión: “Señor de los Milagros / A Ti venimos en procesión/ Tus fieles devotos / A implorar tu bendición. // Faro que guía a nuestras almas / La fe, esperanza, la caridad / Tu amor divino, nos ilumine / Nos haga dignos de tu bondad (...)”. El 28 de octubre de 1953 la banda de la Guardia Republicana, en plena procesión, lo tocó por primera vez. A partir de ese año, y con más intensidad en el resto de la década de 1950, ese himno llegó a sensibilizar aún más los corazones de los cientos de miles de creyentes del Señor de los Milagros en Lima y en todo el país.
En los años 50 podía verse cada 8 de octubre, al mediodía, la primera salida de la imagen o “lienzo” del Señor de los Milagros. La figura era llevada del Monasterio de las Nazarenas a su capilla provisional en la misma avenida Tacna, bordeando la manzana de la calle. La imagen del Señor era colocada en las “andas chicas”, por lo que daba la impresión de ser cargada medio recostada, en medio de una multitud ferviente y unida. La avenida Tacna, donde está el monasterio, ya era la avenida del Señor.
En el recorrido, los vecinos limeños, desde los balcones y ventanas, lanzaban pétalos de flores al paso del SDLM, como aún hoy se hace, y ofrendaban cirios y ex votos. Era una fiesta de fe. Al llegar al ingreso de la capilla, la imagen sagrada era colocada por los capataces en las “andas de plata” con las ingresaba, concluyendo así la primera salida del año.
En esa década, ya con su himno en las voces y corazones de toda la masa, la procesión hacía un alto en un lugar particular: la Penitenciaría Central, donde hoy está el hotel Sheraton y el Centro Cívico de Lima. Allí, el director del penal cargaba las andas el breve trecho que abarcaba de la llamada “puerta colorada” a la “puerta central”, y luego salía hasta el umbral un grupo de doce reclusos. Tres de ellos elevaban tiernas plegarías, muy delicadas y arrepentidas al punto de conmover hasta las lágrimas a los devotos. En las andas dejaban sus flores y cirios y los encarcelados veían alejarse al Señor por la avenida Wilson hacía el Paseo Colón.
Así era el paso del Señor de Pachacamilla por las calles limeñas, décadas tras décadas. Un paso firme y amoroso. Un ritual que ha ido incrementándose con más oleadas de gente, pese a todo, pese a las crisis políticas, a los cambios sociales o a las preocupaciones económicas. El Señor nunca dejó sola a Lima.