De vuelta al juego
LLEGO LA HORA.
Me gusta pensar que las casualidades no son simples hechos fortuitos, sino parte de eso que a algunos les gusta llamar destino. El azar me dio una sorpresa el sábado que pasó. Estaba en la fila de los vinos de un supermercado tratando de convencer a un insistente impulsador de una marca de vodka de que yo no era Tatiana Astengo y que no le iba a firmar ni medio autógrafo, cuando sentí que alguien me pasaba la voz. Un poco avergonzada apenas lo vi, porque jamás me animé a llamarlo el día en que nos conocimos, saludé al Sr. Abogado; el mismo chico con el que hace unas semanas, mis amigos trataron de hacerme el popular corralito. Durante los fines de semana en los que huyo a la casa de playa de mis padres, uno de mis momentos favoritos es cuando mi madre y yo nos escapamos del tumulto familiar a toda velocidad. Así tenemos 20 kilómetros (ida y vuelta) para las dos solas, con el pretexto de hacer las compras. Esa mañana roncaba de lo más tranquila, cuando mi mamá me despertó para ir a Wong, así que zombie pero contenta, me lavé la cara, los dientes, me puse las slaps y subí a su camioneta. Estaba con pijama, con mi antifaz de vincha, cara de almohada, peinado Iron Maiden y feliz de la vida conversando de las cosas que pasan cuando mi madre y yo no nos vemos durante una semana o dos. Debo decir que, para ambas, esas rápidas visitas al boulevard de Asia no son un evento social, sino una simple ida al supermercado, así que me importa poco mi apariencia. Casi siempre nos burlamos de la gente que va para que la vean y para ver gente, cuando nosotras vamos a comprar tamales, jugo de naranja y lo que haga falta para volver a encerrarnos en nuestro pequeño paraíso frente al mar.
Pero ahí estaba yo, en mi facha no vengo a que me vean/ ni vengo a ver a nadie, frente al Sr. Abogado que, por supuesto, estaba bañadito, bien peinadito, con su polito de cuello, su ropa de baño, risa de oreja a oreja y más guapo de lo que recordaba.
- ¿Qué dice ahí?- me preguntó con una bonita sonrisa.
- Ah, no dice nada. Es el tatuaje que me hice que significa…
- ¿En la cabeza? – me interrumpió con una sonrisa y señaló mi antifaz.
- Ah- exclamé, sintiéndome la mujer más tonta del planeta tierra. Creo que sigo dormida –reí. Dice “Do not disturb” (“no molestar”, en inglés).
- Entonces me voy –bromeó.
- Qué chistoso –le contesté yo y de inmediato dije lo que sentí que tenía que decir desde el segundo en que lo vi: oye, disculpa por no llamar.
- No te preocupes, te voy a dar otra oportunidad –dijo y yo reí, esas palabras, tan atrevidas, me habían puesto nerviosa de pronto.
- Ah, ¿sí?
- Claro.
- ¿Cómo así?
- ¿Vamos a la playa hoy?
- Voy a estar en la playa hoy-contesté irónica.
- ¿En cuál?
- Es muy persistente, Sr. Abogado- le dije con una buena dosis de coquetería.
El solo me miró. Yo pensé, qué diablos, y le dije dónde quedaba la casa.
- Caigo a mediodía.
- Ya.
- No te tomes todo eso antes de que llegue –dijo señalando las dos botellas de vino blanco que tenía en la mano.
Me dio un beso y me dijo muy cerquita de la oreja:
- Me gusta tu pijama. Yo solo me reí y fui sonrojada a buscar a mi madre, que ya estaba pagando en la caja.
Camino de regreso, le conté sobre él. Hubo un silencio y después me hizo las típicas preguntas a las que respondí con el clásico currículum que pone contenta a una mamá: 40 años, abogado, guapo, parece buena gente, trabaja con Javier, me lo presentaron en el cumpleaños de Valeria. Y por primera vez desde que comenzó el verano mi mamá me hizo la inevitable pregunta: ¿y tú estabas así? señalando mi pijama de puntitos. Yo me alcé de hombros y le respondí riendo: ¿qué querías que me ponga para comprar papel higiénico?, ¿mi pareo de lentejuelas? Ella rió también, y seguimos camino al sur.
Un par de horas después, ya había casi olvidado el episodio supermercado-pijama-abogado cuando, echada en mi toalla leyendo mi nuevo libro favorito escuché mi nombre y al voltear vi al Sr. Abogado acercarse feliz de la vida. Bonito cuerpo además, pensé. Pero no estaba solo. Cuando me saludó me di cuenta que cargaba, además de un maletín bastante grande, un par de Morey Boogies. Me paré para saludarlo, pero no podía dejar de fijarme en las tablas fosforescentes.
-Oye, ¿y eso? –le pregunté.
-Traje una para ti.
Yo me quedé cegada por el color fucsia (¿fucsia?) de “mi” supuesta tabla y cuando pude recuperarme, le puse mi cara de “desde que tenía doce años no me subo a una de esas”. Pero pensé si ya le dije que venga, está aquí, ¿por qué no aventurarme a hacer otra cosa inesperada? Así que nos metimos al mar. La verdad, fue como montar bicicleta, no había olvidado cómo se corre una tablita de esas, lo que sí había olvidado es los revolcones que puedes dar mientras lo haces. De pronto vino la megaola y terminé de cabeza, con la parte de arriba del bikini de collar, tragué agua salada como un pelícano, y para colmo vino otra ola y me pegué un tablazo en la frente. El Sr. Abogado vino de inmediato, mismo Baywatch, en mi auxilio. Me ayudó a ponerme de pie y, muy educado, se hizo el loco mientras me arreglé el bikini y trataba de escupir la arena que tenía atracada en la garganta. Le dije que en ese momento renunciaba a las tablas. Me siguió mientras caminaba hacia la orilla, pero justo antes de volver a mi toalla, me llamó mientras sacaba de su maletín un par de paletas y una pelota. Fue precisamente en ese instante cuando me dí cuenta que estaba en una cita con Sport Billy.
Pensé que las paletitas eran como correr tabla, algo que uno recuerda como hacer, pero no. No le daba a una. Estaba aburrida, con el sabor de agua de mar en la boca, arena por todos lados y sudando como una loca. Pero como buena tarada, en vez decirle que estaba agotada, se me ocurrió decirle, como broma, que prefería el tenis.
-Mis raquetas están en la maletera –dijo entusiasmado. Eres mi chica perfecta.
Yo casi me caigo de espaldas. Uno, porque para mí la playa significa mar, toalla, libro y iPod, y dos, porque ¿desde cuando alguien se vuelve perfecto porque le sigue la cuerda a un chico hiperactivo?
-¡Vamos a jugar!
Bueno, pensé mientras arrastraba mi ya agotado cuerpo hacia donde estaba su camioneta. Subió por el acantilado hacia donde están las canchas. Ahí empezó el partido entre la mujer que busca novio vs. el abogado ludópata. Yo la verdad, me estaba derritiendo. Eran las tres de la tarde. Hacía un calor impresionante y lo único que quería era tirarme a la piscina o al mar, en lugar de estarle devolviendo los raquetazos a mí, ahora, contrincante; porque, además de ser Sport Billy, era Mr. Competencia, y estaba empecinado a terminar los tres sets, cuando a la mitad del segundo le dije: ¿sabes qué? estoy cansada y tengo que regresar a escribir. Lo que era cierto. Sport Billy me dijo que ya, que otro día terminaríamos el game (en tus sueños, pensé yo, con algo de mal humor). Pero cuando me dejó en casa de mis padres y yo estaba a punto de huir, vio por las ventanas que había en la sala un aparato que yo nunca había tocado en mi vida, simplemente porque los últimos juegos electrónicos que jugué fueron Space invaders, Pacman, Mrs. Pacman y la primera versión de Mario Bros.
- Si nos has jugado Wii, no eres nadie.
Yo casi le digo que prefiero ser un nadie que va a tomarse una cerveza en la piscina, y después, una rica siesta de tres horas, antes de jugar esa cosa desconocida. Además me sonó a esa gente que da todo por sentado y piensa que el amor es equivalente a Luis Miguel, Arjona o Benedetti, que el Sudoku es literatura y que el rey de la salud mental es Paulo Coelho. Pero bueno, cedí una vez más, por un cierto temor a estar pasando de ser una alegre chica soltera a una aburrida solterona a la que no le gustan las discotecas de Asia –como ya lo han señalado varias personas de mi entorno–. Pese a no ser una actividad que sea parte de mi rutina, jugar Wii no estuvo tan aburrido, a pesar de que perdí, obviamente, todos los juegos. Sin embargo, cuando vi que empezaba a atardecer, le dije a Billy que tenía cosas que hacer (traducción: quería descansar), y contando los segundos para recuperar mi tan ansiada soledad cuanto antes, sin importarme un pepino partido en cuatro, que me convirtiese en la mujer más aburrida del mundo. Pero, lo que no esperé jamás fue que él me preguntara que a qué hora pasaba por mi en la noche. Pero claro, cómo iba a adivinarme el pensamiento el pobre, si todo el día lo único que había hecho era pretender divertirme haciendo cosas que, por lo menos, todas en un solo round, no había hecho nunca. Nadie tiene una bola de cristal consigo todo el tiempo y la verdad yo hice todos los puntos posibles para ganarme un Oscar a la mejor actuación.
- Un trago nomás, ¿a las nueve?, ¿qué te parece? He quedado con unos amigos.
¡Bingo!, pensé. Tenía la excusa perfecta.
- Lo que pasa es que tampoco he traído ropa como para salir.
- Ponte tu pijama -me dijo.
¿Por qué los hombres te dicen de pronto algo dulce que de pronto desbarata tus decisiones mentales? En fin. Me sentí entre el hombre coqueto y la pared.
- Ya- contesté, le di un beso y entré a la casa.
No voy a negar que la pasé bien en mi primera incursión nocturna en Asia –que no haya sido para ir cenar o al supermercado– desde hace varios veranos. Mientras hablaba con el sector femenino de los amigos de Sport Billy, que me trataban de convencer del partidazo que era, de lo buena gente que siempre ha sido, de que moría por los niños, de que yo en serio le gustaba, que era dueño (ojo con el “dato”) de su casa de playa en Asia, él me miraba desde la barra, se acercaba de rato en rato para preguntarme si estaba bien y para preguntarme si quería una copa más de cava. Yo le decía que sí y hasta lo dejé convencerme de ir a bailar. En la discoteca, me di cuenta que además lo hacía muy bien; mientras me apretaba a su cuerpo, me daba vueltitas, me volvía a abrazar, nos dimos un beso-narizazo de casualidad. La culpa la tuvo Marc Anthony y las seis copas que yo ya tenía encima. Momento incómodo. Los dos nos miramos sin saber qué hacer. Mejor dicho, sabíamos que era el momento del beso, pero gracias a Dios, llegó David Bowie y todo un round pop de los ochentas. Entonces nos estuvimos riendo con el jueguito:
- ¿Te acuerdas de esta canción?
- Claro, usaba aretes rosados y me pintaba con delineador celeste.
- ¿Te acuerdas de ésta?
- Seguro tu usabas polos O.P. y pantalón blanco mismo Miami Vice.
Aún así había algo que seguía sin cuadrar. No sé era él, era yo o éramos los dos. Ni cuando me cogió de la mano cuando íbamos de regreso en su carro, terminaba de estar segura de qué cosa era lo que no iba. Entonces llegó el momento: cuando el motor se apaga con la esperanza de un beso, un agarre o un revolcón. Nos miramos a los ojos y claro que nos besamos. Ahí estaba la cosa. La madre del cordero. Para mí, fue como besar un pan; como imaginarme dándole un beso a un hermano, a un tío que no te cae o a una mujer; algo que no pone o por lo menos, no a mí. El seguía tratando de alargar eso beso y no lo estaba haciendo mal, pero estirar una química inexistente de mi lado, era imposible. Es simple, Sport Billy no me gustaba tanto, a pesar de que puse todo mi esfuerzo y lo puedo jurar sobre una Morey Boggie fucsia, sobre la cancha de tenis, el Wii, Nikita y la pista de baile de Joia. Dije sí a todo ese día/noche, menos dar algo que no sentía.
Le agradecí a Billy por la noche divertida, me despedí con una sonrisa y sin sentir para nada que era la mala de la película. Al contrario, me sentí bien por haber dado un paso adelante y darme cuenta de que ya es hora de volver al juego, a las canchas, de que puedo atreverme a salir con alguien otra vez. Quizás no con él, pero estoy segura de estar dispuesta a darme esa oportunidad. Algo dentro de mí, me dice que ya es hora. Así que, abróchense los cinturones.
CANCION PARA EMPEZAR DE NUEVO
En canción de este bonito video de Christina Rosenvinge ella se pregunta cuál es la distancia (que también se puede traducir en términos temporales) adecuada. Lo mismo me pregunto yo. Ella corre, pero no me queda claro, si se está acercando o alejando.
Aquí les dejo el tracklist del soundtrack de Busco Novio.