Ollantaytambo es hoy
Ollantaytambo es uno de mis lugares favoritos del mundo entero.
Ya sé que he dicho esto de Tipón, Yucay, Urubamba, Cusco, San Blás y más. Tal vez todos sean mis lugares favoritos (todos son paralelos). Sin embargo, Ollantaytambo tiene algo especial y es que es uno de los sitios mejor conservados. Cada vez que voy me enamoro otra vez de Cusco, de su historia, de sus leyendas, de su gente y de la persona que va conmigo a todos lados.
Ollantaytambo tiene la magia intacta. Es pequeño y pese a ser muy turístico (de ahí salen los trenes a Macchupicchu) se respira tranquilidad, silencio. Apenas una radio a pilas que sale de alguna chichería. Su callecitas, perfectamente cuadriculadas, son como pasajes a otra dimensión y realmente me parece que al voltear la esquina me voy a cruzar con Manco Inca. Nada de eso pasa. Solo mi pecho se infla de luz, de aire claro.
De acuerdo al libro “El Valle Sagrado de los Incas”, de los hermanos Fernando y Edgar Elorrieta, Ollantaytambo fue uno de los lugares administrativos más importantes en el Incanato. Según sus investigaciones, el origen y consecutivo desarrollo del imperio incaico, se habría originado en esta área.
Existen complejos religiosos y astronómicos que delatan su importancia. Uno de los más alucinantes es el perfil de 140 metros de un hombre, esculpido sobre uno de los lados del cerro Pinkuylluna. Se trataría de Wiraccochan, un peregrino enviado desde Tiahuanaco a crear un nuevo centro de luz en el mundo. Así recorrió desde Bolivia hasta Ecuador, llevado la buena nueva, enseñando a los hombres de agricultura, plantas medicinales, de reciprocidad. “Vestía una túnica andrajosa, el cabello corto, una corona y un báculo como los que llevaban los sacerdotes y astrónomos antiguos. Dicen que llevaba a cuestas un bulto en el que transportaba dones con los que premiaba a los pueblos que lo escuchaban”, cuentan los Elorrieta. Es decir, Wiraccochan era un hippie.
Cerca del pueblo hay un campo agrícola llamado Pacaritampu o Pacaritambo. Está medido con regla, tanto así que en el solsticio de invierno (finales de junio) la luz del sol atardece proyectada sobre una pequeñísima parcela de donde se dice “surgieron” los hermanos Ayar, fundadores míticos del Cusco. Asimismo, en toda el área de Ollantaytambo hay vestigios que apoyan la leyenda, como una roca gigante con forma de cóndor, que sería el rebelde Ayar Cachi petrificado.
A mí me fascinan estas cosas. No sé a ustedes. Creo que el universo es matemático y funciona con compás. Los antiguos pobladores de nuestro país entendieron esto rápidamente y todo lo hicieron en consonancia con los movimientos cósmicos. La muestra máxima es el complejo arquitectónico principal de Ollantaytambo, que visto desde el cerro Pinkuylluna tiene la forma de una llama enorme. Como les conté en El mapa de arriba sobre el mapa de abajo, la llama “despierta” el día del solsticio (el sol le cae directamente al ojo) urgente a traer agua porque es plena época de helada y sequía. Mientras ella va al mar, su constelación en el cielo se hunde hacia el oeste (el mar) y luego aparece en noviembre con las primeras lluvias, que es el agua traída por la buena llama. Me parece que es poesía hecha arquitectura, o arquitectura hecha poesía. Es un diseño hermoso, asombroso, que revela cómo vivían los hombres en ese entonces, programados de una manera que hoy, tristemente, hemos mayoritariamente olvidado. Sin embargo, Ollantaytambo y muchas comunidades de Cusco recuerdan y viven bajo ese modelo aún, consultando a las montañas y las estrellas el momento correcto para sembrar, pidiendo a las constelaciones por la salud de la familia, sirviendo el primer sorbo de cerveza a la pachamama y después ellos.
Por esto y mucho más, Ollantaytambo es la ecuación de un problema solucionado. Todo parece complejo pero es muy simple. Para mí, se trata de una vuelta consciente a la tierra, nada más. Podemos tener una vuelta consciente a la tierra también en nuestras oficinas en San Isidro, o en la Orión en plena Pershing. Creo que solo se trata de reprogramar nuestro chip, ponerlo en “modo universo”, recordar que todo tiene un orden, una forma de ser que es geométricamente perfecta y sagrada, y que nosotros somos una piecita más, un pedacito único e insustituible que mueve también a la gran máquina. En la práctica puede ser predicar cariño, abrazar fuerte a todos, escuchar al hippie loco, no creer todo lo que dice la tele, bendecir nuestros alimentos, bailar calato y dormir profundamente agradecidos porque mañana, nadie sabe.
Como dijo el gran Cerati: “Siempre es hoy”.
Pd: Las fotos que ven a continuación fueron tomadas desde el cerro Pinkuylluna.
Pd2: El pasaje a Ollantaytambo cuesta 10 soles, los buses salen en el paradero de la Calle Pavitos. Hay hospedajes desde 30 soles. Si va en pareja, Ollantaytambo es como ir a Venecia, pero sin góndolas. Feeling.