Carlos Legoas: un ranger con sangre peruana en Vietnam
Nadie podía presagiar que ese niño huaralino que vivía por la Unidad Vecinal Nº 3, en los años 50, se convertiría en un ranger en Vietnam, y tras misiones en Centroamérica y Europa, concluiría su carrera en Irak. La vida de Carlos Legoas Gutiérrez es una novela épica.
Carlos Legoas tiene hoy 64 años y la expresión de un hombre satisfecho con la vida. Es un pacífico vecino en una zona residencial en Miami, pero más de 30 años en el ejército norteamericano dicen de sus agallas para enfrentarse a todo, incluso a la muerte.
Vietnam en la mira
Y la muerte se le presentó una tarde de otoño de 1969, en la cima de un valle vietnamita, cuando observó cómo un soldado del “Viet Cong” se acercaba a su posición entre la espesura de la selva. Esos breves segundos no se le quitan aún de la mente.
“Lo veía venir y le apuntaba. Él no me veía, solo lo hizo cuando lo tuve a cinco metros de distancia”. La Kalashnikov del vietnamita giró levemente hacia el peruano que nunca dejó de apuntar. Y como si fuera un vaquero del viejo Oeste, disparó justo antes de que el enemigo lo hiciera.
“Me acuerdo claramente: bailó en el aire, y luego cayó”. Tras un tiroteo, Legoas y un compañero regresaron ante el caído. Levantaron el cuerpo, revisaron su mochila y hallaron material criptográfico, un mapa, un retrato de Ho-Chi-Minh, un diploma, una medalla y una foto del propio combatiente.
El diploma y la medalla eran un reconocimiento por haber matado a 25 soldados americanos en la batalla de la montaña Nui Ong, el 23 de marzo de 1969. La voz de Legoas suena a metal, pero no deja de ser íntegramente humana, sobre todo al detallar las escaramuzas nocturnas, las escenas de compañerismo y los raptos de coraje de su equipo ranger durante los 18 meses que estuvo en esos parajes, entre 1969 y 1970.
“Uno vivía siempre en tensión, especialmente cuando empezabas a vestirse con el traje camuflado, a pintarte el rostro y a ponerte las municiones. Era como un ritual”, cuenta. A sus 25 años, Vietnam le había marcado la vida. Lo asignaron primero a la 173 Brigada de Paracaidistas, y al mes lo reclutaron para formar la Unidad de Rangers. Su unidad de siempre.
Retornó para radicar en Estados Unidos a fines de 1970 con una Medalla de Bronce en el pecho, y al lado de su joven esposa también peruana, Deyanira Ormaeche. Ya casi ni recordaba que antes de enrolarse en el ejército norteamericano, en 1968, había iniciado estudios en la Universidad de Miami, y cuatro años antes había llegado de Lima a Miami, como un joven estudiante de piano.
Un militar por el mundo
Su carrera siguió en Panamá, donde su misión fue defender el Canal de Panamá. Fueron cinco años. Poco antes de irse, conoció al Coronel Marco Antonio Noriega. “Entonces parecía una buena persona, trabajaba en el G-2, en el servicio de inteligencia, con el General Omar Torrijos”.
Pero Legoas no se quedó para ver el final de Noriega, lo destacaron a Alemania donde aprendió técnicas de seguridad de documentos. Luego a Italia (Vicenza), donde recaló dos años más.
Al regresar a Estados Unidos, y pasar un tiempo en Puerto Rico, vivió una aventura más con sus colegas: la invasión de Granada, en octubre de 1983. Dos meses después dejó esa isla, junto con toda la tropa americana, y volvió a la 82 División Aerotransportada.
Viaje a Bagdad
Con el cargo de Sargento Mayor del Comando, en Miami, se retiró del servicio activo. Pero solo por unos años, pues siguió preparándose y obtuvo una maestría en Educación. Y postuló a través de un grupo especial para trabajar en Irak. Tenía 60 años. “Llegué a Bagdad en octubre de 2006, me contrataron como Instructor de liderazgo y trabajé en el Centro de Ética Profesional”.
El soldado de 60 años se instaló en el pueblo de Rustamiya, en la región de Bagdad, una de las más peligrosas del país. “Casi todos los días recibíamos proyectiles de los insurgentes, ya sea de mortero o de Rocket”, narra, como si fuera algo de rutina.
“Una mañana estaba trabajando cuando escuché los tubos que sonaban fuera de la base. Entonces me metí en una especie de caseta hecha de concreto y con sacos de arena. Escuché los impactos y al cuarto dejé de contar”.
Legoas hizo su propia “Escuela de Chorrillos” en tierras iraquíes. “La situación era convencer a los líderes iraquíes de que el programa era beneficioso para ellos. Y al mismo tiempo hacerlo con la Coalición”, cuenta con la certeza de la misión cumplida.
La Navidad del 2009 la pasó en Irak, pero el Año Nuevo sí estuvo en casa. A pesar que en marzo del 2010 las fuerzas de la Coalición en Irak le hicieron una oferta laboral para quedarse en Oriente, Legoas decidió quedarse y empezar un nuevo trabajo como Asesor de Adiestramiento de las Fuerzas Conjuntas y Combinadas del Comando Sur, en Miami, Florida, a tres cuadras de su casa.
Ahora el veterano de Vietnam piensa que ya es tiempo de estar con la familia. “Creo que he cooperado con mi granito de arena con el ejército americano en la defensa de la democracia”, dice, y luego enmudece. Al escucharlo uno se queda con la impresión de que un antiguo guerrero espartano se ha reencarnado en él, en el cuerpo de este peruano, un soldado del mundo.
(Carlos Batalla)
Foto: Archivo Personal