Una lluvia de conciertos
El boom de los conciertos y la masiva asistencia de fans han convertido al Perú en paradero obligado de cantantes y grupos en plena vigencia musical. En enero de este año, el concierto de Metallica atrajo a 50 mil fanáticos no solo del interior del país sino también de Ecuador y Bolivia. En los dos primeros días de venta, en marzo, se vendieron 10 mil entradas para ver este sábado a Aerosmith en el Monumental. Ahora las 33 mil entradas están casi agotadas. Pero esta euforia musical comienza a desatarse durante la añorada década del 80. Los jóvenes que crecieron reprimidos por la dictadura abrieron sus mentes y comenzaron a cantar y bailar sin importar el idioma.
Los primeros en apoderarse de coliseos y estadios fueron los argentinos de Soda Stereo y Charly García. Este último protagonizó un escandaloso incidente allá por 1987 cuando durante un concierto se bajó los pantalones ante la mirada atónita de sus seguidores. El Coliseo Amauta y el estelar de la Feria del Hogar vibraron con el rock en español y el desenfreno de los jóvenes. Sin embargo, fue un grupo francés el que alborotó Lima y puso los pelos de punta a los políticos más conservadores: Indochina.
Los rockeros franceses visitaron nuestro país en abril de 1988. Su llegada se debió al auspicio de la Alianza Francesa y Radio Panamericana que tocaba sus canciones intensamente. La nota “pintoresca” la puso el diputado Abdón Vílchez Melo, quien lanzó una serie de disparatadas acusaciones contra la banda y la promotora de espectáculos Show S.A.
Para el político, las canciones de Indochina tenían mensajes diabólicos que atentaban contra la moral. Sus acusaciones cayeron en saco roto, pues la acogida del público fue tal que tuvieron que programar cuatro presentaciones. El lugar escogido fue el Coliseo Amauta. El rock de los europeos armó una fiesta donde 15 mil chiquillos corearon “Canary bay” y “El tercer sexo” durante dos fines de semana consecutivos.
El inicio de la década de 1990 estuvo marcado por la crisis económica y los atentados terroristas. Pero esta situación, que aún resonaba, no fue impedimento para que en 1995 dos leyendas vivientes tocaran en el Estadio Nacional. El primero en llenar el coloso de José Díaz fue el ex vocalista de Génesis, Phil Collins. Unas 30 mil almas corearon sus temas aquella noche de abril. Una neblina londinense se apoderó del escenario creando el marco perfecto para que Collins y sus músicos embrujaran al público.
El mes patrio tuvo sabor a revancha para una leyenda de Woodstock: Santana. En 1971 la dictadura de Velasco hizo correr al cantante y a sus músicos de la capital. En esos años todo aquello que representaba libertad de pensamiento y expresión estaban vetados.
Dos décadas tuvieron que transcurrir para que el cantante de “Black magic woman” hiciera vibrar a sus miles de fans que abarrotaron el Nacional. Durante las tres horas que duró el concierto, Santana lanzó mensajes como este: “Si buscas cambiar el mundo, no se hace con balas sino con compasión, luz y justicia.” La voz del hippie de Woodstock estaba más viva que nunca.
En menos de diez años hemos pasado de tener dos conciertos anuales a casi cuatro mensuales. Sin dictaduras ni terrorismo de por medio, el único impedimento para no ir a un concierto sería el factor económico. Es común leer en Facebook los lamentos de los fanáticos que han reventado la tarjeta de crédito para ver a sus ídolos. Disfrutemos de esta luna de miel pues nadie nos quitará lo bailado.
(Lilia Córdova Tábori)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio