El uniforme escolar "gris rata" nació hace 40 años
Se estrenó el 1 de abril de 1971 con los más pequeños, pero el 30 de noviembre de 1970 el Gobierno militar del general Juan Velasco Alvarado (1910-1977) dio a la prensa los detalles de lo que sería este uniforme tan recordado por aquellos que cursaron estudios en Primaria o Secundaria desde la década de 1970. Aunque ya hace años que no es obligatorio, el conocido popularmente como uniforme “gris rata” perdurará en la memoria de todos los que lo vistieron alguna vez en sus vidas.
Si hablamos en sentido estricto, el Uniforme Escolar Único constaba de una camisa de popelina (blanca), sport, de manga corta, sin hombreras; un pantalón largo (gris), sin pliegues delanteros y sin basta, y finalmente las medias que debían ser también grises, así por lo menos indicaban las autoridades gubernamentales.
Había tal meticulosidad en las decisiones del sector Educación, que se fijó que los zapatos “serán llanos y sin punteras”, y que la chompa gris, “de lana en punto llano”, la misma se usará “cerrada con escote en ‘V’ y mangas largas”, lo cual podía variar según las condiciones climáticas o la salud del menor.
Estas disposiciones se oficializaron días después, el 3 de diciembre de 1970, cuando el Gobierno militar expidió la Resolución Directoral N° 953-IC-DGI-70, en la que se establecieron puntualmente las normas técnicas e industriales del uniforme estudiantil.
Para ello, se constituyó el Comité Especializado de Uniformes Escolares, integrado por representantes “de la Técnica, Producción y Consumo”, el cual aprobó cada detalle del nuevo ajuar estudiantil (menos los zapatos).
Normas de la vestimenta escolar
El Comercio en su edición del 1 de diciembre de 1970 explicaba el trance que significó aquel cambio de vestuario, incluyendo el detalle de las insignias. Estas serían “de plástico de 5 por 7 centímetros con el distintivo de cada colegio; se llevará en la parte superior izquierda de la camisa o de la chompa”.
Pero los más pequeños que se iniciarían en el colegio en 1971, iban a asumir reglas más especiales, ya que se estipulaba que los menores del primero y segundo grados de Primaria usarían pantalón corto y medias grises “de tipo sport, de tejido acanalado, hasta la rodilla”.
Las alumnas tenían las mismas condiciones en el vestuario y en los colores que sus compañeros, salvo, obviamente, la falda. Esta debería cumplir ciertas condiciones: “Hasta la altura de las rodillas (…) con un tablero adelante y cruce completo atrás. La falda se sostendrá con tirantes en forma de ‘H’ en la parte delantera y cruzada en forma de ‘X’ en la parte posterior”. Las medias grises, para variar, llegarían “hasta la parte inferior de las rodillas”.
Era la primera vez que los peruanos leían ese tipo de instrucciones. En medio de tan estrictas medidas, hubo algunas prendas opcionales. Ya casi pocos los recuerdan, pero los escolares de entonces tendrían la posibilidad de lucir unos hermosos ponchos. Eso sí, tenían que ser de lana, rectangulares, sin flecos y con escote en “V”. Para las mujeres el poncho era rojo, y para los hombres, azul.
En los años 70 y 80 se podía ver a muchas estudiantes de distintos colegios privados y públicos lucir sus coloridos ponchos, pero mucho menos a los hombres. Y es que nadie quería parecer un “chalán junior azulado”. La otra prenda opcional, para los más pequeños (del Preescolar y Primaria), que se instituyó en esa fecha, fue el mandil de dril, color gris perla, con bolsillos en la parte delantera y un cinturón.
Entre el autoritarismo y la necesidad
Una muestra reveladora de que fue una imposición gubernamental a la ciudadanía, sin opción a réplica ni alternativas, es que en el mismo Reglamento del Uniforme Escolar del Ministerio de Educación se indicaba que el uso era obligatorio para asistir a clases, así como a los actos y ceremonias oficiales. Además, amenazaban al estudiante imprudente (y a sus padres) al ordenar que estaba “terminantemente prohibido alterar las formas y colores y dimensiones de las prendas, y usar otros no contempladas en el Reglamento”.
El entonces ministro de Educación, general Alfredo Arrisueño Cornejo, quien hacía una semana apenas había sido ascendido al grado de general de División (antes era general de Brigada), había expedido días antes, el 27 de noviembre de 1970, la Resolución Directoral N° 924-ICDGI-70, que normaba técnica e industrialmente “la calidad que debe cumplir el calzado para escolares”.
En este documento oficial se añadían complejas tablas, con hormas y especificaciones sumamente técnicas, muchas veces incomprensibles para el hombre común. En estas tablas se planteó la confección del calzado para mujeres de los números 21 al 40, y para hombres del 21 al 42. Pero la resolución olvidó un detalle clave: no fijó el color de los zapatos colegiales. No obstante, como casi todo era oscuro, estos quedaron de color negro.
Esos primeros días de diciembre de 1970 la comidilla en las esquinas de los barrios, en los bares y oficinas era cómo se verían sus hijos e hijas con esos adustos modelos escolares. De esta forma, se anunciaron también -el 2 de diciembre- los uniformes escolares para el recordado curso de Educación Física (si te tocaba los viernes a la “última hora” era fijo que te quedabas jugando fulbito hasta las 2 ó 3 de la tarde).
Para este curso, los muchachos debían ajustarse los pantalones cortos de color azul, las medias y zapatillas blancas y la camiseta también blanca, con el nombre del curso escrito en el pecho, y, en los casos más apegados a la letra, con el Escudo peruano estampado a todo color en el centro del polo. Mientras tanto, las muchachas vestidas de riguroso blanco, debían lidiar con el short-falda que de cómodo parecía tener poco.
El aporte de Mocha Graña
Pero, ¿de dónde surgió esta idea, este modelo y el color gris para los estudiantes de la época “revolucionaria”? Se dice que, tras dos años de Gobierno militar (1968-1970), se impuso la necesidad de homogeneizar el aspecto exterior de los educandos del país.
Una nueva Ley General de Educación se avecinaba entonces, y en el proyecto respectivo se consignaba el “Uniforme Escolar Único”, es decir, todos los estudiantes de los diferentes grados y colegios del país debían vestirse exactamente igual; de esta forma, afirmaban, no habría diferencias ni pretextos para discriminar a nadie por razones culturales, económicas o sociales.
Pero el Gobierno de turno quería asegurarse de que su proyecto prosperara, y acudió por ello al conocimiento de una especialista como Rosa Graña Garland, más conocida como Mocha Graña, quien tomó en cuenta un tipo de tela resistente y un color que no pudiera desteñirse fácilmente.
El fin era que el Uniforme Escolar Único soportara el uso y el lavado sin deteriorarse. El gris entonces demostró que seguía siendo gris a pesar de las maratónicas lavadas al año. Se impuso la razón práctica y funcional, muy útil para el caso requerido.
Reinó más de tres décadas
Si bien el anuncio de este nuevo uniforme se dio el 30 de noviembre de 1970, y la resolución directoral el 3 de diciembre, recién las normas entrarían en vigencia -como ya dijimos- desde el 1 abril de 1971, y solo para los niños del primer grado de instrucción primaria, es decir, los recién llegados. Sin embargo, esto llegó con una advertencia dada desde el inicio: en 1973 todos vestirían el uniforme gris y blanco.
Desde entonces, y durante más de tres décadas, los colegios privados y públicos no tuvieron modelos y colores propios (menos el uniforme caqui de los años 60) sino el gris y el blanco. Para los años 90 estas normas se flexibilizaron al punto de que ya se podían volver a ver a colegiales (particulares) con uniformes y colores propios.
Las anécdotas sobre el uniforme y las vicisitudes de los escolares de los años 70 hasta los albores del siglo XXI son muchísimas, incontables, y seguramente algunas inconfesables. Los parches de cuero negro, marrón o gris para esas salvajes rodillas con agujeros; las camisas albas que en quinto de Secundaria terminaban como un mural callejero, con las firmas y los dibujos de los compañero de promoción, o la chompa gris en la cintura como acto de osadía y que el auxiliar de conducta odiaba y perseguía como si se tratase de un acto sacrílego.
O también las complicaciones de muchos por mantener la camisa blanquísima de lunes a viernes… ¡Y había quienes solo tenían una sola camisa! O los benditos zapatos Teddy o Bata Rímac, con los temidos “bautizos” del 1 de abril que no eran sino tremendos pisotones que parecían partirnos los dedos del pie… En fin.
Una larga historia de aventuras y desventuras. Pero, mejor, ustedes mismos dejen sus comentarios con anécdotas personales. A ver de qué nos enteramos.
(Carlos Batalla)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio