El sueño roto de los húsares: a 25 años del atentado terrorista en pleno centro de Lima
El escenario fue una calle de Barrios Altos, en el Cercado de Lima. Los personajes fueron una veintena de soldados del Ejército que formaban parte de la escolta presidencial de los Húsares de Junín. La fecha fue el 3 de junio de 1989. Hace 25 años. No, no fue una puesta teatral, lamentablemente, sino una cruda y absurda realidad de esos años de terror y miseria humana. Hay que tener memoria y recordar qué es lo que podía hacer un “coche bomba” en esos años. Aquí un ejemplo de la tragedia que traía consigo.
Era la una de la tarde de ese sábado 3 de junio. Mientras muchos se alistaban para almorzar en las inmediaciones de la cuadra 11 del jirón Junín, en Barrios Altos, veintisiete jóvenes militares iban hacia el Palacio de Gobierno, en la Plaza de Armas, donde trabajaban como miembros de los famosos ‘Húsares de Junín’.
El bus militar que los transportaba avanzaba lentamente por el jirón, a tres cuadras de la plaza Italia, que en línea recta los llevaría a la Casa de Pizarro. Estaban justamente frente a la Iglesia Virgen del Carmen, cuando un explosivo, compuesto de dinamita mezclada con el temido ‘Anfo’ (alta dosis de nitrato de amonio con gasolina o petróleo), fue lanzado debajo del bus.
Testigos del atentado contarían que, luego de escuchar el sonido seco de la muerte, vieron un hongo de fuego y humo en medio de la pista. También aseguraron que varios soldados salieron volando con asientos y todo para estrellarse a 8 o 10 metros de distancia. Algunas víctimas quedarían inánimes con los miembros seccionados, otros destripados o prendidos en fuego.
Fueron algo más de cinco kilos de dinamita los que utilizaron los terroristas para matar a sangre fría. La detonación dejó un forado de un metro de diámetro y dos de profundidad en el pavimento, además de efectos de la explosión en casas, autos y transeúntes de la zona.
El bus quedó hecho chatarra. Siete húsares murieron instantáneamente. Dieciséis soldados más quedaron heridos, y hubo seis civiles también seriamente afectados, los cuales fueron trasladados de emergencia a los hospitales Guillermo Almenara, Dos de Mayo y Arzobispo Loayza. Luego los militares fueron internados en el Hospital Militar de la avenida Brasil.
Las investigaciones policiales indicaron que un hombre que jalaba una carretilla de gaseosas vacías fue quien lanzó el explosivo. El vehículo había partido del cuartel del Ejército de Barbones, a siete cuadras del atentado, con un contingente de húsares ya debidamente uniformados, pues iban a relevar a un grupo similar que había estado en Palacio de Gobierno esa mañana.
El terrorista que lanzó debajo del bus la caja de galletas que contenía el explosivo huyó en un auto blanco, que lo esperaba en la esquina de los jirones Junín y Huánuco. Todo ocurrió a la velocidad del rayo. Al huir les hizo frente, por las calles del jirón Huánuco, el sargento de la Policía Técnica, John Ugarte Valdivia (26), quien hirió a un terrorista, pero fue alcanzado por una bala en la cabeza. Murió camino al hospital.
El propio presidente Alan García achacó la responsabilidad del atentado a miembros del autodenominado ‘Movimiento Revolucionario Túpac Amaru’, conocido por sus siglas de ‘MRTA’. Los húsares muertos y heridos eran jóvenes entre 17 y 29 años de edad. El propio presidente García llegó a la escena del crimen, en medio de una fuerte seguridad. Entre las 2.30 pm. y 3.00 pm., deambuló el primer mandatario por esa zona, que pocas veces visitaba.
Ese año de 1989, la violencia terrorista, que se había enfocado hasta ese momento en cometer sus demenciales acciones en la sierra peruana, principalmente, estaba en una etapa de posicionamiento en las ciudades, e imaginaban que la capital caería en medio de la zozobra. La muerte era su bandera.
A esa situación se sumaba la anomia social que vivía el pueblo peruano. Sin referentes políticos, con un nivel de corrupción implacable en las más altas esferas el gobierno y un miedo generalizado, los peruanos sobrevivíamos a la barbarie. Esto parecía animar a las huestes terroristas del MRTA y de Sendero Luminoso.
En la lejana China, ese mismo día, otra masacre dejó 500 víctimas mortales en un sangriento desalojo de la plaza Tiananmen. La mayoría era gente joven que se oponía al régimen comunista. En ese contexto, de alta violencia en el Perú y el mundo, El Comercio dejó sentada su posición en lo que nos tocaba cercanamente. El 5 de junio editorializó con una columna clara y precisa: “Necesaria decisión en la lucha antisubversiva”, donde marcó la senda de la unidad nacional frente al terror.
“Es el momento decisivo para que avancemos todos los peruanos hacia la derrota del terrorismo. Queda subrayado que el Ejército y las Fuerzas Armadas cuentan definitivamente con el aval político del cual carecieron por un lapso prolongado, ahora hay que darles todas las facilidades materiales y de equipamiento, lo mismo que alentarlas moralmente, para que dentro de la legalidad repriman con rigor y sin miramientos a los subversivos, para que no sigan destrozando al Perú”.
Más claro ni el agua… Pero el dolor que el atentado terrorista del jirón Junín trajo directamente a varios hogares peruanos, se proyectó a todo el país con una indignación pocas veces vista. Quizás, sin que en ese momento nos diéramos cuenta, allí empezó el final de esa anomia social que ahogaba el espíritu de los peruanos. Todo fue muy duro en el Perú de esos años, es cierto; pero desde esa oscuridad, sin duda, empezamos a ver la luz.
(Carlos Batalla)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio
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