Perdidos en Tokio: la letalidad del gas sarín 20 años después
El 20 de marzo de 1995 la ordenada población nipona, que en esos momentos se movilizaba por el metro de Tokio, en pocos segundos perdió su habitual serenidad. Un enemigo invisible se había infiltrado en el aire y estaba causando graves estragos en la gente. Las consecuencias fueron trágicas: murieron trece personas, 600 fueron hospitalizadas y 4.700 recibieron algún tipo de tratamiento médico.
Exactamente a las 8:17 de la mañana los transeúntes y pasajeros empezaron a sentir una extraña irritación en ojos y garganta. En pocos minutos el peligroso malestar había alcanzado 16 estaciones y tres líneas del metro, todas altamente congestionadas por tratarse de la hora en que el público acude a sus centros laborales.
Un líquido extraño y pegajoso había sido regado en los pisos de los vagones. Cientos de personas empezaron a desvanecerse o caminar desorientadas, mientras las autoridades interrumpían los servicios de transporte de una de las capitales más seguras del mundo, hasta esos momentos. Los doctores y paramédicos que empezaron a llegar para ayudar a los afectados mencionaron que la mayoría presentaba problemas para respirar y su sistema nervioso estaba dañado gravemente.
El ataque había sido minuciosamente planificado: el grupo operativo estuvo integrado por cinco miembros de una secta denominada Verdad Suprema, que en forma coordinada perforaron con la punta de sus paraguas varias bolsas ubicadas en cinco trenes del metro. Entonces un desconocido elemento fue expandiéndose por los vagones.
El gas sarín es un líquido transparente, incoloro y sin sabor, que se convierte en pocos segundos en vapor. Una cantidad proporcional a la cabeza de un alfiler puede ser mortal en dos minutos. Los síntomas son progresivos hasta llegar a la muerte: dolor en los ojos, visión borrosa, problemas respiratorios, náuseas, vómitos y convulsiones.
El sarín fue inventado por los alemanes en 1938, en principio como pesticida. Este gas está catalogado como arma de destrucción masiva en la Resolución 687 de la ONU y su producción y almacenamiento fueron declarados ilegales en la Convención sobre Armas Químicas en 1993.
Verdad Suprema (Aum Shinrikyo), la oscura secta que estuvo detrás del sorpresivo ataque estaba liderada por un sujeto denominado “Asahara”, cuyo verdadero nombre es Chizuo Matsumoto. Arrestado en mayo de 1995, “Asahara” fue juzgado por sus crímenes, y el 27 de febrero de 2004 el Tribunal Provincial de Tokio lo declaró culpable.
Además de él han sido juzgados 188 integrantes de esta organización. Asimismo, se han emitido cinco condenas a cadena perpetua y confirmado trece penas de muerte, entre ellas la de “Asahara”.
Este movimiento se conformó en 1984, cuando “Asahara” utilizó como pretexto la organización de un seminario de yoga. La mayoría de participantes eran estudiantes universitarios, quienes expandieron la ideología de “Asahara” hasta sectorizar la secta en “ministerios”.
De la teoría se pasó progresivamente a la acción, al aprovisionarse de armas y productos químicos, e inclusive, de un helicóptero de fabricación soviética.
El 4 de junio de 2012 las autoridades niponas capturaron a Naoko Kikuchi, antigua miembro de Verdad Suprema. La mujer aceptó su participación en el ataque con gas en el metro de Tokio. Sin embargo, afirmó que no sabía exactamente cuál era el objetivo final del uso del gas.
Pocos días después la policía japonesa también detenía a Katsuya Takahashi, quien formó parte del grupo principal que efectuó el ataque con gas sarín, y que había permanecido oculto durante casi 17 años. Fue capturado en un cibercafé, en la ciudad de Ota.
En enero del 2015 Takahashi se declaró inocente de los cargos que pesan contra él. “No sabía que era sarín lo que se depositó”, dijo para liberarse de toda responsabilidad. A finales del 2012 otro atormentado miembro de la secta se entregó a las autoridades agobiado por el cargo de culpa. Se trataba de Makoto Hirata, quien manifestó su estado de crisis al presentarse ante la policía nipona.
Literatura y terror
Como en todo atentado terrorista, el recuerdo persigue durante años a las víctimas y a los testigos. Las experiencias necesitan, a veces, desfogar en testimonios y denuncias. Esa fue la fuente de donde se nutrió el escritor Haruki Murakami para plasmar en su libro “Underground” la vivencia de 62 protagonistas de aquel triste episodio.
Yasuke Takeda colaboró con su experiencia vital sobre los acontecimientos, transportándose al día de los hechos: “Siempre subo al vagón por la puerta de atrás porque está más cerca de la salida para el transbordo. Pero aquel día no llegué a tiempo y lo hice por la de en medio. Me quedé de pie, distraído. No sé por qué, pero de pronto sentí sofocos y no por respirar mal. ¿Qué me pasa?, me pregunté. Era una cosa rara, tenía dificultad para respirar pero a la vez podía hacerlo con normalidad. No, no recuerdo que oliese a nada especial. Miré el plano del metro y de repente mi vista se oscureció, aunque en ese momento no hice mucho caso. Mientras me planteaba qué hacer, hubo un anuncio: Algunas personas se han desmayado en la parte de delante del andén. Hay un objeto sospechoso a bordo. Diríjanse a la salida, por favor”.
Es público que la secta se refundó con el nombre “Aleph” en 2002 y se distanció públicamente de la original. Cuenta hoy con unos 1.000 seguidores y continúa bajo vigilancia de la Agencia de Seguridad e Inteligencia nipona.
Lamentablemente, las nefastas virtudes del gas sarín se han vuelto a comprobar en recientes acontecimientos. En Siria, el 21 de agosto de 2013, el régimen de Bachar El Asad ejecutó un ataque comprobado con gas sarín, que ocasionó la muerte de al menos 1.400 personas en la población de Ghuta, al este de Damasco. El gobierno justificó la acción por tratarse de un foco rebelde.
Los inspectores de armas de la ONU, en un informe entregado al Consejo de Seguridad, certificaron el uso del gas letal en base a pruebas “claras y convincentes”. El gas había sido lanzado a través de cohetes tierra-tierra. Dos hechos distantes en el tiempo, pero que no hacen más que confirmar que el sarín sigue siendo un arma letal en las manos equivocadas.
Miguel García Medina
(Fotos: Agencias)
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