En edición extraordinaria El Comercio anunció muerte de Roosevelt
El 12 de abril de 1945, 26 días antes que las fuerzas nazis se rindieran en Europa, fallece el presidente Franklin Roosevelt. A pesar de estar atrapado a una silla de ruedas, el hombre fuerte de los Estados Unidos dirigió a su nación en medio de una conflagración mundial a la que tuvo que ingresar por el artero ataque japonés a Pearl Harbor.
La noticia en primera plana decía: “El presidente Roosevelt falleció inesperadamente a las 3:35 p.m. de hoy, debido a un ataque de hemorragia cerebral. La muerte lo sorprendió en su casa de verano”.
Días antes de su muerte el mandatario escribió: “El único límite a nuestras realizaciones del mañana son nuestras dudas de hoy”. Lo hizo para un discurso que jamás pudo pronunciar. El hombre que levantó a los Estados Unidos de la crisis de finales de los treinta y quien lideró a su país en la agotadora conflagración mundial de los cuarenta, falleció a los pocos meses de iniciar su cuarto mandato.
“El vicepresidente Truman ha sido notificado. Fue llamado a la Casa Blanca e informado por la señora Roosevelt. El Secretario de Estado ha sido también informado. Se ha convocado a una reunión de gabinete. Cuatro hijos de Roosevelt que se encuentran en las Fuerzas Armadas han sido informados por su madre”, señala la nota publicada en El Comercio hace 70 años.
Años antes, en la década de los treinta, Roosevelt llegó al poder en medio de un mar de dudas, arrastradas por un pueblo desconfiado y duramente golpeado por la crisis económica de 1929, que todavía causaba estragos en las arcas de las grandes corporaciones y en los bolsillos del ciudadano de a pie.
Al acceder al poder en 1933 Roosevelt puso en práctica el Nuevo pacto o “New Deal”, que fue el eslogan que catapultó su exitosa campaña electoral. Con esta frase resumió una serie de medidas, especialmente económicas, que servirían para levantar a la sociedad estadounidense luego del “knock out” que había significado el quiebre financiero de la bolsa neoyorquina.
En un principio mantuvo la neutralidad de su país durante la Segunda Guerra Mundial, enviando armamento y pertrechos a los aliados que combatían en Europa, hasta que el ataque japonés a Pearl Harbor, en diciembre de 1941, lo obligó a un brusco giro en su política internacional. Ante el Congreso dirigió una firme alocución que tuvo como epílogo la declaración de guerra al imperio japonés.
Sus últimas diligencias diplomáticas apuntaron a construir un renovado orden mundial, gobernado por la legalidad y no por las armas, a través de la Organización de las Naciones Unidas. Nunca mostró excesivo recelo por el régimen soviético, en comparación con su amigo Winston Churchill, el primer ministro británico.
Miguel García Medina / Archivo
Foto: Archivo Histórico El Comercio / Agencias
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