Novela de aprendizaje
La primera novela que escribí y que perdí sin perdón hace una década era una novela de aprendizaje. El personaje sorbía de la experiencia y se comía al mundo para procesarlo en una digestión peculiar. Sí, porque no hay cúmulo de experiencias si estas no se procesan.
Procesar es analizar, hacer balances, evaluar, preguntarse. Y hay miles y millones de ancianos cuya experiencia vasta les ha aportado poco porque no han sabido procesar. Bueno, mi novela era vida y procesamiento intelectual. El devenir de un joven en el mundo literario. En mi historia no hay un éxito excepcional, el personaje fracasa con todas las de la ley porque no ha sido favorecido por los dioses.
La derrota también es magisterio. Manuel se enfrenta a un mundo que lo excluye sin remedio. Su aprendizaje es provechoso intelectualmente, pero no lo redime, no lo rescata de esa impotencia que lo signa en una vida solitaria, tan sin amor. La miseria lo flagela, los obstáculos le aplanan los sueños. Debo confesar que era una novela rebelde frente al ideal del colofón feliz.
Curiosamente un mal día mi Pc colapsó, un virus devoró sus conexiones y destruyó implacablemente su memoria a tal punto que mi novela se perdió sin conmiseración. Por fortuna tenía 70 páginas aún. Un mal técnico quizás el que llegó para asistirme. La máquina se vendió y las letras infinitas de mi novela primera se fueron con ella, si es que algún resquicio quedaba de ella dentro de aquel monstruo de cables y placas. Era mi primera obra y como mi personaje se deshizo en un adiós.
Me costó retomar la pluma. La genuina novela de aprendizaje es la que nos convierte en personajes reales y vivos, la que nos toca vivir.