Lecturas de cumpleaños
Quizás una de las novelas más gratificantes que he leído en los últimos años sea “Austin, texas 1979″, de Francisco Ángeles. No solo es una historia muy bien contada sino el retrato más completo y sugestivo de una crisis personal que lleva al protagonista hasta el consultorio de un psiquiatra.
La narración se vale de interesantes recursos que permiten introducirnos en el drama como cómplices de una búsqueda que nos compromete porque es una búsqueda veraz e íntima y por íntima universal. Ángeles nos convence que lo que ocurre es real y lo es en la medida que en aquel mundo interior habitan sombras y fragmentos de nuestras propias miserias. La lúcida interpelación de Ángeles a través de su novela, la torna a esta en universal.
Confieso que mi apetito lector rara vez se vuelca a la literatura actual. La propensión al clasicismo me gana y, en ocasiones, me lleva hacia obras que muy bien podrían convertirse en los clásicos del futuro, como esta que comento.
Tras leer “Austin, Texas 1979″ la acomodé en su sitio junto a la muy buena narrativa de Calderón Fajardo, que siempre recomiendo leer y que es de mis predilectos. Volví a Ribeyro, acomodé sus libros e hice una limpieza de mi estante. Apilé al costado algunas otras obras que leí antes y cuya redacción había corregido con tinta fina. Hice una lista de las obras que no leí y que debía leer este año y otra de las que no debería leer.
Así me preparé para llegar a una fecha clave, el día de mi cumpleaños. Un impulso me había llevado en la víspera a hurgar lo más significativo para cumplir con mi sencilla agenda anual. Leer y releer. Tomé algunos poemas de Borges para redescubrir algunos de sus misterios. La maravilla no se sacia. Tras él, volví a Cortázar, reconquistado por el carácter de la Maga y por el enigma del azar que anima a “Rayuela”.
Más cerca a la fecha (30 de agosto) torné mis ojos a Séneca solo para completarlo con Pascal. Desde hace unos años asumí que los inquietantes”Pensamientos” (Pascal) concatenan con la resignada “De la brevedad de la vida” (Séneca).
Digo, qué mejores lecturas al cumplir años y tocar el linde de una nueva pregunta que se superpone a todas las que la anticiparon. No me jacto de nada y menos aún en la convicción plena de mi ignorancia. Las bibliotecas, los telescopios y los altares suelen darme cuenta de mi pequeñez y mi necedad.
Me regalaron tres magníficos libros:
Hoy tocó las caratulas de aquellos viejos libros que ayer me obsequiaron para celebrarme sin mayor mérito, son tres tomos inmensos de una recopilación de rarezas y anécdotas, ellos tocan la historia y tantean los vericuetos secretos de una historia nada tradicional. Por alguna razón cada vez que cumplo un nuevo año un libro nuevo llega a mis manos para recordarme que mis mejores amigos están muertos, pero siempre disponibles, gran paradoja. Ellos pueblan los anaqueles de mi biblioteca. Barrio misterioso y fantasma, Comala, pueblo silencioso aquel donde suelo esconderme de la vida.
En fin. Comencé descubriendo algunas de mis más recientes lecturas y culmino esta nota en una confesión que, por intimista, bien debería guardarse. Excusen si escribo con seriedad, lindando la solemnidad. Quizás sea la fecha, quizás…
Cierro los tres volúmenes regalados para despedir mi propia fiesta. El cumpleaños se fue, ganado por el azul de una tapa y los signos dorados de una extraña grafía. Descubro que antaño los libros eran arte visual, relieves para el tacto y no apenas marfileño y tinta. Me quedo con este último pensamiento mientras arranco mis pasos hacia el camino del futuro, siempre incierto y vago, como la más sutil de las promesas.