Dolor y vergüenza
La sonrisa me duró cinco minutos. La muerte de Walter Oyarce desintegró la alegría desatada luego del gol de Morel. Vencimos a Alianza, nos bajamos al puntero, ¿pero de qué sirve si una vida se terminó por culpa de unos miserables? En los últimos posts, muchos de ustedes criticaban a quienes no asistían al Monumental. Con lo que ha ocurrido, no hay mucho más que decir. La violencia sigue ganando por goleada.Que el nombre de Universitario se encuentre atado al lado más oscuro del fútbol es una situación que me avergüenza. Estuve en el Lolo Fernández cuando una horda de barristas tomó la cancha durante un partido con Boys en la década del noventa. Vi morir a Pepito por culpa de una bombarda lanzada por un desadaptado y me tocó estar en el Monumental el día de su inauguración, cuando decenas de hinchas bajaron desde los cerros y llenaron de terror una jornada que debía ser de pura fiesta.
¿Quién va a querer volver al Monumental acompañado con su novia, su familia o su hijo? ¿Es posible criticar al hincha que decide no ir al estadio porque sencillamente no quiere arriesgar su vida?
Dense cuenta de la situación a la que hemos llegado: Walter Oyarce salió de su casa a divertirse con su equipo, a pasar la tarde con amigos viendo fútbol, en un lugar supuestamente seguro como un palco suite. Pero unos salvajes, aprovechando la lenidad de los organizadores del clásico, lo mataron.
Y lo más indignante es que Julio Pacheco, los palquistas y hasta el ministro del Interior se lavan las manos por lo sucedido.
Estoy harto de que el nombre de Universitario esté ligado a la violencia. Me repugna que abunde la cobardía y la ineptitud entre quienes manejan la institución. Me asquea que haya hinchas que traten de minimizar lo ocurrido con argumentos desleznables, que no resisten el menor análisis.
Me siento dolido, avergonzado, asqueado.
Espero sus comentarios. Un abrazo para todos.
ACTUALIZACIÓN (26/09/11 4:31 p.m.)
Comparto con ustedes mi columna publicada en la edición del lunes 26 en El Comercio. Pueden leerla aquí o aquí