Esta no es una final cualquiera
Me ha provocado ver el video de la noche del 23 de diciembre de 1998. No recordaba que el buen Coco Araujo se paró al lado de Falaschi, que Piazza se la jugó por Cordero, el flaco Matellini estuvo en el campo, Portilla vio la roja y Cristal se nos vino encima.
He rememorado con una sonrisa incrédula la maestría de Farfán para definir en el primero, tras uno de esos centros con paracaídas que metía Giuliano desde la izquierda y la torpeza de Ferro al intentar descolgarla. La ‘Foca’ dejó que la pelota dé un bote y abrió el piecito para darle velocidad y colocarla esquinada, en la única rendija que asomaba entre el palo y el chimpún izquierdo de Ismael Alvarado que se le cuadró como arquero.
Antes lo había maldecido por haber estropeado una pisada monumental de Grondona, quien ante los ojos aterrados de Serrano, se sacó tres jugadores y dejó al ‘9’ merengue solo, en medio del área. Roberto, empequeñecido por la magia del argentino, quiso reventar el arco y enfiló un zurdazo de primerizo que casi revienta un poste en el Zanjón.
Y he visto a Piazza correr como un Usain Bolt de 51 años y perderse en el túnel de Sur, mientras Esidio era levantado en hombros, Grondona agradecía y el Puma se abrazaba con quien se topaba enfrente. El año de la billetera agujereada y los rostros fruncidos, el Pelado apostó por los chicos y armó una mixtura con varios veteranos ilustres que nos permitió ese año pasar la Navidad cantando nuestro villancico: “y ya lo ve, y ya lo ve, somos campeones otra vez…”
Hoy dicen que Cristal está en alza y tiene un plantel consistente, que es el mejor equipo del campeonato. Y, lo digo con sinceridad, no tengo cómo negar eso. Los números avalan esa regularidad avasalladora, puro mérito de Mosquera, quien cambió un equipo desconcertado por uno ligerito y alegre, que no le huye a la gambeta y que adelante no da respiro hasta alcanzar el gol.
Pero es una final y al frente no estará cualquier equipo. Estará la ‘U’. Y esos favoritismos que los periodistas solemos construir con varios gramos de levadura, en una final no existen. Sobre todo porque estará la ‘U’. Una ‘U’, sí, incompleta, pero más descansada. Una ‘U’ que desespera cuando juega con plomo en las botas, que parece tener un solo libreto aprendido, que depende demasiado de los pulmones de Alfageme, los desbordes de Hohberg, los pasecitos de Miñán, la pólvora de Dos Santos.
Pero es la ‘U’.
Y si al hambre irrefrenable que habita en el alma de todo aquel que se viste de crema, esta ‘U’ de Comizzo suma agresividad. Y al manejo de la pelota le suma rapidez, desequilibrio, intensidad, los periodistas tendremos que guardarnos esa ruma de adjetivos que reunimos antes de cada final para construir favoritismos de cartón.
Porque esta no es una final cualquiera. Juega la ‘U’.