El café de la tarde, Lucy en el cielo con diamantes, El inmigante, Marcial sale de Alto Ene
Compartimos con ustedes cuatro historias más enviadas por nuestros lectores. El café de la tarde
El bullicio afuera era ensordecedor. Mamá llenaba su “sopa de letras”, mientras disfrutaba del clásico cafecito de la tarde, ese que tantas veces vi disfrutar a mis abuelos, a mi viejo, a mis tías y todos en esa inseparable taza que cada uno hizo suya y que nadie más debía atreverse a tocar. Porque eso sí, se podía almorzar o cenar con cualquier cubierto y en cualquier plato, pero cuando se trataba de tomar el café ya sea en el desayuno o en el atardecer, se hacía en la taza favorita, esa que se heredó o que simplemente se compró con ese exclusivo fin.
Quitó por un instante la mirada de su pasatiempo y exclamó con mucho asombro: ¡no se cansan de jugar, todo el día han estado en la calle! Sonreí y le dije: pero así éramos nosotros. Entonces soltó una carcajada y respondió ¡es verdad! Y, de pronto, se me vino a la mente las horas que de niño, mis hermanos, mis primos y yo, pasábamos en la calle. Salíamos muy temprano pelota en mano a correr por todo el parque con los demás chicos, sin preocuparnos por el tiempo y muchas veces dejamos pasar de largo la hora del almuerzo, y es que por alguna extraña razón a esa edad el hambre no llega, si es que estás con los amigos disfrutando de la mejor manera, sin embargo, la abuelita (que tenía el difícil trabajo de aguantarnos todas las vacaciones de verano) cansada de esperar con un grito nos daba la señal y de igual forma sucedía, cuando caía la noche, para entrar a la casa.
Sin duda alguna, puedo decir que tuve una niñez muy agradable, pues jugué todo lo que tenía que jugar, ensucié toda la ropa que tenía que ensuciar, aunque muchas veces me hayan dicho -¡como tú no lavas!- (pero qué más daba; a esa edad es parte del juego.) y corrí por todo el parque hasta caer rendido en la cama.
El tiempo ha pasado y ahora las preocupaciones son otras. Ahora es el tiempo, en que veo a mis sobrinos jugar hasta más no poder, pero con la única diferencia de que nosotros lo hacíamos exclusivamente en el parque, sin embargo ellos (no sé porque extraña razón, y no lo digo porque me moleste) con sus demás amiguitos, abren la reja de la casa y se meten a jugar en el patio frontal de esta. A veces me sorprende ver tantos “enanos” metidos en un solo lugar, jugando cosas diferentes los niños de las niñas o de vez en cuando jugando lo mismo. Lo cierto, es que, jueguen lo que jueguen, hacen tal escándalo que, en realidad, parecen un ejército. Un ejército de niños felices.
Ahora mismo, tan solo, hace unos minutos cansado de buscar un tema sobre qué escribir, me tendí sobre la cama para echarme una siesta con la esperanza de que al despertar la inspiración caiga sobre mí; pero, tan pronto me acomodé, escuché que un coro de vocecitas se acercaba a la reja y la abrían. Está de más decir, que di muchas vueltas en la cama sin poder cerrar los ojos y justo cuando la resignación de que para otro día tendría que ser me invadía completamente… sucedió. De un salto me levanté, me preparé un café, me senté frente a la pantalla en blanco del ordenador y escribí todas estas líneas sin descanso, al mismo tiempo que comprendí porqué mi abuelita salía a botarnos cada vez que agarrábamos a pelotazos el muro que daba justo a su habitación.
Juan José Moreno Linares
DNI: 25837657
Lucy en el cielo con diamantes
Atardecía el sábado y ya era tiempo de escuchar la radio que tanto gustaba. En esta emisora siempre pasaban música clásica. Bach, Mozart y Beethoven encantaban con sus melodías y hacían que esa pequeña mente cocinara ideas extravagantes. A sus diez años, Lucy disfrutaba de las cosas que hacían sus mayores. Por ejemplo: amaba conversar en grupo y discutir acerca de la realidad nacional (a pesar de que luego se ponía llorar al sentir que no había solución). Pregonaba el reciclaje en su entorno, defendía la justicia y proclamaba la libertad de derechos. Así como también divulgaba la adopción de mascotas callejeras y de vez en cuando asistía al taller “Protejamos el medioambiente” para distraerse.
Lucy al escuchar especialmente la novena sinfonía de Beethoven se transportaba mentalmente muy lejos de la tierra; un lugar donde hay más luz que ninguno. Cerraba sus ojitos y trataba de imaginar a Dios pues nunca lo había visto, ni siquiera en imágenes, pero siempre había escuchado hablar a los mayores acerca de él; por eso la gran intriga. Siempre intentó mediante esta especie de sesión ver su rostro, pero cuando sentía que estaba cerca del omnipotente, Beethoven callaba y la sesión culminaba. Lucy ha decidido que el próximo sábado verá el rostro de Dios y luego lo dibujará para que sus amigos le crean y dejen de burlarse de su ingenuidad.
Mientras cuenta las horas a que empiece la nueva sesión de radio “proxy” decide hablar con su padre; un hombre hastiado hasta el alma con la religión. Las preguntas son muy inocentes: ¿Dios es alto? ¿Tiene cabello o es pelado como tú, papi? El padre se remite a leer el periódico y a decirle que no lo fastidie con preguntas tontas, por último, que vaya con su mamá. Lucy obedece y se dirige a la cocina. ¿Mami conoces a Dios? pregunta tiernamente. Por supuesto Lucy, ¿porque la duda? …. Hace una pausa y arremete: ¡Yo voy a verlo este sábado¡…. Mamá: ¡Ay Lucy de donde me sacas tantas locuras! Solo recuerda que Dios no es imagen, Dios es espíritu y por consiguiente solo puedes sentirlo mas no verlo. Lucy después de muchas aclaraciones siente más ansias. Solo le queda descansar y dormir para que tenga una sesión satisfactoria. Finalmente atardece. Ha empezado la programación de radio “proxy” sabatina y se ha encerrado, claro está, sin decirle nada a nadie. Ha fingido estar cansada frente a su mamá y le ha dicho que va a tomar una siestecita para poder recuperarse. Después de una hora sentada frente a la radio y de haber escuchado a Mozart y a Bach, se ha preparado para abrirle el corazón a Beethoven. La novena sinfonía empieza y ella cierra los ojos con decisión. Se transporta mentalmente a ese lugar donde hay mucha luz e intenta buscarlo. ¡Dioooooos! Grita por doquier y parece no haber vida en ese lugar pues nadie responde. Se pone nerviosa porque se da cuenta que la novena sinfonía está a punto de culminar. Entonces se le vienen pensamientos de fracaso, de odio y recelo consigo misma porque su objetivo está cada vez más lejos. Se ve llorando desconsoladamente sobre un montículo de arena y las lágrimas que se hacen más pesadas caen lentamente sobre la tierra. De repente aparece él vestido de blanco y le dice: Vamos Lucy, acompáñame al reino de los cielos. La novena acaba; su madre toca desesperadamente la puerta y no encuentra respuesta. Trae otra llave y abre con apremio. Empuja la puerta y no encuentra a nadie. La radio sigue prendida pero el sonido se ha ido. Lucy también.
Jean Peare Aymara Fernández
DNI 73351569
El Inmigrante
El sol ha salido y el cielo esta azul radiante, de las pocas veces que la panza de burro permite ver al astro rey. La mesa impecable del club, con su sombrilla y esperando una buena jalea, su ceviche, su jarra de chicha morada y los imperdibles piscos sour para comenzar.
Acabo de llegar de un largo recorrido, para volver a mis inicios y recién apreciar lo que siempre había tenido. Salí de mi terruño un invierno del 2009, entre lágrimas y abrazos nos despedíamos para nuestro largo viaje hacia un país donde el invierno dura la mayor parte del año y donde el verano se disfruta apenas un par de meses. Mi corazón de aventurero era compartido a duras penas con mi familia, creo que mis ojos de aventurero se comparaban más a los de mi hijo menor.
Los primeros meses fueron estresantes, llegar a un hotel y comenzar en un mes a buscar un lugar donde vivir, el colegio, formalizar los papeleos de inmigración. Era verano, un clima muy agradable por esta ciudad que nos acogía con su “Bienvenue” a todo momento. Había seguido cursos en la Alianza Francesa en la avenida Arequipa pero me topé con un idioma francés diferente, un idioma local, con modismos y formas de hablar particular. Debí haber aprendido también Quebecois!, pero como todo en la vida si no aprendes a las buenas, lo aprendes a la fuerza.
Terminamos de instalarnos, aprovechamos de ser turistas en nuestro nuevo país de acogida. Disfrutamos conociendo esta nueva cultura y ciudad, hasta que llego el invierno que recibimos con los brazos abiertos, que después tuvimos que cerrar para abrigarnos por el frio que hacía. Es bonito ver caer las nubes por primera vez y cubrir con su blanco atuendo cada rincón, dejar tus primeros ángeles sobre la tierra y jugar con tus hijos como un niño lanzando bolas de nieve. Pero convivir con la nieve durante tantos meses deja de ser gracioso y comienzas a sentir lo duro de la naturaleza. No solo por el frio, sino también por la oscuridad que hay en el invierno. A las 4 p.m. se oculta el sol y hace que tu día se sienta tan corto que te quita felicidad de a poquitos.
Ya pasaron más de 4 años y hemos decidido regresar a nuestro lindo Perú, parte de mi vida se va a quedar aquí y no lo dio por la experiencia vivida porque esa siempre la llevare conmigo, sino porque mi hijo mayor decidió quedarse a continuar los estudios superiores por acá. Nos da pena tener que separarnos de nuestro hijo mayor pero es la ley de la vida, es importante que él tome sus propias decisiones y su propio camino. Aprendí mucho de mi país de adopción y lo dura que puede ser la vida fuera de tu entorno natural, pero lo bueno es que aprendí y como decimos nosotros los peruanos: “Nadie te quita lo bailado” (Aunque descubrí que esta expresión es muy utilizada en casi toda Latinoamérica).
Así que amigos, brindemos con nuestro pisco sour que acaba de llegar, disfrutemos el ahora, compartamos los buenos momentos y aprendamos de una u otra forma a apreciar lo que tenemos. Es difícil a veces apreciar lo que tenemos sin dejar de tenerlo, sin alejarnos y verlo desde fuera. Sé que muchos de ustedes a pesar de mi relato van a querer verlo por cuenta propia y los animo a que lo hagan porque toda experiencia es buena, de eso se trata la vida de muchas experiencias que la enriquecen día a día. SALUD AMIGOS!
Fernando Jose Aguero Cateriano
DNI: 25681940
Marcial sale del alto Ene
Cuando Marcial recibió la noticia, un gran pesar invadió su alma, su tristeza desencajó su rostro, dejó de lado el cucharón con el que estaba removiendo se olla, esto no pasó desapercibido para “Ochiti”, su único acompañante en aquella casa donde otrora era bullicio y felicidad.
“Ochiti” sabía interpretar las actitudes de su amo, vivir tanto tiempo en su sola compañía había convertido al perro en un compañero inseparable, con el que Marcial hablaba como si fuera su propio hijo. Por eso al observarlo allí parado, distraído, con el corazón acelerado, “Ochiti” no pudo dejar de ladrar de advertencia. El cucharon de palo, que Marcial había dejado caer directamente al fogón ya empezaba a quemarse. Marcial despertó de su aletargamiento, sacó el cucharon del fuego lo puso en la olla, al tiempo que decía, dirigiéndose al perro: ¡es Chabela…está muy grave… y tengo que ir a verla!, ¿cómo voy a hacer para salir?…
Alto Ene había sido liberado recientemente por el comité de autodefensa de Boca Mantaro, los “senderistas” habían retrocedido río abajo. ¿Dónde se habían atrincherado en Shampintiari o habían bajado hasta Chapo? Por eso tenían alerta máxima, la orden era no dejar salir a nadie fuera de la comunidad, todos los pobladores mayores de edad y algunos jóvenes con familia debían reportarse al comando del comité, en distintas horas del día, indistintamente. No había permiso ni siquiera para ir a las chacras por un poco de Yuca, solo los autorizados cosechaban Yuca de las chacras cercanas acompañados de algunos miembros del comité fuertemente armados, luego el producto era repartido entre todas las familias de la comunidad, así todos tenían algo que comer.
¡Debo hablar con Paujil!, dijo dirigiéndose a “Ochiti”… tiene que autorizarme a salir, es necesario que vaya, mi Chabela se puede morir.
“Ochiti” lo vio salir de la casa, le siguió hasta la puerta, allí se sentó. Siguiéndolo con la mirada vio como bajaba por el senderito hasta el puesto de control del campamento del Comité de autodefensa, lo vio cruzar el control acompañado de un hombre armado y llegar hasta una choza de donde salió Paujil, éste era el jefe del comité de autodefensa del sector Boca Mantaro. Vio como ambos hombres gesticulaban, alzaban los brazos, se apuntaban con los dedos y avanzaban y retrocedían. El hombre armado levantó su máuser y lo encajó en las costillas de Marcial, éste se retorció y cayó al suelo, “Ochiti”, emprendido la carrera hacia donde estaba su amo, cuando llegó al puesto de control, encontró a su amo tendido en el suelo sin poder levantarse, se acercó a lamerle la cara, dando ladridos lastimeros, como pidiendo perdón de no haber podido llegar a tiempo. Ambos se fueron a casa en silencio.
Tengo que ir, le dijo a “Ochiti”, esta vez no te puedo llevar. Te voy a dejar bastante comida. Debo buscar la hora apropiada. He visto que por la casa de Juan Padilla hay un lugar que no cuidan, por allí voy a subir hasta el camino cruzando el bosque, estando arriba correré hasta Caucho allí puedo tomar el bote.
Marcial había logrado salir del poblado y avanzaba a través del frondoso bosque, 40 minutos después sintió que alguien le seguía y por lo visto, rápidamente.
Su corazón se aceleró. ¿Serán los del comité? ¿serán los subversivos? ¿qué podría hacer?. Entonces vio un escondite perfecto y allí se refugió, esperando que pasaran sus perseguidores.
Todo quedó en silencio, le pareció mucho tiempo, cuando de pronto “Ochiti” apareció en su escondite improvisado, meneando la cola y jadeando. Marcial solo atinó a decir: perro malo me asustaste, vamos pues.
Guido Edgar Guerra Allende
DNI 28224867.