El regreso
Maira Páez Inocente
Siempre que transitaba por la huerta recordaba; tanto, desde el primer momento que camino, la primera palabra que pronuncio, todo le recordaba a su chacra de Carhuaz.
Recordaba a mi madre, una mujer prieta, de faz angulosa, con manos ásperas y ojos azabaches profundos; desde que me fui de la chacra no la había vuelto a ver.
De niño soñé con ser artista, no sé porque tenía la necesidad de expresar emociones y sentimientos con mis dibujos; papá Paita nunca estuvo de acuerdo, él quería que fuera un hombre de campo como él.
Me decía: “Tú tienes que aprender los secretos de la tierra, soportar las mañanas frías, el sol de mediodía, las noches melancólicas y el cuerpo atado a un dolor intenso”.
Mamá Urpi siempre me dijo: “Haz lo que te diga tu corazón, él es el único que nunca miente; yo solo te digo hijo que si tú eres feliz yo también lo seré”.
Nunca me olvide de estas palabras….
Al regresar luego de 15 años de la capital a Carhuaz tuve miedo de encontrar la misma monotonía en mi chacra y a mis padres más viejos.
Al llegar papá Paita estaba sentado en la silla vieja del patio y mamá Urpi haciendo un picante de cuy con leña. Al verlos sentí algo inexplicable: ¿cólera? ¿Tristeza? Los sentía frágiles, ambos encanecidos, con arrugas profundas en el rostro y cansancio de la vida.
Por la noche fui con mamá a mirar las estrellas, eran hermosas y había millones de ellas. Mamá dijo: “cada una es una luz que puedes encontrar en la vida”.
Mamá me pregunto: “¿qué tal es la capital?”, yo no supe que contestar, porque lo único que conocí fue hipocresía, racismo, soledad y falta de amor.
Le dije: “Mamá la cuidad no es lo que parece, es fría”. Mamá Urpi me pregunto él porque, yo no quise responderle… así que me dijo: “¿cómo te fue como artista?”. Me quede callado y ensimismado recordé que en estos 15 años me había olvidado de mi sueño y había comenzado a encerrarme en una depresión donde la única salida se repetía en mi cabeza y decía: “¡vuelve a casa¡”; sin embargo quería ayudar a papá Paita con la chacra , el sufría de la columna y la cosecha ya no era lo mismo sobre todo en lluvia, así que decidí quedarme y mandarle algo de dinero a ellos, que aunque no habían sido perfectos se habían esforzado por mi desde pequeño y quería devolverles el favor.
Al salir de mi recuerdo comencé a llorar como un niño, ella me acaricio la cabeza y yo me sentí quebrar; me apoye en sus polleras y le conté cada detalle, cada momento de soledad e humillación vivida.
Luego de un rato me dijo: “Hijo no tienes por qué sentirte así, sabes yo tengo mucha fe en ti y el don que te dio nuestro Señor Jesús y sé que él te dará fuerza, terquedad y ganas de vivir.
Sé que una chola como mi madre Urpi no puede hacer milagros, pero luego de esa noche sus palabras y su amor incondicional tuvieron un efecto en mí.
Las ganas de luchar renacieron de las cenizas y aunque papá Paita se opuso en un principio nunca le hice caso a sus reniegos.
Así comencé a hacer cuadros, primero compre pinturas al óleo con el poco dinero que pude sacar de una venta de papas y choclo, para luego solo dejar que mi imaginación y mi talento intuitivo movieran mis manos y convirtieran un lienzo viejo y unas pinturas baratas en verdaderas obras de arte.