Todo por una china
Por Ronald Lara
Milton amaneció contento aquella mañana, siendo él un solterón empedernido de cuarenta y cinco años, parecía que por fin había encontrado el camino al amor. Sí, aquella joven veinteañera, Miriam, de lindos ojos rasgados y azules, que desde hace un tiempo llegó a la oficina de correos donde trabajaba, lo tenía endilgado con sus atenciones; poco a poco nació en el maniático del orden y la perfección una nueva sensación, que no giraba únicamente en su obsesivo entorno, sino más bien era una sensación desconocida, extraña; para el soltero, nada codiciado.
Y es que realmente a propios y extraños sorprendía verlos conversar largamente durante esos (para él) interminables refrigerios, donde platicaban de poesía, música, política, cine y otros temas más triviales, demostrando, una química, una comprensión, poco usual entre una jovencita bella, esbelta, de finos modales y un hombre maduro, obeso, tosco y obsesivo casi patológico.
La mañana del sábado, sorprendió a Milton, desatendiendo sus quehaceres habituales (lavar ropa, limpiar y ordenar su departamentito; cambiar las sábanas, frazadas y cubrecamas; regar y podar su jardín, entre otras cosas habituales); para dedicarse a cavilar profundamente, absorto en su closet tratando de definir, que traje se pondría esa noche, si el azul marino, (¿Lo haría muy serio?); el saco corduroy, con camisa crema y pantalón beige (¿Demasiado Sport?); el jean de marca, con un polo a rayas de algodón, casaca de cuero negra y zapatillas (¿Parecería un pandillero motorizado?); así pasó gran parte del día, hasta se olvidó de desayunar y almorzar. Pero, debía tomar una decisión muy importante, pues ella, “la China”, como así la llamaba, por sus hermosos ojos rasgados, le había aceptado una invitación al cine y luego a cenar en un restaurante gourmet, donde por fin decidido, iba a proponerle ser enamorados.
Bueno luego de cavilar por muchas horas y habiendo consultado el diagnóstico del Senamhi, se decidió por fin por vestir un pulóver de cachemira color marrón, una camisa afranelada, para dar un aspecto un poco rudo a su apariencia, un pantalón de fino algodón color crema, unos botines tipo leñador marca ‘reebok’, se aplicó una Colonia francesa reservada para ocasiones especiales, ocasiones que nunca tuvo.
Luego de comprobar que todas las cerraduras de puertas y ventanas de su departamento estuvieran completamente aseguradas, encargó a su vecina, una ancianita trémula por el Parkinson, que vigilara desde su ventana, cualquier movimiento sospechosos y recién allí, se encaminó al Multicine escogido por ambos, ubicado en la Av. Larco; pero otro problema le significó decidirse por cómo llegaría, hasta que transcurrido aproximadamente treinta cinco minutos, decidió hacerlo a pie.
Cruzó nervioso la Av. Larco, le sudaban las manos, no podía controlar un extraño tic que le había aparecido en el ojo izquierdo, que le obligaba a cerrarlo incontrolablemente, y por fin la vio, estaba radiante, hermosa, parada en la puerta del Multicine, era un sueño hecho realidad, se fue acercando con timidez, sintiendo como se le agarrotaban las piernas y se le acalambraban los músculos. Cuando por fin estuvo a unos pasos de ella, pretendió saludarla, pero sólo logró balbucear su nombre: MMMIIIRRRIIIAMMM; no acabó la frase, pues, tres alocados chiquillos cuasi-adolescentes, vestidos deportivamente, irrumpieron la emotividad del momento, maniobrando y realizando todo tipo de riesgosos acrobacias en sus skateboards, lo rodearon y a boca de jarro preguntaron:
- Má… : ¿Este es el pretendiente a papá?
- Al escuchar esto Milton horrorizado ante el espectáculo que trastocaba todo su orden perfecto establecido; desapareció del lugar, huyendo como alma que lleva el diablo, perdiéndose entre las luces de los vehículos y la neblina de Larco…luego se escuchó un golpe seco…