José Rómulo Sosa, José José, murió un sábado, y ese fin de semana millones de copas se alzaron en su nombre. Fue el 28 de setiembre de 2019. Se apagó así la voz que, desde el minuto uno de su aparición en el escenario del II Festival de la Canción Latina, el 25 de marzo de 1970 —hace 50 años—, dejó boquiabierto al mundo con su épica interpretación de “El Triste”, letra y música de Roberto Cantoral.
El cantante llevaba ya varios años lejos de los escenarios, afectado por el cáncer que le había hecho perder esa potente y prodigiosa voz que lo había consagrado como el Príncipe de la Canción. Volvamos a lo que nos concierne: sus canciones desgarradoras, en letra, música e interpretación son hasta ahora las favoritas del efusivo e intenso público latinoamericano. Son por lo menos cinco las generaciones educadas sentimentalmente con canciones como “La nave del olvido”, “Lágrimas” o la tristísima “Almohada”.
Una tristeza empática
Al escuchar a José José, es difícil despegarse de sus canciones, melodías perfectamente engarzadas con la tristeza. Pero esto no es exclusividad suya. “Temas desgarradores como ‘Someone Like You’, de Adele, suelen encabezar las listas de éxitos, y composiciones clásicas sombrías como el ‘Réquiem’ de Mozart han conmovido a la gente durante siglos”, escribe Tuomas Eerola, profesor de Cognición Musical en la Universidad de Durham, en el artículo “¿Por qué las personas aman la música triste?”.
Eerola parte de la premisa —y suena sensato—que a nadie le gusta estar triste. Entonces, el estudio que él encabeza concluyó que no todos sentimos igual la música triste: para algunos esto profundiza y amplifica los sentimientos de dolor y pérdida —emociones conectadas a recuerdos—; para otros provoca sentimientos de melancolía; mientras otros se conmueven intensamente. El primer tipo de personas reaccionan de la forma “esperada” y para el segundo no es un tema que signifique mayor problema. El tercer grupo es lo que llama la atención de Eerola, pues después de cruzar muchas variables llegaron a la conclusión de que quienes se conmueven más con la música triste suelen ser mucho más empáticos. Si bien la empatía significa responder a la emoción de otro, experimentando un sentimiento similar, la preocupación empática significa también sentir ternura, compasión y simpatía, sentimientos que desencadenan una respuesta hormonal positiva para el individuo que las siente. Y ahí está la relación de la empatía con la música triste.
“Una teoría reciente propone que una tristeza ficticia es suficiente para engañar a nuestro cuerpo y desencadenar una respuesta endocrina destinada a suavizar el dolor que implica la pérdida real. Esta respuesta es impulsada por hormonas, como la oxitocina y la prolactina, que inducen en nosotros sentimientos de comodidad, calidez y placer leve. Esta combinación de hormonas parece ser particularmente potente cuando se eliminan la pérdida y la tristeza real de la ecuación, lo que a menudo se puede hacer con la tristeza inducida por la música”, refiere Eerola.
Recompensa emotiva
Los investigadores de la Universidad de Toronto Swathi Swaminathan y Glenn Schellenberg, en el artículo “Las emociones en la psicología musical”, le dan la razón a Eerola: “La música que suena triste induce una tristeza genuina acompañada de niveles elevados de prolactina, una hormona que se asocia con la comodidad y el consuelo, lanzada durante episodios de tristeza”, pero añaden también otras posibles explicaciones para el éxito de estas melodías.
Por ejemplo, el efecto negativo es inhibido en contextos estéticos, de modo que es placentero experimentar alguna emoción al escuchar música, por lo que las piezas que se perciben como tristes también tienden a ser juzgadas como hermosas.
La doctora María Teresa Orozco, en su tesis “Psicología y música: estudio empírico sobre la relación entre música, variables psicológicas y hábitos de escucha”, defendida en la Universidad Complutense de Madrid, señala dos cosas que no debemos dejar de lado: que la música provoca respuestas a nivel cognitivo, emocional y motor, y que ello involucra áreas cerebrales que participan también en otros procesos como la memoria, la atención o la planificación del movimiento. Afirma también que algunas canciones pueden provocarnos “escalofríos emocionales” (la “piel de gallina”, denominada científicamente piloerección), expresiones del sistema piloso en respuesta a experiencias placenteras. “El escalofrío se produce porque la música implica circuitos cerebrales relacionados con el placer, la motivación y la recompensa, y se puede sentir, incluso, si escuchamos una canción triste. Las emociones cotidianas como la tristeza tienen una valencia negativa y una causa directa, mientras que las emociones provocadas por la música triste, indirectas y agradables, se asocian a procesos cognitivos como la memoria autobiográfica y la valoración de los componentes estéticos de la música. Este modelo permitiría explicar la razón por la que escuchar música triste suele dar lugar a experiencias emocionales positivas. Y ese es uno de los atractivos de la música: ofrece recompensas emocionales a los oyentes”.
Educación sentimental
Cery Alvarado, terapeuta Gestalt, reivindica la tristeza sin elevarla: “En esta época en la que nos bombardean con mensajes mandatorios para sentirnos bien solo por sentirnos bien, la tristeza se relaciona con relaciones adversas, y dejamos de lado que las emociones no son buenas o malas. Solo son”. Desde la corriente Gestalt, las emociones no reciben una calificación, y, dentro de la psicología, no hay una definición única de lo que es una emoción. Discusiones aparte, la tristeza existe y no son pocos los estudios alrededor de ella.
Es interesante acercarse, por ejemplo, al estudio realizado en la Universidad de Navarra por la doctora en Psicopedagogía Arantza Lorenzo de Reizábal y titulado “Música para el desarrollo de la conciencia emocional”. Dicho trabajo, publicado en junio de 2018, tuvo como objetivo determinar el perfil emocional que caracteriza a una selección de 56 piezas del repertorio de la música clásica occidental, a partir de su asociación con seis emociones, básicas: alegría, amor, calma, enfado, miedo y tristeza, e identificar los elementos musicales que intervienen en dicha asociación emocional.
Dicho estudio realizó el siguiente ranking en relación de las audiciones musicales clasificadas por su emoción más característica y ordenadas (en orden decreciente) según su grado de intensidad emocional:
Cery Alvarado cita una investigación de la Asociación Americana de Psicología (APA) sobre el placer de la música triste. “Se concluyó que la tristeza dentro de la música es placentera, porque no percibimos esta emoción como algo amenazante ni percibimos la música como algo amenazante. Entonces, la dejamos fluir. El escuchar música triste produce beneficios psicológicos como la autorregulación del estado de ánimo. Estudios de neuroimagen han mostrado una mayor conexión neuronal a través de los estímulos que nos producen tristeza. La exposición controlada a la tristeza puede ayudar a personas con trastornos como la depresión”, explica.
Las artes en general, explica la terapeuta, inducen a las personas a emociones reales. “De acuerdo al estado en el que la persona se encuentre, puede experimentar estados de tristeza distintos. Pero escuchar una canción triste no significa que nuestra vida tiene que ser inmediatamente triste. Salvo que la persona tenga depresión o esté viviendo un proceso de duelo”, dice la terapeuta. Los procesos de duelo no se refieren solo a la pérdida de un ser querido o la ruptura de una relación amorosa. Hay situaciones que necesitan un tiempo de duelo para ser procesadas. Cery Alvarado pone como ejemplo la mudanza o alejamiento de un ser querido, la pérdida de un empleo e incluso el abrupto cambio de rutina que supuso esta pandemia.
¿Qué hacer entonces? “En el caso del duelo, primero reconocer que se está en ese proceso. El duelo suele tener siete etapas: negación, confusión, enojo, dolor y culpa, tristeza, aceptación y restablecimiento; y no todos las transitamos de la misma manera, así que es mejor buscar un apoyo. Si se está viviendo un cuadro de depresión hay que trabajarlo y buscar ayuda. No es tan sencillo como decir ‘voy a escuchar música alegre para que me suba el ánimo’, pues el cerebro no funciona así. Debe existir una regulación emocional para salir de la tristeza, miedo, ira o cualquier emoción en la que nos hayamos hundido. Aclaro: la tristeza puede ser funcional, lo disfuncional es pegarnos a ella o a cualquier otra emoción. Lo recomendable es ir a un especialista, hacer algún tipo de ejercicio no solo físico, sino también mental, que nuestro cuerpo sensorialmente sea expuesto a las emociones que nos generan bienestar, alimentarnos adecuadamente, tomar agua y hacer una actividad que nos sea placentera más allá de mover el cuerpo para que tu cerebro pueda generar diferentes conexiones con diferentes situaciones”, añade la especialista.
La tristeza es un mundo por descubrir, al que no hay que tenerle miedo. Recordemos, si no, la película Intensamente. O simplemente escuchemos y disfrutemos del talento del Príncipe de la Canción, a un año de su partida.
Citas y referencias
Current Emotion Research in Music Psychology (Investigaciones sobre música en la psicología) publicado en Researchgate.net Marzo de 2015.
Why Do Some People Love Sad Music? (¿Por qué algunas personas aman la música triste?) publicado en Greater Good Manager en Septiembre de 2016.
Música para el desarrollo de la conciencia emocional, publicado en Publicaciones: Facultad de Educación y Humanidades del Campus de Melilla en 2019.
Psicología y música: estudio empírico sobre la relación entre música, variables psicológicas y hábitos de escucha, Universidad Complutense de Madrid, 2016.
Video recomendado
- Las más leídas
- 1
Interbank y Plin: web que divulgó datos de vecinos de Miraflores ahora apunta a clientes del banco
- 2
Interbank y Plin: web que divulgó datos de vecinos de Miraflores ahora apunta a clientes del banco
- 3
Dueño de cevichería “Mi Barrunto” en la mira: la trama de la sospechosa compra y devolución de un Porsche a ‘Chibolín’
Contenido sugerido
Contenido GEC