
Hay una nave espacial en Takarazuka, pequeña ciudad al sureste de Japón. Oficialmente es el Museo del Manga de Osamu Tezuka, pero ese nombre no debe confundirlo. Visto desde afuera, parece un observatorio astronómico, con una pequeña torre que podría acoger un telescopio. Rodean al edificio placas metálicas con los rostros de personajes como Astroboy y la Princesa Caballero, y una estatua del Fenix, otra de sus creaciones, que surge protector desde unas llamas estáticas.
Ya dentro, una recepcionista nos indica el recorrido. La primera exhibición se despliega en una sala larga con decenas de cápsulas de cristal; cada una con tesoros: un libro, juguetes o un texto explicativo que repasa la carrera del célebre ‘mangaka’. Si la vida real fuera un manga, esas cápsulas contendrían especímenes vivos, criogenizados por obra de un científico loco. Tezuka ciertamente era uno.
Este hijo predilecto de Takarazuka, que de niño amaba coleccionar insectos, estudió Medicina, una carrera con demanda que le prometía ingresos estables. Si bien la vocación artística lo llevaría por otros caminos, el amor por la ciencia puede observarse en la metodología curatorial de la exposición.
El papel y la pantalla
“El manga es mi esposa, pero el anime es mi amante. Y si pasas más tiempo con la amante que con la esposa, la familia se perjudica”, diría Tezuka en una entrevista repetida constantemente en una de las pantallas del museo. En efecto, el autor también se dedicaría obsesivamente a la animación, creando en 1963 la adaptación a la TV de su personaje “Astroboy”, la primera serie de anime de la historia.
Una producción que abarató costos y presionó a los dibujantes nipones al extremo; estableciendo –para bien o para mal– el estándar de la industria. Tezuka no hizo mucho dinero con el anime, explica el mismo autor en la entrevista, pues usó el dinero que ganaba con sus mangas para su empresa de animación. Eventualmente su productora de anime quebró .


Otras cápsulas más allá encontramos una pequeña sala de cine que proyecta “Jumping” (1984), un cortometraje de seis minutos que toma el punto de vista de una persona en la acción de saltar. Con cada impulso, la altura aumenta, pasando de alcanzar la azotea de un edificio a superar el dominio de las nubes.
El segundo piso del museo Tezuka esta reservado a las exhibiciones temporales. Actualmente, se presenta una muestra del exasistente del dibujante Buichi Terasawa (1955-2023), al que los peruanos conocieron por su anime “Super Agente Cobra”, transmitido por América Televisión en 1989.
La exhibición tiene páginas originales e incluso una réplica del arma icónica de la serie.
En el mismo piso, pasando la solicitada tienda de regalos, aguarda por el público más fervoroso una pequeña biblioteca con títulos de Tezuka. En ella podemos encontrar uno de sus trabajos finales, “Gringo”, sobre un japonés ambicioso en América del Sur. No muy lejos de la biblioteca, enciende sus luces intermitentes una “supercomputadora”, provista de pantallas a su alrededor, donde se aprecian diversos animes realizados por Tezuka.
Hasta las mayólicas del baño se encuentran decoradas con motivos de manga y anime.

Una clase maestra
Volvemos al primer piso, donde se encuentra la zona más interactiva del museo. En ella, palancas, manivelas y otros mecanismos simulan el interior de un submarino. Con esta estética, la exhibición didáctica permite al público entender cómo funciona la animación. Junto con los originales, también hay mesas con cajas de luz donde los visitantes aprenden a hacer su propio anime.
Un programa en inglés indica, paso a paso, la técnica de animación e incluso demanda a los encargados del museo papel y lápiz para dibujar. Y aquí es donde se rompe un poco la magia: por más que el software invite a dibujar cinco fotogramas, las asistentas solo permiten dibujar dos. No queda más por hacer. Toca abandonar esta nave espacial y salir al espacio exterior.
Sepa más
Tezuka hizo de todo en el manga: aventuras en “Nueva isla del tesoro”, acción con “Metropolis”, tragedia en “Oda a Kirihito”. Pero fue en la ciencia ficción que encontró la consagración mundial.