
La edición del 15 de febrero de 1960 del diario El Comercio informa, por primera vez, de la “introducción” de una “nueva costumbre entre nosotros”. Se trata de la celebración del Día de los Enamorados, ligada sin un motivo claramente definido a San Valentín. Para el contexto regional, el desembarco había llegado tarde. Ya en 1948, en España, los grandes almacenes de Galerías Preciados había importado de Estados Unidos la moda de regalar flores y bombones a la persona amada cada 14 de febrero, y pronto los corazones rojos colgarían de las vitrinas en los comercios de América Latina. A Lima la nueva tradición asomó tímida alrededor de 1958, no sin sospecha: para los devotos más rigurosos, la hagiografía del citado taumaturgo resultaba incierta.
Hasta hoy, no está claro quién fue o si existió realmente. En efecto, los antiguos martirologios mencionan al menos tres santos con ese nombre en la fecha del 14 de febrero. La leyenda más extendida de San Valentín se remonta al siglo III, refiriéndose al sacerdote que desafió a Claudio II, emperador romano que prohibió la celebración de matrimonios al considerar que los hombres casados resultaban soldados mediocres. Desoyéndolo, Valentín siguió casando parejas, lo que le costó, literalmente, la cabeza. El sacerdote acabó siendo decapitado el 14 de febrero de 270, y fue enterrado en la Puerta Flamina, a la entrada a Roma.
Otra atingencia local contra el buen Valentín advertía del carácter “importado” de la festividad: la primera referencia literaria del Día de San Valentín aparece el año 1382, en el poema “Parlamento de los pájaros”, del dramaturgo inglés Geoffrey Chaucer, que comenta cómo en el Día de San Valentín los pájaros daban inicio a sus danzas de amor.
Para una Lima celosa de su barroca herencia española, una fiesta originada en Inglaterra y expandida desde Estados Unidos resultaba solo un pretexto para el aprovechamiento comercial.
“Buscar amparo en un patrono que goza de favor en la Corte Celestial para dar rienda suelta a la expansión de los corazones es algo práctico para los comerciantes que, con ocasión del día, alzan vuelo procurando aumentar ventas”, escribe el redactor de esta casa a inicios de los años sesenta.


—Pelea entre santos—
Como un intento de frenar el entusiasmo por esta tradición sajona, serios articulistas empezaron a recordar la antigua figura de San Antonio, santo casamentero cuya veneración nos llegaba de tiempos coloniales. En 1962, la popular columnista Elsa de Sagasti (madre del expresidente Francisco Sagasti) escribía en este Diario a propósito de San Valentín que las nuevas costumbres importadas “se imponen porque tienen algo de simpático”, y abogaba por que las parejas que celebraban esta fiesta comercial asistieran a misa para corresponder con su espiritualidad.
Años después, ante las dudas sobre la autenticidad histórica de San Valentín, en 1969 el papa Pablo VI decidió excluirlo del santoral católico, del catálogo oficial y de su calendario litúrgico, junto con otros 32 colegas de dudosa existencia como Santa Bárbara, San Jorge o San Cristóbal. Sin embargo, pese a la expulsión, la popularidad del extraoficial patrono de los enamorados se mantiene incólume. Todo un milagro informal.