Cuando hablamos del rol de las mujeres en diversos acontecimientos históricos, es más lo que suponemos que lo que sabemos. Por ejemplo, son pocas las personas que saben que, en 1924, la educadora, investigadora y feminista Elvira García y García publicó el libro La mujer peruana a través de los siglos: serie historiada de estudios y observaciones. Y que en él se incluye un capítulo titulado “La mujer peruana en la lucha por la independencia”, donde reseña el nombre de unas 50 mujeres que se unieron, desde diversos frentes, a la causa independentista.
A pocos días de celebrar el 199.° aniversario del día en el que José de San Martín dijera aquello de que “el Perú es libre e independiente por la voluntad general de los pueblos”, vale recordar que la gesta no tuvo solo padres, sino madres de la patria. Sin olvidar ni desmerecer los nombres de Micaela Bastidas o María Parado de Bellido, hubo muchas más mujeres comprometidas con la causa. Por ejemplo, según el libro de Elvira García y García, “no había conspiración o proyecto de los patriotas en el que no estuviera envuelta Manuela Estacio”; la persona encargada de darle a José Olaya las cartas que él llevaba entre los patriotas era la señora Juana de Dios Manrique de Luna; y, si Olaya accedió a dicho encargo fue por ánimo de su madre, Melchora Balandra.
Fueron Cleofé Ramos, y sus hijas María e Higinia Toledo quienes encabezaron la resistencia a las tropas realistas de la ciudad de Concepción, en abril de 1821; mientras Josefa Carrillo, marquesa de Castellón, fue reconocida por San Martín como prócera de la Independencia, pues sirvió como intermediaria de comprometedora correspondencia que, con su nombre y firma, comunicaba acciones entre los patriotas.
Proclamas femeninas
En un artículo titulado “Historias de las mujeres en el Perú, eso y más”, la reconocida historiadora María Emma Mannarelli escribe: “Contar la historia de las mujeres en el Perú [...] implica una manera diferente de pensar en los procesos sociales, además de multiplicar narradores/as. Y no solo eso. Diría que ayuda a incorporar a un público más amplio a la reflexión sobre el pasado, e interpela a las mujeres e incluso a los hombres, de otra manera, a pesar de sus resistencias”.
Conversando con la historiadora, analizamos la forma en la que vivían las mujeres de inicios del siglo XIX, cuando estaban todavía muy ligadas a su grupo familiar, por lo que quienes se involucraron en el proceso independentista fueron excepcionales. “En ese momento, no había un espacio público que las acogiera. La mayor parte de las mujeres eran ajenas a la educación, a la escritura, al sentido político, y su papel principal era el de la maternidad, lo que les daba protagonismo en el mundo doméstico como las formadoras de futuros ciudadanos y futuras madres, pero las alejaba de la agenda pública y política”, refiere.
Suscribe esta afirmación la también historiadora Claudia Rosas en el texto “Damas de sociedad y varones ilustrados. Mujeres, hombres y género en el discurso modernizador de la Ilustración a fines del siglo XVIII”, incluido en el libro Género y mujeres en la historia del Perú. En él, señala que las mujeres eran consideradas el instrumento indicado para cambiar la sociedad. “Los hombres solos no eran suficientes; debían complementar sus funciones con las féminas, de tal manera que se produjo una redefinición de los roles de género”, escribe. De esta forma, en los periódicos y textos de la época apareció el tratamiento de temas como el pudor y el recato femenino; la belleza, la vestimenta y el maquillaje; el matrimonio y la fidelidad conyugal; o los preceptos de higiene y salud que debían seguir las mujeres durante el embarazo y el parto. “Desde una esfera pública, se apelaba a lo individual y lo privado para definir el rol y el espacio que debía ser ocupado por la mujer en la construcción de la nueva sociedad”, añade.
Entonces, María Emma Mannarelli explica que “en ese contexto, muchas de las mujeres que se involucran al proceso independentista lo hacen desde sus coordenadas familiares, pero, en el proceso, encontraron sus propias reivindicaciones, sus propias acciones”. Y un ejemplo clarísimo de ello es Brígida Silva de Ochoa.
Un colegio en Chorrillos y una avenida en San Miguel llevan su nombre. Suelen ser los únicos reconocimientos que reciben decenas de mujeres cuyo trabajo ha marcado la historia. Sus hermanos, el coronel Remigio Silva y el abogado Mateo Silva, participaron muy activamente en la lucha por la Independencia desde el principio, por lo que doña Brígida —cuenta Elvira García y García— se sumó pronto a la causa que su familia apoyaba. Fue madre de siete hijos, pero esto no la detuvo cuando sus hermanos fueron apresados: se convirtió en el correo entre ellos y otros prisioneros y los grupos patriotas. Su hijo mayor servía al ejército realista, por lo que ella accedía a todo tipo de información y podía cumplir su labor sin levantar sospechas. Sin embargo, su aporte trascendió la situación familiar, pues ella sirvió también a grupos independentistas que no eran de su familia sanguínea, pero sí sus hermanos de patria.
El grito de Jauja
Claudia Rosas dice, a modo de conclusión, que sobre la participación femenina durante las guerras de independencia falta mucho por investigar. “Conocemos algunas heroínas y en el contexto de los movimientos que se han estudiado cómo participan las mujeres, pero es mucho lo que aún desconocemos, por ejemplo, sobre las mujeres indígenas, afrodescendientes y de sectores populares. Sabemos de Micaela Bastidas o María Parado de Bellido; de las heroínas Toledo en la sierra central; o de las conspiradoras de Lima, como Brígida Silva de Ochoa, que veía la correspondencia de la expedición libertadora. Pero más allá de estos personajes, es necesario hacer una investigación profunda de la participación femenina en la independencia: desde las famosas rabonas que acompañaban la movilización militar como enfermeras o cocineras, o las damas de sociedad que recaudaban dinero.
En ese marco, Ybeth Arias, historiadora y curadora del Museo de Antropología, Arqueología e Historia del Perú, es responsable de un importante hallazgo. El año pasado encontró en el archivo del museo un documento titulado “La proclama de las indias de la vecindad de Lima”. Se trata de un manuscrito en quechua jaujino que ensalza la libertad y la independencia del pueblo peruano. “Empieza hablando de las indias de la vecindad de Lima y termina hablando de las peruanas”, cuenta. Al lado de la arqueóloga, antropóloga y docente de quechua Carmen Cazorla, ha estudiado esta proclama, cuya versión en castellano se encuentra en el Fondo Reservado de la UNMSM.
Explica Ybeth Arias: “El texto fue escrito cuando el general Canterac está invadiendo Lima, en 1823, cuando Riva Agüero era presidente. La proclama trata de convencer a los hermanos indígenas de que apoyen a los patriotas, y se dirige a ellos llamándolos ‘mis hermanos’ y recordándoles que los españoles han violado a las mujeres. Se habla del entonces presidente Riva Agüero como un padre al que hay que apoyar, y se recurre a la grandeza de las figuras de Huáscar y Atahualpa. Con esta proclama, lo que vemos es el indicio de una tradición de patriotas que, aunque migren a Lima, siguen siendo patriotas y apoyando al ejército libertador”.
¿Cómo se explica la existencia de una proclama escrita por mujeres en quechua jaujino? “No hay mucho interés por la participación femenina más allá de las heroínas, que son importantes, pero no podemos perder de vista la importancia de las mujeres dentro de su cotidianidad”, dice la historiadora. Ella misma añade: “Lamentablemente la proclama es anónima, por lo que no se pueden rastrear nombres particulares, pero nos habla de una corriente de liderazgo femenino en Lima, probablemente de origen huanca. Y tiene sentido en la medida que hay una tradición fuerte de autoridad femenina indígena en Jauja por la presencia de cacicas desde el siglo XVII; mientras, en Lima, existió el beaterio de Copacabana, donde había un colegio para mujeres indígenas”. Entonces, hablamos de mujeres indígenas letradas que reclamaron su participación en la historia de la independencia sin necesidad de poner su nombre y apellido.