Perú perdió 1-0 contra Francia y se despidió del Mundial Rusia 2018. (Foto: EFE)
Perú perdió 1-0 contra Francia y se despidió del Mundial Rusia 2018. (Foto: EFE)
Pedro Ortiz Bisso

Paralizado frente al televisor, las lágrimas se niegan a salir. Acaso sean los años los que han puesto un umbral más alto a la vergüenza, esa que confunde tristeza con debilidad. Aunque esta tarde de jueves es pura demostración de dolor, un dolor profundo. Y conocido.

El fútbol peruano es una conjunción de mitos y de héroes de papel y tinta disfrazados de realidad. Es una historia de autoelogios construida sobre ladrillos de glorias efímeras agigantadas por el tiempo.

Por años hemos sido los campeones morales de torneos que nadie recuerda, protagonistas de partidazos ignotos, víctimas de desgraciados complots preparados en alguna oscura oficina de la FIFA o el régimen nazi.

Chechelev, Arpi Filho, Bilardo, Camino, Leoz, Havelange y hasta Hitler son algunos integrantes de esta cofradía de conspiradores, especializados en arruinarnos la existencia con el objetivo de impedir que el exquisito balompié blanquirrojo concretara en resultados eso que siempre fue pura insinuación.

Hace diez días me preguntaba en estas páginas qué sería de la selección, y de nosotros, si las cosas no salían como se pensaba en el Mundial. Lo hice cuando imaginar lo peor y hacerlo público era políticamente incorrecto, casi traición a la patria, sobre todo si se caía en manos del tribunal de las redes.

Con la eliminación sin digerir aún y la posibilidad de que el periplo por Rusia culmine sin puntos en la bolsa, me reafirmo en lo que dije aquella vez: que los elogios no se transformen en insultos. Que quienes auguraban un final con Paolo levantando la Copa del Mundo hoy no lo miren con desdén. Que los profesionales del insulto guarden sus balas para otra ocasión.

Es posible que el resultado del encuentro contra Australia tampoco sea feliz. La necesidad de ganar para tentar la clasificación lo convierte en un rival más difícil de lo esperado. Pero una nueva derrota no debería hacernos olvidar cómo se inició esta historia ni todo lo que hemos sufrido, ni todo lo que hemos avanzado ni todo lo que queda por hacer.

Ayer, cuando le preguntaron a Oblitas si se iba a preparar un homenaje a los muchachos, expresó su oposición. No habló como representante de la federación, pero aclaró que seguramente el cuerpo técnico piensa lo mismo.

“Tenemos que acostumbrarnos a festejar la victoria, no a festejar la derrota, si no volveríamos al pasado”, señaló quien debe ser una de las figuras más trascendentales del fútbol peruano de los últimos 50 años.

Perú genera orgullo por su entrega y valentía, por la dignidad que mostró en cada partido. Pero las diferencias con el primer mundo aún son amplias. El reto no es desandar lo avanzado, sino persistir en la ruta trazada. Es el camino para empezar a festejar victorias. Y para que estas se conviertan en una costumbre. 

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