Novela
Tres libros destacaron con claridad en este rubro. “El camarada Jorge y el Dragón” de Rafael Dumett, primera parte de una trilogía sobre Eudocio Ravines que delata a un escritor capaz de hazañas narrativas apuntaladas en su pasión investigadora y un envidiable conocimiento de la psicología de sus personajes. La pulida “Páginas del fin del mundo” de Johan Page es un ambicioso mecanismo ficcional constituido por un laberinto de tragedias privadas y colectivas que repasan con brío las heridas de un país empantanado en su pasado. A la misma altura debo situar “Yo maté un perro en Rumania” de Claudia Ulloa Donoso, lúcida fábula acerca del extrañamiento humano y geográfico en una confrontación límite.
Polémica, imperfecta y divertida, “Los genios” de Jaime Bayly fue la novela más discutida y comentada de este año que agoniza y su mejor entrega desde la lejana “Los últimos días de La Prensa”. Mario Vargas Llosa puso punto final a su excepcional carrera novelística con “Le dedico mi silencio”, obra menor pero construida con el oficio, instinto y ritmo que nuestro nobel nunca perdió. Por su parte, Diego Otero ha confirmado con su atrevida “La piel del murciélago” que hay un camino distinto a los convencionalismos autorreferenciales de costumbre: una bocanada de aire fresco entre tanto yo asfixiante.
Otros títulos valorables fueron “El norte ya no existe” de Alina Gadea, un paso adelante para una obra de innegable interés; “El mundo que vimos arder” de Renato Cisneros, que, pese a cierta irregularidad, es su mejor novela desde “La distancia que nos separa”; “No juzgarás” de Rodrigo Murillo; “Casi todo desaparece” de Verónica Ramírez; “Francisca” de Alonso Cueto, “Asesinatos en verso” de Lorenzo Helguero, “Agua” de Lucero de Vicanco y “Expedición a Inca dormido” de Luis Hernán Castañeda. Mención especial al debut de Mario Ghibellini, “La canción del Capitán Garfio”, conmovedora historia sobre los males que acosan la arcadia de la infancia. Mereció más atención de la que obtuvo.
Cuento
El libro de cuentos del año fue “El peso inevitable de las palomas” de Carlos Yushimito, nuestro mejor prosista en distancias cortas junto a Alexis Iparraguirre. Un escritor realmente moderno que erige universos narrativos tan compactos como vibrantes y ofrece al lector textos cuyos planos de significación los vuelven altamente singulares dentro del imaginario nacional. “Aquello que agoniza entre nuestros dedos” de Stuart Flores resultó otro volumen sustantivo y con varias piezas afiatadas, evidencia de un joven autor que trajina un largo y personal camino paralelo al de la tradición en que se mueve. El hibridaje de “11 palabras”, lo último de Julia Wong, aportó frescura a un 2023 no precisamente abundante en este rubro. Otros conjuntos de interés: “Infancias” de Bryan Paredes; la reedición de “Habitaciones” de Ricardo Sumalavia; “Puñetazos”, contundente embestida de Magnolia Pinedo; Sophia Gómez Cardeña nos regaló “Una locura discreta”; “Amor arcoíris” de Sofía Tudela Gastañeta propuso una mirada distinta para la veta literaria queer local. El Fondo de Cultura Económica acertó con una bella edición de “Montacerdos” clásico de Cronwell Jara, mientras que Rocío Silva Santisteban compiló su labor cuentística en “El quemadero”. El rescate del año ha sido “Cuentos para cerebros detenidos” de la encantadora e imprevisible Raquel Jodorowsky; la mención a la antología más importante recae en “El tiempo es nuestro” editada por Víctor Ruiz Velazco.
En cuanto a la literatura infantil y juvenil, cabe resaltar “El pequeño inca y la conquista del Jardín del sur” de Eduardo Recoba; “Manos de trapo” de Nishme Súmar y Michelle Magot; “Árbol y niño” de Helmut Jerí Pabón; “Kumy al rescate del planeta Tierra” de Juan Tuesta Gogny; “El armario de Noa” por Maricarmen González; “Coraje” de Katherine Medina Rondón y “Tunki y los niños guardabosques” de Janice Ferrand. Lo mejor de esta sección: “Kintsugi”, el silente y sublime cuaderno de Issa Watanabe.
Poesía
“La edad ligera” de Mariela Dreyfus corona una tarea poética constante que se extiende a lo largo de cuatro décadas de segura madurez y evolución. Se trata de una novela en verso de sólida regularidad y con elevados picos expresivos que Dreyfus no había alcanzado antes. Junto a “Poema de las emociones comunes”, proteico y sensitivo volumen de la talentosa María Belén Milla, conforma lo más importante entre lo publicado durante los últimos doce meses en este apartado.
Sin embargo, hay también libros valiosos como “Multitudes”, homenaje airado de Valeria Román a las “Cinco razones” de Césareo Martínez, actualizadas para hacer crónica en verso de las protestas populares contra el régimen vigente. “Notas para un poema encontrado” ratificó las condiciones del multifacético Cristian Briceño. “Cisnes” de José Morales Saravia clausura dignamente la trilogía que se inició a finales de los setenta con sus canónicos “Cactáceas” y “Zancudas”.
La editorial Personaje Secundario se anotó un hat trick de rescates al publicar “Quasar” de Mario Montalbetti (quien también hizo acto de presencia con la muy personal antología “El cuatro está solo”), “Pez” de Mariela Dreyfus y “El chico que se declaraba con la mirada” de Roger Santiváñez (que reincide con “Entre el paraíso y el infierno”, auroral libro inédito y “Comunión de los santos”, vasta poesía completa editada en España). Peisa puso en librerías la obra seleccionada de Elvira Ordóñez bajo el nombre de “Estremecido verbo”, devolviéndonos a una poeta de discurso estimable. Manteniendo su dinámica actividad, el Álbum del Universo Bakterial atinó con la reedición de “Una procesión entera va por dentro” de Rodrigo Quijano, “Gamer Over” de Giancarlo Huapaya y “Abrumada de ál”, firmado por Paula Bruce. De sus novedades me quedo con “Dónde dejar tanto ruido” de Roxana Crisólogo.
2023 fue, asimismo, el año de Rossella di Paolo: apareció su encomiable “Poesía reunida 1985-2016″ y un pequeño y delicado poema, “Cielo a tierra” que parece inaugurar derroteros diferentes en su rumbo creativo. 2023 fue además el año del regreso de Xavier Echarri, luego de treinta años de silencio, con “El ciervo en la carretera”. Una vuelta que, desafortunadamente, no ha estado a la altura de las expectativas. Lucía Ocampo, olvidada poeta de la segunda etapa de Hora Zero, retornó a la memoria de los lectores con “Todo significa sed”, que reúne su última poesía inédita, gracias a un minucioso trabajo de Peso Pluma. María Emilia Cornejo fue objeto de una antología, “Todo lo guardo en mis ojos”, que poco aportó para nuevas lecturas de la emblemática muchacha mala de la historia.
Vale la pena mencionar a “Conversando con Homero” del veterano Juan Cristóbal, “XVIII formas del deseo”, paciente debut de Rafael Cabellos, “Bordando Quilcas” de Carolina O. Fernández, “La escritura quedó aquí” de Braulio Paz, “Hojas” de Ana María Gazzolo, “Un avión que se estrella todos los días”, melancólica efusión de Gastón Agurto, “Mayuñan” de Alida Castañeda y “Arcilla” de Dida Aguirre.
No ficción
Enorme rescate fue el de Peter Elmore al encargarse de la edición de “Tradición y rebelión en la poesía inglesa contemporánea”, irreverente y brillante tesis de doctorado de Antonio Cisneros, un insólito nuevo tomo en la obra de uno de los poetas mayores del Perú durante la segunda mitad del siglo XX. Las memorias de Carmen Ollé, “Destino: vagabunda” se sostienen en una aguda mirada a los hechos y seres que poblaron y pueblan una vida inquieta y de ricas remembranzas. “Enteramente y eternamente” compila una gran cantidad de cartas inéditas de Javier Heraud y solo por ello es de obligatoria consulta. Abelardo Sánchez León se estrenó como ensayista en “Torrentes en pugna” donde oscila entre el apunte perspicaz y algunas arbitrariedades ideológicas.
Muy buen año para la crítica cinematográfica: el infatigable Isaac León Frías se puso al hombro dos volúmenes colectivos: “En los extramuros de la Historia” sobre Pier Paolo Pasolini y “Rupturas y aperturas” acerca de Jean-Luc Godard. Ricardo Bedoya hizo una contribución medular para el estudio del cine contemporáneo con su monumental (y muy bien escrito) “Del blockbuster al autorretrato”. Finalmente, Sebastián Pimentel ordenó y seleccionó sus reseñas publicadas en la prensa cultural a lo largo de dos décadas en “Imagen y crítica”.
La lista de libros relevantes es dilatada: “Crónicas maricas”, adictivo e informado testimonio de parte de Javier Ponce Gambirazio; “Cantos gregorianos”, la correspondencia que el gran Gregorio Martínez mantuvo con Víctor Campos Ñique; “Un bárbaro en París”, de Mario Vargas Llosa; “Diez historias caletas de la música juvenil peruana”, editado por el experto en cultura popular Hugo Lévano; “Presidentes por accidente” de Cristopher Acosta; “Los secretos de Elvira” por Hugo Coya; “Legados de guerra” de Kimberly Theidon; “Peligro: orden de disparar”, nueva investigación de José Alejandro Godoy; “Permaneceremos hasta el final”, filosa crónica hardcore de Carlos Torres Rotondo y Richard Nossar Gastañeta; “Desde el corazón de la educación rural”, de Daniela Rotalde; “De monstruos y cyborgs”, raro y llamativo librito de Margarita Saona; “Los años” de Alonso Cueto; “La reforma política” de Fernando Tuesta; “Prohibida la tristeza” de Sofía Macher Batanero; “Día de visita” de Marco Avilés; “Vidas vulneradas” y “Desaparecidos”, estremecedoras incursiones de Teresina Muñoz Najar; las reediciones de “El deportado”, excelente perfil de Eudocio Ravines por Federico Prieto Celi y de “Gato encerrado” de Fernando Ampuero; “La música de las esferas” de Raúl Romero Tassara y “Contigüidad de los cadáveres” de Helen Garnica.