
Desde que fue internada para una cesárea el pasado 1 de mayo, Josefina, una madre guatemalteca de 31 años, no ha vuelto a sentirse segura. Ese día ingresó al hospital temblando, no solo por el procedimiento quirúrgico, sino por un temor que la ha acompañado desde que llegó a Estados Unidos: ser reportada a ICE.
Y el miedo, lamentablemente, no era infundado. Apenas dos semanas después, su esposo fue detenido por agentes migratorios tras regresar de una tienda cercana. Fue deportado el 15 de junio. Desde entonces, Josefina vive encerrada en su casa con sus dos hijas: una recién nacida y otra de seis años. No ha vuelto a salir. No se atreve.
Si tienes a un ser querido detenido por inmigración y no sabes dónde está, este artículo de Sileña Cisneros te puede ayudar. ICE ha hecho oficial la forma de localizar a personas bajo su custodia, y aquí te explican paso a paso cómo hacerlo.

“Me da miedo ya salir”
La vida de Josefina se ha vuelto una rutina silenciosa, donde los días se repiten en un encierro forzado. Apenas cocina, lava la ropa a mano y cuida a sus niñas mientras intenta recuperarse de la cesárea. Su voz, aunque suave, es firme cuando dice: “Me da miedo ya salir, porque no quiero volver a mi país”.
Ese temor crece con cada historia que escucha. Dice saber de redadas recientes en su vecindario y ha visto cómo agentes se llevan a personas como ella sin previo aviso. “Desde que se llevaron al papá del bebé, todo cambió”, comentó recientemente en un reporte de Telemundo.
Una rutina marcada por el encierro
Antes de todo esto, Josefina vendía helados y trabajaba en cosechas de tomate desde que llegó a Estados Unidos en septiembre de 2023. Ahora depende del apoyo de vecinas solidarias y de organizaciones locales que la ayudan con lo básico. Ni ella ni sus hijas tienen papeles, y eso, dice, las deja completamente expuestas. “Si ICE me encuentra, no sé qué será de mis hijas”, explica.
Su hija mayor, de seis años, extraña el mundo exterior. Pregunta por el parque, por salir a caminar, por un helado. Josefina la entretiene como puede: pintan, leen cuentos, inventan juegos. Pero la frase se repite: “Ni al parque ni por un helado. No se puede salir”.

No es la delincuencia lo que la mantiene en casa. No es un miedo común. Es una angustia silenciosa que la obliga a esconderse del mismo sistema. “No confío en nadie”, dice, al hablar del temor de ser delatada incluso por personas cercanas.
Entre el miedo y la esperanza
A pesar de todo, Josefina no ha perdido la esperanza. Cuando su bebé cumpla tres meses, sueña con volver a trabajar, aunque sabe que eso implicará arriesgarse. Lo hará por sus hijas. “Tengo que sacar adelante a mis hijos”, afirma con convicción.
También expresa un deseo que, para ella, se vuelve plegaria: que el presidente Donald Trump suavice su postura hacia personas como ella, madres trabajadoras que solo buscan un lugar donde criar a sus hijos sin miedo.

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