El fundamento habitual tras los intentos oficiales de soslayar o ignorar la evidencia científica es un discurso populista. “Populismo” es un término controvertido, pero todas las acepciones del mismo coinciden cuando menos en un punto: el populismo suele separar a la población de un país entre el “pueblo” (en singular), y unas “élites” que controlan el gobierno y la economía en beneficio propio.
Establecida esa separación, los liderazgos populistas se autoerigen en el único representante legítimo del “pueblo”. Aclaro que, en mi opinión, buena parte de las críticas contra esas élites (o como prefiera llamarlas), son válidas. Pero esa es otra discusión (que exploramos en artículos anteriores).
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En ocasiones la comunidad académica es incluida por el discurso populista entre las élites a las que hay que desplazar de posiciones de poder. En parte porque sus integrantes son considerados intelectuales al servicio del statu quo (como cuando López-Obrador declara en México “que el Estado ya no proteja a escritores, que no haya intelectuales orgánicos”). Pero, y fundamentalmente entre populistas de derecha, los académicos también son considerados rivales políticos cuando (paradójicamente) sus investigaciones afectan los intereses de las elites empresariales que los respaldan (como las industrias de hidrocarburos y del carbón, en el caso de Trump, o el empresariado agropecuario, en el caso de Bolsonaro).
Por razones como esas, suelen ser hostiles al conocimiento generado por la comunidad científica. Así, por ejemplo, durante un debate entre postulantes a la nominación presidencial republicana en el 2007, tres de los participantes dijeron que no creían en la teoría de la evolución. Trump, por su parte, sostuvo en el 2012 que “El concepto de calentamiento global fue creado por y para los chinos con el fin de conseguir que la industria estadounidense no sea competitiva” (es de presumir que lo hicieron en confabulación con la comunidad científica, cuyas investigaciones son las que establecieron la existencia del fenómeno). Y, durante la actual pandemia, populistas de derecha (como Bolsonaro y Trump), y de izquierda (como López-Obrador y Ortega), tendieron a ignorar las recomendaciones de los científicos especializados.
Así como el populismo suele dividir al propio país entre pueblo y élite, suele también dividir al mundo entre la propia nación y las amenazas que la acechan más allá de sus fronteras. Lo cual lo hace menos proclive a propiciar la cooperación internacional. De allí que, teniendo la opción de emplear la prueba que ofrecía la Organización Mundial de la Salud (OMS) para diagnosticar el COVID-19, la Administración Trump prefirió desarrollar su propia prueba. Sume a eso la animadversión de Trump hacia el multilateralismo, y tendrá una explicación de su actitud hacia la OMS.
Así como no existe evidencia que corrobore la acusación de que el gobierno chino “creó” el calentamiento global para perjudicar a la industria estadounidense, tampoco la hay de la presunta confabulación entre el gobierno chino y la OMS para ocultar información sobre el origen y la propagación del COVID-19 (en su etapa inicial, el gobierno de Xi Jingping ni siquiera permitía el ingreso de enviados de la OMS). Es decir, Trump retiró el financiamiento a la OMS en plena pandemia sobre la base de una teoría conspirativa sin esperar comprobación alguna. Y lo hizo al mismo tiempo que su país alcanzaba la mayor cifra mundial de muertes por COVID-19 en un solo día (2,228).
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¿Qué es el coronavirus?
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), los coronavirus son una amplia familia de virus que pueden causar diferentes afecciones, desde el resfriado común hasta enfermedades más graves, como el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV) y el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS-CoV).
El coronavirus descubierto recientemente causa la enfermedad infecciosa por coronavirus COVID-19. Ambos fueron detectados luego del brote que se dio en Wuhan (China) en diciembre de 2019.
El cansancio, la fiebre y la tos seca son los síntomas más comunes de la COVID-19; sin embargo, algunos pacientes pueden presentar congestión nasal, dolores, rinorrea, dolor de garganta o diarrea.
Aunque la mayoría de los pacientes (alrededor del 80%) se recupera de la enfermedad sin necesidad de realizar ningún tratamiento especial, alrededor de una de cada seis personas que contraen la COVID-19 desarrolla una afección grave y presenta dificultad para respirar.
Para protegerse y evitar la propagación de la enfermedad, la OMS recomienda lavarse las manos con agua y jabón o utilizando un desinfectante a base de alcohol que mata los virus que pueden haber en las manos. Además, se debe mantener una distancia mínima de un metro frente a cualquier persona que estornude o tose, pues si se está demasiado cerca, se puede respirar las gotículas que albergan el virus de la COVID-19.
¿Cuánto tiempo sobrevive el coronavirus en una superficie?
Aún no se sabe con exactitud cuánto tiempo sobrevive este nuevo virus en una superficie, pero parece comportarse como otros coronavirus.
Estudios indican que pueden subsistir desde unas pocas horas hasta varios días. El tiempo puede variar en función de las condiciones (tipo de superficie, la temperatura o la humedad del ambiente).
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