En esta foto de archivo tomada el 6 de enero de 2021, Stephane Ravacley posa en su panadería en Besançon, al este de Francia. (SEBASTIEN BOZON / AFP).
En esta foto de archivo tomada el 6 de enero de 2021, Stephane Ravacley posa en su panadería en Besançon, al este de Francia. (SEBASTIEN BOZON / AFP).
Agencia AFP

Un día, te levantas y luchas”. Así de decidido es Stéphane Ravacley, un panadero del este de que puso en peligro su vida, con una huelga de hambre, para reclamar la regularización de su aprendiz guineano.

Hace dos semanas, Ravacley, a pesar de una salud delicada (ha sufrido tres embolias pulmonares), inició una huelga de hambre para protestar contra la expulsión de Laye Fodé Traoré del territorio francés.

El joven guineano pasó un año formándose como panadero junto a Ravacley en la ciudad de Besançon (este) desde setiembre de 2019, después de llegar al país cuando aún era menor. Pero después de cumplir 18 años, Laye fue informado de que iba a ser enviado de regreso a su país natal.

Para protestar contra esta medida, Ravacley decidió ponerse en huelga de hambre. Y aguantó, incluso encontrándose mal tras haber perdido ocho kilos, hasta conseguir, el jueves, la regularización de su aprendiz.

Ni activista ni afiliado político, Ravacley se presenta como un “simple panadero que no conoce a nadie” y que no pudo soportar como su aprendiz, un “buen chaval” huérfano, trabajador y en busca de una vida mejor, estaba a punto de ser expulsado.

Antes de que Laye llegara, no me preocupaba especialmente por el destino de estos jóvenes”, comenta este hombre de 50 años, de mirada sensible y tenaz determinación, en Besançon.

El viernes, el panadero ya estaba trabajando en su horno. “Me gusta estar solo con mi harina, mi pan”, dice.

Durante los 10 días que dejó de alimentarse, este hombre nunca dejó de trabajar, de las 3 de la madrugada a las 8 de la tarde, seis días a la semana. Al mismo tiempo, contestaba a los cientos de periodistas franceses y extranjeros que querían hablar con él.

“Estoy orgulloso de mi jefe y de su combate”, cuenta el aprendiz.

En esta foto de archivo tomada el 6 de enero de 2021, Stephane Ravacley posa en su panadería en Besançon, al este de Francia. (SEBASTIEN BOZON / AFP).
En esta foto de archivo tomada el 6 de enero de 2021, Stephane Ravacley posa en su panadería en Besançon, al este de Francia. (SEBASTIEN BOZON / AFP).

Amor al trabajo

El amor al trabajo lo heredó de su padre, un agricultor del este de Francia que tuvo que criar solo a sus tres hijos, tras la muerte de su mujer en un accidente de tractor, seis meses después del incendio de la granja familiar. Ravacley tenía 4 años.

Durante casi un año, el niño estuvo hospitalizado por anorexia mental. La ausencia de su madre lo marcará para siempre.

Tras estas tragedias, su padre encontró un trabajo en el Ayuntamiento de Besançon. En el barrio modesto adonde se mudó la familia, “había todas las comunidades posibles”. “En aquella época no había racismo, vivíamos todos juntos en un clima agradable”, recuerda el panadero.

Tras una escolarización en un centro católico, a los 15 años se encaminó hacia el aprendizaje de panadero, siguiendo los consejos de su padre. “Así no te morirás de hambre”, le dijo.

Recuerda con cariño a su jefe, de quien “todo lo aprendió”, y explica que salía con sus aprendices el lunes por la noche al restaurante y a la discoteca.

Llegó el servicio militar, y Ravacley fue destinado a Yibuti, en el este de África.

Sus camaradas lo llamaban “abuelo” porque salía poco, y pasaba sus tardes en un orfanato cuidando a niños. Recuerda con especial afecto a una niña discapacitada que no podía salir de su cuna pero que “sonreía todo el rato”.

“Trauma”

Mi primer trauma fue ver todos estos niños abandonados. El segundo, descubrir el inmenso suburbio de Balbala y la virulenta epidemia que lo sacudió” y obligó a los militares a cavar fosas comunes para enterrar a los muertos, cuenta Ravacley.

Con 20 años, aunque hayas vivido tragedias, no estás preparado para ver esto”, prosigue. De ahí salió su “corazón social”.

Ravacley vivió luego un tiempo en la isla de La Reunión, territorio francés en el océano Índico, donde se enamoró de una mujer casada, fallecida actualmente y cuya hija, ahora adulta, está intentando adoptar.

En 1998, abrió una panadería en el centro de Besançon, donde emplea a siete personas.

Ravacley espera con impaciencia la vuelta de su aprendiz el martes. Le ha propuesto contratarlo al final de sus prácticas, “si él quiere”.

El panadero, que se manifestó “al principio” del movimiento de los “chalecos amarillos”, quiere “proseguir el combate por los otros” y reclama “una política migratoria más coherente”, en una país donde, a su juicio, es difícil encontrar aprendices.

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