Es noticia vieja pero me ha dejado pensando. Lo vimos recientemente: el primer vuelo espacial suborbital privado, financiado por el fundador de Virgin, Richard Branson. Una semana después, siguió su estela el dueño de Amazon, Jeff Bezos, que vio cumplido también el sueño de la nave propia, la New Shepherd. Ambos vuelos duraron poco más de diez minutos y se desarrollaron sin contratiempos. Pudimos ver en las redes sociales a las tripulaciones vitoreando en sus cápsulas tras alcanzar la microgravedad del vuelo, experimentando felices esos cuatro minutos sin peso, antes de volver a la atmósfera.
Sin embargo, no todos celebraron. “Multimillonarios del espacio, por favor, echad un vistazo al mundo que os rodea”, escribió Shannon Stirone, divulgadora científica freelance, en las páginas de “The Atlantic”. Como ella, buena parte de la opinión pública estadounidense, usualmente tolerante con la frivolidad de sus millonarios y celebrities, cuestionó con fuerza a los primeros turistas espaciales, argumentando que tanto Branson como Bezos habían elegido el peor momento posible para abandonar nuestro planeta. Se trataba, según ellos, de una muestra de insensibilidad frente a los repetidos desastres climáticos y la pandemia aún vigente.
“Que coman pasteles” es la traducción tradicional de la frase en francés ‘Qu’ils mangent de la brioche’, supuestamente dicha por María Antonieta tras saber que los campesinos franceses no tenían pan en sus mesas. No hay evidencias de que la reina se expresara de esta forma, pero tal giro quedó registrado como demostración de indiferencia social o de escaso conocimiento de la hambruna fuera de su palacio. De la misma forma, puede ser que ambos millonarios tengan razones válidas para justificar sus viajes, pero para la opinión pública, su incapacidad de percibir ese sentimiento masivo de hartazgo por el encierro resulta escandalosa. Podemos perdonar la frivolidad y las vanidades, pero no la impertinencia.
Desde hace un año y medio, la pandemia nos ha impuesto una sensación opresiva a causa del encierro y el distanciamiento social. Y frente a ella, no tenemos más estrategia que la paciente espera, la vida en tránsito, habitar un eterno presente sin perspectivas de futuro. Y mientras todos soportamos a nuestra manera el aislamiento, vemos cómo algunos pocos pueden explorar el espacio exterior y experimentar la sublime libertad de la gravedad cero.
Simbólicamente, todos quisiéramos salir, ingrávidos, de este planeta y no perdonamos a quien pueda hacerlo. Igual que los hambrientos parisinos, que a fines del siglo XVIII soñaban con bollos dulces y bizcochos antes de la revolución.
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