La llegada de Pedro Castillo al poder no ha sido suficiente para que el centro y la derecha peruana se den cuenta de que requieren algún nivel de unidad. No me refiero a una alianza o un pacto estructural, sino a algún entendimiento básico de que caminar juntos (o al menos cerca) es mejor que ir divididos.
Hace poco más de dos años, Pedro Castillo llegó al poder con una propuesta estatista, reflejada en el ideario de Perú Libre. Entre otros varios puntos, planteaba la necesidad de instalar una asamblea constituyente que reconfigure la estructura del Estado, dejando de lado el modelo de economía de mercado que nos ha permitido crecer, reducir la pobreza e insertarnos en la economía global.
Algunos olvidan que Castillo ganó la elección con esa propuesta. Es decir, que la mayoría de peruanos, conscientes o no, por un voto identitario o no, eligió al profesor por el supuesto cambio que representaba. Algunos también lo hicieron por el antifujimorismo, que también es un aglutinante en la política peruana. Que el señor haya terminado siendo un golpista y un presunto corrupto es otra historia.
Los fundamentos que lo llevaron a Palacio siguen ahí y, como dijo el politólogo Omar Awapara hace unos días en “Semana económica” (“Si las elecciones fuesen mañana, ganaría Pedro Castillo”), si tuviésemos que votar mañana, ganaría Ollanta Humala (el de la Gran Transformación), Verónika Mendoza o Pedro Castillo, en el sentido de que se impondría lo que ellos representaban en el momento en que participaron en sus respectivas elecciones.
La magnitud del riesgo que Castillo significaba para el país originó un entendimiento básico entre aquellos que buscaban proteger al Estado de aquellos que venían a destruirlo. Se hicieron cosas en el Congreso para resistir a Castillo y sus secuaces. Hubo, por algún tiempo, un objetivo común y una sensación de que era posible resistir el desastre. El problema es que, en el tiempo, esos entendimientos se mezclaron también con políticas a favor de la informalidad y la impunidad.
Las investigaciones por corrupción e incapacidad para gobernar el país de Pedro Castillo llevaron a que sectores progresistas (o, si quieren, ‘caviares’) se alejasen de Palacio y de la narrativa romántica del profesor de escuela primaria y rural. La vergüenza que deberían haber sentido por apoyar al peor gobierno que se recuerde llevó a muchos a un retiro estratégico.
Sin embargo, las protestas de inicio de año y, sobre todo, las investigaciones por presuntas violaciones de derechos humanos iniciadas contra la presidenta Dina Boluarte y su primer ministro volvieron a articular a estos sectores que ahora se oponen a una supuesta (y para mí inexistente) “dictadura congresal”.
La posibilidad de que el Congreso remueva a todos los integrantes de la Junta Nacional de Justicia (JNJ) bajo una interpretación caprichosa de “falta grave” tiene el efecto de aglutinar nuevamente a esos sectores. Como muy bien lo plantea Jaime de Althaus en su columna en este Diario (“Error político”): “la manera como se planteó la moción y el temor de que pudiéramos estar ante un manotazo antijurídico solo ha servido para devolver a la vida a un sector que había perdido terreno y fuerza y que se reagrupa nuevamente con las banderas del antifujimorismo, que es lo que les da unidad y fuerza”. Están trabajando para el adversario político, regalándoles el partido y la narrativa.
Pero no solo eso. El planteamiento está dividiendo también a quienes vieron con buenos ojos los entendimientos políticos para resistir a Castillo y que no pueden ser catalogados ni de ‘caviares’ ni de DBA. A los de un grupo más inclinado a la derecha, que percibe a un Congreso que navega en impunidad y que ahora podría destruir (más) institucionalidad. Un grupo al que no le gustan la presidenta ni el Parlamento, pero que los ve como un mal menor frente al caos. La actitud matonesca de un sector del Congreso con el tema de la JNJ solo ahuyenta más a esos sectores y puede llevarlos a replantearse cuáles son los límites que pueden tolerar en aras de la estabilidad.
Los que promueven la destitución colectiva de la JNJ parecen haber olvidado que en algún momento volveremos a las urnas y que regalarles la narrativa a sus adversarios y dividir a quienes los soportan es la receta perfecta para el fracaso. Para que aparezca un nuevo Castillo y para que la izquierda diga que nuestras reglas no funcionan y potencien su narrativa a favor de una asamblea constituyente.