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Evo no era eterno
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Hoy domingo debe comenzar un cambio de rumbo en Bolivia, cuando se conozcan los resultados de las elecciones generales para definir al próximo presidente. Podría haber una segunda vuelta entre los dos más votados de los ocho aspirantes. Pero no estará entre ellos ningún candidato de la izquierda que gobernó en las dos últimas décadas. Este sector ha terminado dividido, con dos representantes que sumados apenas igualan el vaticinio para el favorito, Jorge Quiroga, seguido de cerca por Samuel Doria. El antiguo líder, Evo Morales, impedido de postular, llamó a viciar el voto.
El cambio de temperamento se debe a la crisis económica, que se aprecia en la escasez de dólares, la falta de combustible y la inflación. Visibilizan el momento las filas kilométricas de vehículos para abastecerse de combustible. Los choferes de carga y pasajeros deben esperar hasta tres días en las estaciones, en condiciones indeseables de alimentación e higiene. Ha habido un fallecido entre los desabastecidos. El 21 de julio murió dentro de su autobús Orlando Torrico, de 56 años, conductor de la empresa Quiquincho. En Santa Cruz de la Sierra, después de manejar 12 horas desde Argentina, le dio un infarto mientras hacía cola para aprovisionarse de diésel. La escasez de medicamentos importados es otra irritante falencia, especialmente para los pacientes de enfermedades raras, cuyos familiares hacen alianzas de solidaridad para traerlos de algún país vecino. El descontento pondrá su sello en la votación.
La economía, que parecía navegar con buen viento en los gobiernos del Movimiento al Socialismo (MAS), naufragó por la imprevisión cometida durante los años felices de la venta del gas. Evo Morales llegó al poder en el 2006, con yacimientos en producción y los precios en alza. Llamó nacionalización a un nuevo pacto con las compañías extranjeras operadoras, que aceptaron continuar a cambio del pago de una mayor renta. El Estado empezó a gastar enérgicamente, obteniendo índices de bonanza –crecimiento, reducción de la pobreza, expansión de servicios públicos– que causaron alabanzas al denominado “milagro boliviano”. Hasta que, en el 2015, los precios cayeron. Para entonces la inversión estatal era mayor que la privada, porque así era el modelo. Como no hubo exploración, no existían nuevos yacimientos para explotar.
En ese momento, el gobierno pudo hacer ajustes, pero la farra continuó. En el 2020, luego de un gobierno interino de Jeanine Áñez –resultado de una crisis política–, Luis Arce ganó las elecciones representando al MAS, con el aval de Evo Morales desde el exilio. Pese a que ya había empezado el período de las vacas flacas, Arce venció porque Áñez hizo una pésima gestión mientras el país vivía los estragos de la pandemia del COVID-19. Además, la gente recordaba los años de las vacas gordas, que habían hecho ganar dos reelecciones a Evo Morales (2009, 2014) con más del 60% de los votos. Una vez en el poder, Arce llevó las cosas hasta su estado actual, en el contexto de una pelea abierta con Morales.
Ninguno de los dos puede negar su culpa, pese a que ambos hacen lo posible para desviarla. Arce dirigió la economía como ministro y presidente durante los cuatro períodos de gobierno, salvo un breve intervalo por enfermedad. En marzo pasado dijo que el país se había estado “comiendo el gas” sin realizar exploraciones durante 14 años, y que no era su responsabilidad porque fue ministro de economía, no de hidrocarburos. Morales lo acusó de falsario, porque él puso a quienes manejaron el sector energético. Ahora podríamos decir que el prestigio que Arce alcanzó como tecnócrata llamado a codearse con los más afamados economistas era simplemente producto del ‘boom’ del gas. Aunque el perjuicio ocasionado por el líder fue mayor. Al margen de que el modelo estaba destinado a fracasar, el empecinamiento de Morales para seguir siendo presidente y luego su conducta en el conflicto interno del MAS hicieron más difícil el manejo de la crisis.
Desde los inicios del siglo, algunos presidentes izquierdistas latinoamericanos intentaron mantenerse en el poder mediante el cambio de las reglas de juego. Venezuela y Nicaragua devinieron en dictaduras, pero Bolivia no. Morales, dirigente aimara de los cocaleros del Chapare, no logró perpetuarse pese a su popularidad de raíces étnicas, que lo hacía poderoso. Encarnó al indígena postergado por los poderes republicanos, un atractivo singular entre políticos de América Latina. Durante sus 14 años como presidente, desarrolló un mesianismo irreductible, que lo hace considerarse el único que podría salvar a Bolivia de sus problemas.
En el 2009 fue reelegido por primera vez, sin posibilidad de repetir, según la Constitución aprobada ese año. Morales aceptó, anunciando que volvería a cultivar coca en su chacra. Sin embargo, el Tribunal Constitucional (TC) le autorizó una segunda reelección en el 2014, considerando que su segundo gobierno fue el primero como presidente del Estado Plurinacional creado por la nueva Constitución. Durante su mandato impulsó un referéndum para reelegirse por tercera vez. Perdió por escaso margen, pero luego logró que el TC se lo permitiera, pues impedírselo atentaba contra sus derechos humanos. Fue en el 2019, en el curso de estas elecciones, que propició un fraude cuyo descubrimiento derivó en protestas y finalmente en su dimisión y exilio. En el 2020, tras la victoria de Luis Arce representando al MAS, regresó triunfante a Bolivia. Cuando comprobó que Arce no sería su títere, comenzó la confrontación entre ambos.
Los enfrentamientos comenzaron a fines del 2021. Morales objetaba principalmente al ministro de Gobierno, Eduardo del Castillo, quien ha terminado siendo candidato del MAS en las elecciones de hoy. Le atribuía vinculaciones con la CIA y el narcotráfico. Arce no solo apoyó a Del Castillo, sino que empezó a hacerse de bases propias en los sectores populares que antes respondían a Morales. Como la pugna iba en ascenso, los pesos pesados del izquierdismo continental intervinieron para aplacarla. Así, en julio del 2023, ambos fueron invitados a Cuba para conversar con Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel.
No hubo resultados. Por el contrario, en la misma coyuntura, Morales lanzó nuevas graves acusaciones públicas contra Del Castillo. En el 2024, en Bolivia, hubo otro intento fallido de amistarlos por parte de los miembros del Grupo de Puebla, en el marco de una cita internacional que reunía a los expresidentes José Luis Rodríguez Zapatero, Alberto Fernández y Ernesto Samper, además de la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez. Tampoco lograron nada.
—Si Fidel y Chávez vivieran, no me hubieran hablado como ustedes —le habría dicho Morales a los dirigentes del Grupo de Puebla cuando intentaron suavizarlo, según una fuente que habló con participantes de los conciliábulos. Para entonces, Arce había logrado que el TC, rectificándose, dejara de considerar un derecho humano la reelección. Dispuso que no podrá ser presidente quien haya gobernado Bolivia en dos ocasiones, en forma continua o alternada. Morales no volverá a ser candidato.
Con una victoria derechista, la situación del expresidente empeora. Carga con una orden de detención y de impedimento de salida del país bajo la presunción de estupro, por haber mantenido relaciones sexuales con una menor de 15 años mientras ejercía la presidencia. Posteriormente habría tenido una hija con ella. Morales ha acusado a Arce de organizar su persecución. Con otro gobierno adverso, la presión no cederá, pues la magistratura judicial –y constitucional, como se ha visto– es influida por el poder político. Sin embargo, si los pronósticos electorales se cumplen, sobrevendrá un ajuste con un alza drástica de precios. Habrá movilizaciones y protestas, que en Bolivia jaquean o tumban a los gobiernos. Es lo que espera este dirigente en el ocaso para tentar una resurrección.

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