El gobierno tiene la misión titánica de contener la propagación del virus para evitar el colapso del sistema de salud. (Foto: GEC)
El gobierno tiene la misión titánica de contener la propagación del virus para evitar el colapso del sistema de salud. (Foto: GEC)
Erick Sablich Carpio

Combatir de manera eficaz la pandemia desatada por el supone retos enormes aquí y en cualquier parte del mundo. Basta ver cómo se viene desenvolviendo la situación en países largamente más desarrollados que el Perú como España e Italia o los tropezones de la administración Trump en EE.UU. para realizar tareas tan básicas como las pruebas de detección del virus para calibrar la magnitud de la crisis.

El gobierno tiene la misión titánica de contener la propagación del virus para evitar el colapso del sistema de salud (y de esta manera, salvar vidas) y de prepararse para la eventualidad de que el crecimiento exponencial de casos llegue a producirse, lo que evidentemente nadie quiere que ocurra pero ha sucedido en otras latitudes. Pero, además, tiene que mitigar los inevitables efectos negativos en lo económico derivados de afrontar la crisis con firmeza y de minimizar el impacto social que toda esta coyuntura traerá a las poblaciones más vulnerables. La coordinación intersectorial y por niveles de gobierno que el momento demanda no parece tener precedentes en nuestra historia reciente.

En este orden de ideas, las drásticas medidas que el mandatario anunció el último domingo por la noche tienen –como ha señalado el propio presidente – un altísimo costo pero son absolutamente necesarias.

Se puede criticar que el mensaje a la nación fue confuso (a diferencia de la conferencia de prensa del lunes, en la que Vizcarra y sus ministros lucieron afianzados y claros), que hubo contradicciones entre los ministros de Estado con posterioridad a su emisión, o que varias de las medidas deberán ser complementadas y precisadas para que puedan ser implementadas con predictibilidad, entre otros. Sin embargo, es justo reconocer que en medio de la incertidumbre el Poder Ejecutivo ha tenido la entereza de tomar decisiones extremadamente difíciles, tomándose la responsabilidad de gobernar con seriedad. Y esto quizá a algunos les suena a poca cosa, pero una mirada al comportamiento de supuestos gobernantes como Jair Bolsonaro en Brasil o Manuel López Obrador en México permite apreciar que no lo es.

En esta medida, sin dejar de señalar errores u oportunidades de mejora, es necesario dar espacio político al Ejecutivo para que afronte la crisis. En las actuales circunstancias no deberían tener cabida alguna, ni en sus celulares ni en los medios de comunicación, aspirantes a demagogos que buscan cerrar inexistentes ‘fronteras’ distritales o amargados congresistas disueltos quejándose de tonterías. Un mensaje que esperemos, sepa entender el nuevo Congreso.

En el ámbito de las oportunidades, el Ejecutivo debería superar su renuencia a convocar a personalidades ajenas a los círculos de confianza del presidente y sumar aliados a esta lucha. La cooperación entre el sector público y privado resulta imprescindible y las limitaciones en el primero son evidentes. Por el lado de la ciudadanía las responsabilidades mínimas están claras: hay que acatar las disposiciones de distanciamiento social y actuar con la mayor solidaridad posible.

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