Julio Granda acaba de cumplir 52 años, cuarenta de ellos dedicados a jugar profesionalmente el ajedrez. Y pese a los avatares de la (su) vida, y los avances de la tecnología, sigue compitiendo, manteniéndose siempre entre los 100 mejores jugadores del mundo. O casi.
Él asegura, sin embargo, que “fiel a su estilo de altibajos”, solo ha tenido “momentos”. Menciona algunos de ellos. En 1992, ocupó el puesto 25 del ranking mundial; en 1996, ganó el torneo más fuerte de su historia, el Donner Memorial (III edición), que se jugó en Ámsterdam; en el 2013, tuvo una gran performance en la Copa del Mundo, en Tromso (Noruega), donde quedó entre los primeros 16; y en el 2017 se coronó campeón mundial de ajedrez senior, en Italia. “He jugado más de 300 torneos en toda mi vida y he ganado 70 u 80 de ellos. No está mal, ¿verdad?”. A todo esto habría que añadir el mérito de haber aprendido a desplazar las piezas por los escaques a la increíble edad de cinco años. Y solo mirando.
Pero el ajedrez ha evolucionado y, como afirma el propio campeón, se ha vuelto cada día más exigente gracias a la inteligencia artificial. ¿Significa eso que las máquinas acabarán con los torneos? “No –responde Julio–, a pesar de que la tecnología ha avanzado tanto, si Magnus Carlsen [actual campeón del mundo] jugara ahora mismo con uno de los programas de última generación, estos tendrían que conformarse con unas tablas. Y los empates son aburridos, por lo que el ajedrez entre humanos no ha muerto. Los humanos cometemos errores, eso es lo estimulante”.
Le ocurrió a él mismo hace unas semanas. “En diciembre pasado, en Argentina, y enseguida en Chile, participé de unos torneos abiertos y me fue fatal. Tanto, que pensé que ya había llegado mi declive. Pero luego, en Brasil, a fines de enero –en un abierto donde participaron más de 400 jugadores–, la sensación de bienestar volvió a mí. Cambié mi habitual manera de jugar [apenas inicia una partida suele levantarse para “distender” los nervios y se va a mirar a otros jugadores] y me quedé sentado hasta el final y, claro, gané”. Asegura que por eso, hasta ahora, no puede conciliar el sueño. No obstante, piensa retirarse cuando cumpla 65 y “después de ganar un mundial de veteranos”.
Entre la horticultura y la enseñanza
Cuando Julio, su esposa y sus cuatro hijos volvieron de España, en el 2018, tras una estancia de 10 largos años allá –“con una familia numerosa, me convenía estar cerca de los más importantes torneos”–, él ya sabía que su ritmo de juego bajaría un poco. Tiene otros planes, además. Si bien ha retornado a Camaná (Arequipa), donde tiene su casa y ejerce con orgullo la horticultura orgánica, una vez al mes vendrá a Lima a reunirse con Lereyda (27), la mayor de sus hijas, pues se han propuesto crear una fundación a fin de llevar el ajedrez a otro nivel. “Los peruanos tenemos un talento especial para este deporte y eso hay que aprovecharlo”. Como flamante vicepresidente de la Federación Internacional de Ajedrez, es responsable también de impulsarlo en el continente.
Lereyda y Julio buscan el apoyo, sobre todo del sector privado, para hacer realidad su sueño. Por lo pronto, ya han conversado con Felipe Ortiz de Zevallos –“fue muy generoso conmigo en una época y me conmueve saber que de vez en cuando juega ajedrez con su computadora”– y con Arturo Woodman, ex jefe del IPD, y están muy entusiasmados con los resultados.
“Lo que nos falta es llegar hasta Palacio de Gobierno, pues sabemos que el presidente Martín Vizcarra es un amante del deporte [fue campeón juvenil en Moquegua, según Julio] y esperamos que se sume a este esfuerzo”, dice Lereyda.
Graduada en “animación cultural”, por tanto experta en planificar, coordinar y gestionar proyectos orientados a la pedagogía, Lereyda ha asumido las veces de mánager de su padre. Y es que amén de la creación de la fundación, o como parte de las actividades que tendrá esta, Julio Granda se paseará por el Perú dando demostraciones de ajedrez y conferencias magistrales entre los jóvenes. “Ya hemos estado en Chiclayo y Chachapoyas y hemos tenido mucho éxito”, cuenta ella, quien también organizará, para noviembre o diciembre, y por los 40 años de trayectoria de Julio, un festival internacional al que espera asista la élite del ajedrez mundial.
Pero lo que más desean padre e hija, en realidad, es que el ajedrez, como ya ocurre en otras partes del mundo, se convierta en materia obligatoria de la currícula escolar. “No queremos que sean ajedrecistas todos, sino que disfruten de los beneficios de este juego y, sobre todo, que se eduquen en valores, como el respeto y la tolerancia”. Ojalá que cientos de peruanos se apropien del entusiasmo de los Granda y contribuyan a promover un deporte tan sesudo y hermoso. //