Jaime Rázuri (La Punta, 1958) ha hecho coberturas en zonas convulsas de Haití, Iraq y Palestina, pero no se considera un fotógrafo de guerra. Es, simplemente, un reportero gráfico que, en los 15 años que trabajó para la agencia AFP, pudo retratar el horror y la violencia de algunos de los conflictos que emergieron entre la década del 90 e inicios de este siglo. Detrás de su lente, había una fuerza invisible que lo llevaba a estar en primera línea de la noticia. Un fuego interior que, muchas veces, lo puso cara a cara con la muerte. Tal y como ocurrió en el Año Nuevo de 2007, cuando fue secuestrado en la Franja de Gaza, en medio de las pugnas entre Al Fatah y Hamás por tomar el control de la ciudad palestina.
MIRA TAMBIÉN: El Niño Global en Perú: ¿cómo funciona el Senamhi por dentro y cuáles son sus pronósticos?
—¿Qué es lo que piensa cuando estalla un conflicto como el que estamos viendo entre Israel y Hamás?
Yo he estado en Palestina, pero no durante un momento como este. Es muy fuerte lo que está pasando. Mientras veía algunas imágenes, me preguntaba si es que el edificio en el que yo estuve cautivo sigue en pie. También vienen a mi memoria algunas cosas que he sentido directamente.
—¿Cómo cuáles?
Por ejemplo, una bala dirigiéndose a una tanqueta, mientras yo estaba con la cabeza fuera, fisgoneando. O el sonido de detonaciones muy fuertes, mientras estaba secuestrado, como si fueran un temblor. He estado muy cerca de disparos de insurrectos en Iraq. Esas son las imágenes que se me pasan por la cabeza cuando pienso un poco en esto. Son situaciones muy intensas para cualquier ser humano. Seas un combatiente, un civil, o un periodista.
—¿Qué condiciones se deben tener para afrontar este tipo de coberturas?
Lo principal es tener en claro por qué lo haces. Pérez-Reverte tiene una frase, más o menos así, que yo comparto: cuando eres un joven periodista y vas a la guerra, lo haces porque te entusiasma, por ese juego con la adrenalina. Cuando cubres una guerra, siempre estás entre la vida y la muerte. Pero cuando estás en una edad más avanzada, tu cuerpo no responde de la misma manera. Y es más probable que puedas dar un paso en falso.
—¿Es válido involucrarse personalmente cuando se tiene a una víctima al frente?
En una guerra, estás frente a gente que sufre. Y si hay que dar una mano, das una mano si está en tus posibilidades. No creo que se rompa ninguna regla. He estado en situaciones en las que ameritaba brindar algún tipo de ayuda, pero también he estado fotografiando cosas que, de pronto, ya estaban de más.
—Usted decía que, a veces, esa obsesión por obtener una exclusiva periodística lo puede llevar a uno a la oscuridad. ¿Cómo se sale de allí?
Lo que pasa es que uno a veces comienza a activar ciertas cosas, a apretar ciertos botones. Y, de pronto, en determinado momento, ya no las controlas. Un buen día te llaman y te dicen si quieres ir a Gaza, y te sientes obligado a decir que sí. Y bueno, termina ocurriendo todo lo que me pasó. Cuando yo salgo del secuestro, me lanzo a escribir todo lo que había sucedido. Como una especie de corolario de todo eso, empiezo a cuestionarme y pensar cómo es que llegué allí. Creo que esa es la forma en la que salí de esa oscuridad.
—¿Cuál es la primera imagen que se le viene a la mente cuando recuerda su secuestro?
En la primera imagen, me veo caminando por una avenida principal en Gaza. Varios días antes, habían ejecutado a Sadam Hussein y lo que se necesitaba era cubrir todas las reacciones. Yo sabía que existía un letrero en el que estaban Sadam y Yasir Arafat (exlíder de Al Fatah) en una sola imagen. La había visto en la web, hecha por la competencia. Eso me había movido todo, también quería tener esa foto. Después de un par de días, llego a ese letrero. Debajo de este, estaba el auto de la gente que finalmente me secuestró, quince minutos después, en la puerta de la oficina de la agencia en Gaza.
—¿Cómo fueron los días en los que estuvo en cautiverio?
Fueron seis días de una gran incertidumbre, ansiedad y angustia por saber qué era lo que iba a pasar conmigo. Es un poco exagerado lo que voy a decir, pero, de pronto, es mejor saber que te van a matar a no tener idea de lo que pueda suceder. Por lo menos, tienes una certeza. Yo no sabía si me iban a liberar, ni cuánto tiempo iba a seguir en ese lugar, ni lo que querían hacer conmigo. Tampoco si afuera estaban haciendo algo para liberarme. Estaba completamente desconectado de todo.
—¿Era posible encontrar algo de calma bajo esas circunstancias?
Uno de los momentos más importantes es cuando hacía un ejercicio de meditación muy simple. Me enfocaba en un objeto para calmar la mente y bloquear los pensamientos negativos. No hace que desaparezcan, pero evita que se disparen. Me enfocaba y se producía un momento de total quietud, en medio de esa locura
—¿Qué se aprende de una experiencia así?
Pienso que son procesos a través de los cuales uno madura. Te deja aprender de ti, básicamente. Luego hay otras cosas, un poco más generales. Como que no hay buenos ni malos en un conflicto. Y que los que más sufren son la población civil.
—¿Por qué decide dejar su puesto en la agencia?
Yo salí dos años después del secuestro, en 2009. Decido dejar el periodismo porque tuve una crisis de salud que ya venía dándose desde bastante tiempo atrás, y que se agravó luego de lo que pasó. Eso me limitó para andar con equipos pesados y fotografiar en circunstancias exigentes.
—¿Qué lo llevó a reunir su trabajo en prensa en el fotolibro “Como un relámpago en el cielo”?
La idea era crear un fotolibro de carácter autobiográfico. Todo comenzó con una muestra fotográfica que nunca se dio y, en paralelo, estaba la posibilidad de publicar este proyecto vía dos instituciones que se retiraron cuando vino la pandemia. Entonces, me quedé con esa idea y la seguí trabajando junto con Giancarlo Shibayama, el editor principal. Ambos fuimos puliendo el libro. Finalmente, una de las cosas que sucedió fue que me otorgaron un estímulo para las artes visuales del Ministerio de Cultura. Eso fue lo que disparó la posibilidad de publicarlo de una manera más concreta.
—¿Cómo definiría el rol de la fotografía para contar la historia?
Es fundamental. El periodismo, en general, juega un rol importante en la construcción de la memoria histórica. Y la fotografía, en tanto que es considerada un registro, un documento, te acerca a los hechos tal y como sucedieron, de una forma más táctil, por así decirlo.
—Hoy está dedicado a la docencia. ¿Qué busca transmitir a sus alumnos?
Enseñar ha sido para mí todo un proceso. Al principio, solo trataba de cumplir lo necesario. Pero hoy trato de buscar formas de estimular la creatividad de los alumnos, de todos aquellos interesados en la fotografía de prensa o documental. La idea es brindarles las herramientas para que puedan desarrollar su propia mirada y formulación visual.
—¿Siente que ese fuego por hacer coberturas periodísticas ya lo perdió?
A ratitos, tengo ganas de hacer trabajos documentales, de involucrarme en ciertos temas. Lo que estoy haciendo ahora es fotografía callejera, que es una de mis opciones más queridas. A veces, se me pasa una idea temática por la cabeza, pero por ahora todo es medio difuso. Tienes que sopesar si vale la pena hacerlo. //