Un día como hoy, 14 de abril, pero de 1961, o sea hace exactamente sesentaitrés años, estos dos caballeros aparecieron juntos en televisión. Confieso que no los reconocí apenas vi la foto. Me sentí mal por ignorar que el hombre de la derecha es el escritor Ciro Alegría, a quien recuerdo haber leído en el colegio (¿o fue en la universidad?). Al otro personaje, la verdad, lo desconocía; solo googleando he sabido que se llamaba Pablo de Madalengoitia y que fue un importante conductor de televisión nacional durante varias décadas: llegó a presentar más de veinte programas, entre espacios de concurso y entrevistas. Debía ser muy talentoso para llegar a triunfar en el Perú con ese apellido vasco tan difícil de pronunciar. Hoy nadie haría una carrera artística con un apellido de trece letras.
La noche de aquel 14 de abril, Ciro Alegría era el invitado especial de Esta es su vida, un espacio de Panamericana en el que se repasaba la trayectoria de una celebridad (sí, en esa época los intelectuales podían ser incluidos en el rubro celebridad). Solo cuatro años atrás el escritor había vuelto al país después de una larga y forzada estancia en Chile, Estados Unidos, Cuba y Puerto Rico, de modo que la conversación con Pablo tuvo todos los ingredientes de un homenaje post-destierro. La producción del programa mostró en cámaras la máquina Olivetti en la que Ciro había escrito El mundo es ancho y ajeno, su libro más reconocido. Todos aplaudieron en el set. Fue un momento especial. Sin embargo, el detalle apenas consiguió emocionar al invitado (quizá porque ese libro, tal como él confesaría después, fue escrito a mano).
Aunque el carácter de Alegría no era precisamente festivo (su apellido era una paradoja), esa noche hizo su mejor esfuerzo para esbozar algo parecido a una sonrisa telegénica. Lo hizo en dos momentos concretos: cuando se hicieron presentes en el estudio dos viejos amigos suyos (quizá uno de ellos sea el anciano que aparece sentado en un diván, junto a la planta) y cuando Pablo le alcanzó un mensaje escrito de otro amigo suyo, el poeta e historiador norteamericano Carl Sandburg. Ese es el momento exacto de la foto: Alegría extrae del interior de su saco los anteojos, se los coloca y lee la carta. Un escritor peruano leyendo a un poeta gringo en horario estelar. ¡Y eso daba raiting! Más que otra época, era otro mundo. Uno menos ancho y ajeno.