Millonario en Lima: ¿qué hizo el marajá de Kapurthala en pleno ‘oncenio’ de Leguía?
Jagatjit Singh era el maharajá o marajá de Kapurthala. Kapurthala es un estado al norte de la India, en la provincia de Punjab. Este poderoso personaje llegó en barco desde Chile, y en Lima estuvo un día de setiembre de 1925.
En las primeras décadas del siglo XX, los maharajás o marajás conservaban inmensa influencia y riqueza, pese a la dominación británica de la India desde 1858 (antes hubo un gobierno indo-británico). Otra era la historia cuando estos personajes fueron los señores absolutos de sus tierras; y es que en los tiempos antiguos, eran los amos en cada uno de los estados del Indostán. Se comportaban como autoridades políticas, económicas y morales de sus dominios, y controlaban la vida y la muerte de sus súbditos.
Les adoraban, pero a la vez les temían y hasta odiaban. La ostentación y el lujo exagerados eran sus características. Para los maharajás el poder era el poder y ellos lo sabían manejar. En su bien, podemos decir que la India clásica, rica en cultura, arte y ciencia se formó bajo el cuidado de estos hombres tremendamente reverenciados.
Uno de esos maharajás, o señores todopoderosos, el Maharajá de Kapurthala (1872-1949) llegó a Lima el domingo 13 de noviembre de 1925, en el barco “Oroya” desde Chile. Había decidido partir de la India en un viaje de recreo, de reposo o distracción. El motivo era que ese mismo año, unos meses antes, la que fue su esposa, y por lo tanto “maharaní”, durante los últimos 17 años (se casó con ella en 1908), la ex bailarina española Ana Delgado, lo había abandonado para siempre.
La malagueña Delgado lo dejó con un hijo, y decidió volver a su tierra de origen. Nunca más vería al maharajá que la deslumbró en un inicio con sus halagos y regalos, y que la esperó en Francia hasta que ella se decidiera a aceptar casarse con él bajo el rito del sijismo, una religión espiritualista que se ubica entre el hinduismo y el islam.
El corazón de Jagatjit Singh, el marajá, estaba roto, solo y acongojado ese setiembre de 1925. Así llegó al Perú: con la nostalgia de Oriente en su mirada. Viajó, al parecer, para distraerse, tomar nuevos aires en tierras desconocidas aún para él. Era el “Nuevo Mundo” que pisaba a sus 53 años de edad.
LIMA LO TRATÓ A CUERPO DE REY
El “Oroya” arribó al Callao por la mañana en ese domingo primaveral. Desde el sur chileno, el barco avanzó pegado a la costa peruana, con seguridad haciendo breves paradas en los puertos más importantes del sur peruano.
En esos momentos, el ambiente con el vecino chileno era agitado. Se promovía desde el Perú un plebiscito buscando el retorno de Arica y Tacna. La provincia de Tarata, por ejemplo, confirmaría su regreso a Perú por esos días y un grupo de profesores se alistaban para ir a la sierra tacneña y dejar sentada la idea de unidad nacional.
Ese era el Perú que visitó el carismático maharajá de la India. Aquí los medios de prensa lo trataban como un príncipe o hasta como un rey, esforzándose por entenderlo en términos occidentales. “Príncipe de Kapurthala”, le decían mayormente, y de hecho lo era, aunque con más poder real que cualquier príncipe europeo.
Jagatjit Singh, cuya fama de tener joyas y alhajas encargadas a las casas Cartier o Boucheron trascendió en los medios peruanos, fue recibido entre aplausos y vivas por las autoridades marítimas, a los que sumaron los atildados funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores, del campechanos regidores chalacos y, por cierto, un discreto grupo de personas de la colonia británica en Lima.
Los saludos de rigor pasaron, y se le comunicó al marajá que el presidente de la República, Augusto B. Leguía había dispuesto el envío de la lancha presidencial “Grumete”, encargada al ministerio de RR.EE., para que la usara a su gusto. Entonces, sin perder tiempo, aunque con cierta parsimonia real, el poderoso de la India subió a la nave, junto a su secretario y su médico particular. Detrás de ellos, las demás personas que fueron a saludarlo.
Acostumbrado a los lujos, a las comodidades y al buen vivir, en general, Jagatjit Singh, quien en la India tenía su propio tren para los trayectos frecuentes desde Kapurthala hasta Delhi o Bombay, recibió el gesto presidencial con agrado, pero sin sorpresa debido a la costumbre de ser siempre agasajado.
El muelle y el recordado malecón Figueredo del Callao desbordaban de gente. La Policía debió despejar con ahínco y hasta con fuerza el camino del ilustre visitante, ya que el tumulto de vecinos chalacos que en su imaginación esperaba que se le cayera algún rubí o esmeralda del bolsillo al visitante, no dejaba de presionar para acercársele. Y es que visitas así no eran frecuentes en el Perú de esos años. Era toda una novedad y un exotismo, a la vez, tener al marajá entre nosotros.
La comitiva completa se trepó a varios autos oficiales que los condujo hacia Lima. La caravana tomó la nueva avenida Progreso (hoy Venezuela). Ese domingo de sol, los autos llegaron a las puertas del Gran Hotel Bolívar que, recién inaugurado, se lució al dar al visitante su mejor habitación.
EL MAHARAJÁ SE SUMERGIÓ POR UNAS HORAS EN LA CIUDAD
Con un matrimonio de 17 años en los que compartió su vida (o parte de ella) con una mujer española, el maharajá dominaba bien el castellano. Jagatjit Singh era un hombre sumamente culto y con mucho mundo; dominaba seis lenguas con pericia y le fascinaba la historia. Se le consideraba un gran francófilo, como lo eran muchas autoridades del Medio y Lejano Oriente en esos años.
Ya cómodos e instalados en el hotel frente a la plaza San Martín, la visita real recibió al edecán del presidente Leguía y, por una elemental cortesía, el maharajá decidió visitar de inmediato al primer mandatario. Leguía lo esperaba en el antiguo Palacio de Gobierno.
En la noche partiría del país, pero la conversación con un jefe de Estado le interesaba especialmente porque él también era un hombre de acción. Gobernaba con sapiencia en su estado, promoviendo la educación y la cultura. El marajá era conocido entonces como un gran constructor de escuelas, iglesias y mezquitas, y demostraba gran tolerancia religiosa en Kapurthala.
El Comercio del lunes 14 de setiembre de 1925, informó así: “Por la tarde, después del almuerzo, el soberano hindú recorrió la ciudad en automóvil y se le vio en el hipódromo, poco después de haberse corrido la prueba clásica ‘Almirante Petit Thouars’”. Su presencia en el palco oficial, reconocido por las personas allí presentes, provocó un fuerte aplauso de la concurrencia que sorprendió al altivo marajá.
Tras regresar al Hotel Bolívar y descansar unos minutos, casi a la caída del sol, a un paso de la noche, Jagatjit Singh se alistó para volver al auto oficial que Leguía le había cedido, y en unos minutos recorrió la avenida Progreso, de regreso al Callao y al barco “Oroya”.
Su destino era el mar del norte. Lo último que vio del puerto chalaco fueron los saludos con las manos alzadas del grupo de autoridades de la Marina del Perú y de la colonia británica en Lima. Casi los mismos que lo habían recibido muy temprano por la mañana, ese mismo domingo 13 de noviembre de 1925.
El maharajá de Kapurthala murió en 1949, dos años después de la independencia de la India. Con aquel hecho histórico de 1947, los marajás perderían muchos privilegios y riquezas, pero no todos en la misma medida, y a veces, todo lo contrario.
En el caso del hombre más importante de Kapurthala, sus palacios y propiedades serían devueltos al Gobierno. Su palacio principal terminó siendo un colegio. Pero su familia, tengan la seguridad, no cayó en ninguna indigencia ni nada que se le parezca.