Se llamaba Penitenciaría Central de Lima (‘El Panóptico’) y estaba ubicada frente al actual Palacio de Justicia, entre las avenidas Wilson y Bolivia (donde hoy está el Hotel Sheraton y el edificio del Centro Cívico). Lo fundó el presidente Castilla en 1862, siguiendo los patrones de la época: una estructura radial, con un “ojo” observando desde el centro cada detalle de los pabellones. Se buscó el mejor lugar de entonces, “camino a Chorrillos, la parte más sana de la ciudad”.
Era una cárcel de piedra y barro, básicamente. Por eso la decisión del gobierno de Manuel Prado era firme: había que demolerla y no construir otra nueva allí mismo (la zona ya era parte del centro urbano de Lima) sino mudar a los internos a otros penales hasta construir una nueva penitenciaría.
Los presos del gran panóptico, tanto los del área de la Penitenciaría como los de la Cárcel Central de Varones, ubicaba al costado de aquella, serían llevados, en su mayoría, al penal de la isla de El Frontón, donde se hicieron una serie de ampliaciones que comenzaron a inicios de febrero de 1961. Solo en la zona penitenciaría había 1.400 presos hacinados.
Ese año, entre mayo y junio, fueron inicialmente trasladados a cárceles más simples unos 300 delincuentes primarios (de baja peligrosidad); otros 200 de alta peligrosidad terminaron en diversos penales centrales del país; y otros 223 fueron seleccionados para ir al temido Frontón. Unos 67 internos tuvieron suerte y los indultaron. El resto fue poco a poco acabando en penales pequeños, incluido uno de mal recuerdo para los peruanos: el penal de El Sexto, convirtiéndose este en una bomba de tiempo, en pleno Centro de Lima.
A los presos del panóptico los condujeron con sus pertenencias en tres grupos, de entre 70 a 100 por turno. Para fines de junio del 61 todo estaba casi vacío. Hombres jóvenes o maduros salieron de la vieja cárcel en parejas, esposados, para luego subir a camiones de la Policía hasta el Callao. La curiosidad de la gente se centró en aquellos que se iban al Frontón, a la isla maldita. A estos los hacían bajar del camión y de inmediato eran embarcados en lanchas hasta su destino, en esa tierra dentro del mar.
A los del Frontón les prometieron que su estadía en la isla sería provisional, ya que, supuestamente, serían trasladados a un nuevo penal por construirse en la sierra de Lima (por Canta, decían). Pero nunca se concretó aquello. Lo que sí se realizó sin demora fue la demolición del viejo penal de la avenida Wilson con Bolivia.
La caída del panóptico duró una semana. En siete días, todo estaba consumado para las paredes de piedra, barro y algunas de granito. La vieja penitenciaría formó así parte de la triste historia de la carcelería en el Perú.