El día anterior al incendio, ese segundo domingo de mayo, 9 de mayo de 1943, los peruanos no solo habíamos celebrado en familia y con actividades cívicas el Día de la Madre, sino también fuimos testigos de un importante paso médico en el país: la inauguración del nuevo Hospital de Maternidad de la Sociedad de Beneficencia Pública de Lima, con la presencia del presidente de la República, Manuel Prado Ugarteche. Nadie podía presagiar el horror que la capital viviría horas después.
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A las 2 de la madrugada del lunes 10 de mayo de 1943, empezó el infierno en la Biblioteca Nacional del Perú (BNP). Ardieron sus lustrosas estanterías, sus repletos depósitos y sus elegantes gavetas, todos llenos de tantísimos libros, manuscritos y documentos históricos de valor incalculable.
Nadie supo exactamente cómo se inició el incendio. Entre el descuido de algún empleado y la provocación adrede, con mala fe, dicen, el Perú perdió decenas de miles de libros de todas las épocas, incunables, su tesoro bibliográfico. Decenas de unidades de bomberos trataron de controlar un fuego que se regodeó con el frágil material hasta el amanecer de ese lunes trágico.
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Aquel viejo local que se perdió entre las llamas se encontraba en el mismo lugar que hoy todos vemos en la avenida Abancay, y que lo ocupa la Biblioteca Pública de Lima. Es cierto, se hizo un mejor local para la época, un adelanto, pero lo que se desvaneció en 1943 nunca más se recuperaría.
Los informes en las horas siguientes dieron escalofríos. El 11 de mayo de 1943, El Comercio informaba que se habían hecho cenizas alrededor de 100 mil volúmenes empastados, 4 mil sin empaste y nada menos que 40 mil manuscritos. Asimismo, se desintegraron numerosas colecciones y, lo peor, los llamados ‘incunables’, valiosos escritos elaborados en las primeras imprentas de Europa y América.
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El director de la BNP de ese momento era el doctor Carlos A. Romero, un erudito historiador y amante de los libros. Lo primero que dijo al ver el panorama catastrófico fue que aquello era un “desastre nacional”. Solo ver destruida la colección completa de la revista “El Mercurio Peruano” (1791-1795), dejó al director sin aliento, vencido en la esquina del local en llamas.
Romero era un hombre entregado a la tarea de conservar y preservar el material bibliográfico. Y lo hizo desde 1883, como auxiliar bibliotecario. Había sido director interino de 1924 a 1926; y titular en ese mismo cargo desde 1928 hasta el día del incendio. En setiembre de 1943 iba a cumplir 60 años al servicio de la BNP.
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Con la luz del día, el desastre les explotó en la cara a los peruanos. De un inmueble sólido y decorado con estilo y delicadeza, quedó un esqueleto. Casi todos los muros del local se derrumbaron con esa letal combinación de intenso fuego e intensa agua sobre ellos. Por azar del fuego, prácticamente solo se salvó la oficina de la dirección.
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En una pared de esa afortunada dirección, resguardado como un tesoro vigilante, se salvó del fuego el retrato al óleo del tradicionalista Ricardo Palma, el “mendigo” bibliotecario que recuperó la Biblioteca Nacional luego de la funesta guerra con Chile (1879-1883). Parecía una señal, un guiño de la vida para seguir adelante. Para volver a reconstruirla.
Los testimonios abundaron en esos días y la prensa peruana recogió el de Felipe da Fieno Villa, uno de los esforzados bomberos de esos días. Él contó a El Comercio que les había costado algo más de cinco horas controlar el siniestro (a las 7 de la mañana tomaron un descanso). Luego de algunas horas de aparente calma, el fuego se reavivó ese mismo día a eso de las 9 y 30 de la noche, informó el diario decano.
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Ningún bombero en Lima durmió esa madrugada. Las bombas más importantes estaban allí, trabajando, arriesgándose, con el hollín cubriéndoles el rostro, casi sin poder respirar ni ver.
Participaron la antigua e histórica bomba “France N°2″, así como las bombas “Grau” de Barranco, “Olaya” de Chorrillos y el personal auxiliar de “Miraflores N°1″, la cual actuó bajo las órdenes del comandante de la bomba “Rímac N°8″. Los bomberos actuaron con tino. En ese entonces, la Biblioteca Nacional estaba rodeada de otros locales, por eso un grupo de hombres de rojo se afanaron en aislarlos del fuego.
De esta forma, se aisló primero el local del Archivo Nacional (por su valor documentario), y de inmediato la Iglesia de San Pedro y el Instituto Pedagógico Nacional de Mujeres. En la residencia del instituto, las alumnas debieron evacuar de inmediato el recinto, y lo hicieron nerviosas y apresuradas con sus profesoras hacia la plazuela de San Pedro, según los testimonios de los propios bomberos.
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Mientras esto ocurría en los alrededores, en el mismo local incendiado el grueso de los bomberos batallaba contra el fuego, que ya había destruido varias salas, como las de lectura y referencia. Los salones “América” y “Europa”, ambos de gran valor por tener las joyas bibliográficas, fueron pasto del fuego.
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No solo se había perdido toda la Biblioteca Nacional del Perú, sino también acabaron destruidos el Instituto de Historia y la Sociedad Geográfica, que allí funcionaban. Durante la mañana del lunes 10 de mayo de 1943, paredes tras paredes colapsaron por la intensa temperatura que habían soportado.
La versión oficial señaló, finalmente, que había ocurrido “un lamentable cortocircuito”. Así lo afirmó la Policía que investigó el caso. El director Romero había estado en su oficina de la BNP hasta a las 1 de la tarde del domingo 9, y un empleado de más de 40 años de servicios fue el que cerró el local, a las 2 de la tarde. Nadie más hubo. Nadie más entró, aparentemente.
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El presidente Manuel Prado se vio en la necesidad de colocar en la dirección de la BNP a alguien capaz de levantarla de sus cenizas, literalmente. Y halló al hombre ideal en el historiador Jorge Basadre Grohmann, quien en junio de ese año aceptó encabezar la comisión de reconstrucción de la Biblioteca Nacional que el gobierno había nombrado solo dos días después del incendio.
El historiador tacneño hizo gestiones nacionales e internacionales para recuperar el material perdido, y estuvo vigilante en la construcción del nuevo local, que fue ocupándose conforme se avanzaba la obra. Para comienzos de los años 50, casi diez años después del siniestro, el edificio de la avenida Abancay recién operaría al ciento por ciento.
El incendio y la destrucción total de la Biblioteca Nacional del Perú, ocurridos hace 80 años exactamente, fue considerada durante todo el siglo XX como la peor tragedia del país luego de la Guerra del Pacífico.