Cuando hace 25 años Valeriano López respiró por última vez, ese 16 de abril de 1995, en el hospital San Juan de Dios del Callao, nadie dudó en que el lugar donde debía velarse el crack tenía que ser el local del club Sport Boys. Y así fue que todo el mundo chalaco llegó a la calle Teatro 153. Era mucha gente, como si de una procesión se tratara, todos bajo el lema de “¡Vamos Boys!” y “¡Chim Pum, Callao!”.
Al día siguiente, a las 4 de la tarde, fue enterrado en el cementerio Baquíjano, tras un largo y vitoreado cortejo fúnebre que recorrió toda la avenida Roque Sáenz Peña. Don Valeriano, seleccionado nacional y jugador de varios equipos profesionales de América, tenía 69 años. Se fue así el famoso “Tanque de Casma”. Había nacido un 4 de marzo de 1926.
Valeriano López empezó en el fútbol a mediados de los años 40, en un humilde club de Huacho. Su estilo era inesperado porque casi siempre esperaba los centros fuera del área y enseguida arremetía con fuerza y técnica para el gol de cabeza. Fue el mejor cabeceador del fútbol peruano. Y no solo lo demostró en su Sport Boys querido y en la Selección Peruana sino también en varios equipos extranjeros, especialmente en el Deportivo Cali de Colombia con el que realizó hazañas. Pero su historia de amor con el fútbol nació verdaderamente con el Boys, donde fue goleador del torneo local por tres años consecutivos.
¿Sabes a qué gloria del fútbol peruano reemplazó Valeriano López en el Sudamericano de 1947?
Era por esos tiempos un joven veinteañero emocionado con la camiseta rosada (dicen que desechó una propuesta inicial de Alianza Lima) y, sin duda, con la bicolor nacional en el pecho. Esas dos emociones las vivió el mismo año: 1947. Así empezó la historia del “Tanque de Casma”. El famoso cabeceador defendió al Perú en el Sudamericano de Guayaquil, en Ecuador, a fines de ese año.
Perú tenía a un duro rival en su camino. Nunca le fue fácil a la bicolor sobrepasar a las potencias del Atlántico sudamericano: Brasil, Uruguay y Argentina. Esa vez se enfrentaron a los albicelestes en un partido complicado y aguerrido. Destacaba en esa delantera peruana el ídolo crema Lolo Fernández, quien jugaba su último campeonato internacional con la camiseta nacional.
Lolo llegó a jugar tres partidos en ese campeonato Sudamericano. Ya su potencia y habilidad habían disminuido a sus 34 años. No marcó goles. Y fue en el choque contra Argentina que lo cambiaron por el joven de 21 años, Valeriano López del Sport Boys. Valeriano soñaba con jugar en la selección peruana, como todo chico de su edad. Pero hacerlo reemplazando a Lolo Fernández, en un partido caliente contra Argentina en un Sudamericano, era otra cosa.
Perú terminó jugando con nueve hombres, por dos expulsiones (uno de ellos fue Valeriano), ante un rival agresivo que encontró en los muchachos peruanos resistencia y en algunos pundonor. Ese histórico 11 de diciembre de 1947, los nuestros cayeron 3 a 2 ante la escuadra rioplatense, luego de haber estado ganando 2 a 0. Argentina sería campeón en ese torneo y, a la vez, tricampeón Sudamericano.
En el equipo gaucho jugaban grandes talentos como el arquero Julio Cozzi (Platense), Adolfo Pedernera (River Plate), José Manuel Moreno (River Plate), René Pontoni (San Lorenzo), Ángel Labruna (River Plate) y, sobre todo, un jovencísimo Alfredo Di Stefano (River Plate), quien con tan solo 22 años (un año más que Valeriano) anotó uno de los goles contra Perú. Fue un certamen muy recordado por los argentinos porque fue el único oficial en que Di Stéfano jugó con la camiseta albiceleste.
Por el combinado del Perú, al lado de Valeriano López jugaron cracks de la época como Rafael Asca (arquero entonces del Sport Boys), Cornelio Heredia (Alianza Lima), Máximo ‘Vides’ Mosquera (Deportivo Municipal), Carlos Gómez Sánchez (Alianza Lima), Luis ‘Caricho’ Guzmán (Deportivo Municipal), Guillermo Barbadillo (el famoso compadre rosado de Valeriano); además del mencionado maestro Lolo Fernández (Universitario).
Valeriano anotó en este su primer partido con la bicolor a los 65 minutos (20 del segundo tiempo); sin embargo, casi al final del choque terminó siendo expulsado. Y así Argentina nos volteó el encuentro. Cuentan que después del partido, Valeriano lloró como un niño en el camerino peruano; era un llanto de rabia e impotencia y de dolor también. Dicen que se sacó la camiseta ensangrentada por la rudeza de los centrales argentinos y se la mostró a sus compañeros a los que incriminó por su tibieza, por su falta de garra para vencer. Él nunca bajaría la cabeza ante un rival.
La aventura de ser futbolista
Pero Valeriano López tampoco fue un santo. Pertenecía a una generación de futbolistas de gran nivel, pero también de una inquietud por disfrutar de la vida. Muchas historias se han contado de él, buenas (como que ayudó a mucha gente) y malas, por supuesto: fugas de concentraciones del seleccionado en el Sudamericano de Brasil 1949, castigos por actos de indisciplina, especialmente en los primeros años del Boys y la selección nacional (entre fines de los 40 e inicios de los 50). Se contaba, incluso, que alguna vez prendió con un cigarrillo un billete de dólar de alta denominación, y hasta que desperdició un contrato con Real Madrid, nada menos.
Pero su brillo en el equipo rosado fue para la eternidad. Allí fue goleador del torneo local e hizo giras a varios países entre ellos Colombia, que empezó a contratar a grandes figuras para sus equipos profesionales. Los del Boys superaron 1 a 0 a Millonarios en el mismo Bogotá, un club de reciente creación (1946), el cual además había logrado incorporar en sus filas a varios seleccionados argentinos, entonces los mejores de Sudamérica (allí estaba, entre otros, Di Stéfano).
El “Tanque de Casma” y su compadre Barbadillo se crecieron ante las estrellas gauchas, y entre los dos armaron el gol del triunfo. El hombre con el martillo en la cabeza sedujo a la afición caleña, y así ya a finales de los años 40 fue contratado por el Deportivo Cali, la “Amenaza Verde”. En esas canchas calientes del Valle del Cauca fue admirado y considerado durante varias temporadas uno de los mejores jugadores del fútbol colombiano.
Al Deportivo Cali se fue con su compadre, ‘Willy’ Barbadillo y con ‘Vides’ Mosquera. El Estadio Pascual Guerrero supo de sus hazañas en las alturas, con sus furibundos goles de cabeza. Y allí la gente lo saludaba con pañuelos blancos al viento. Valeriano López movía masas. Eran tiempos en que la vida le sonreía, y por esas épocas de inicios de los años 50 es que habría venido la propuesta de un representante del Real Madrid.
Cuenta la leyenda que los papeles estaban a solo firma del goleador. Estuvo a pocos centímetros de la gloria. Pero Valeriano, que había prometido firmar, no lo hizo. Nunca apareció cuando lo esperaban. Los del Real Madrid buscarían luego a otro joven talentoso, pero disciplinado: Alfredo Di Stéfano, quien empezó a jugar en el club madrileño en 1953.
De regreso a casa
Valeriano volvió a la selección nacional a sacarse el clavo de sus primeros años revoltosos. Fue madurando en el Sport Boys donde campeonó en 1951. Estaba para más cosas aún, y así terminó de madurar en el fútbol argentino: jugó para el club Huracán y en cada choque con River Plate probaba la calidad del arquero Amadeo Carrizo. Era un duelo a muerte.
Su experiencia argentina lo consolidó, y de regreso al Perú siguió el consejo de su compadre Barbadillo y se incorporó en 1955 al Alianza Lima. Brilló allí también con Cornelio Heredia, dio gusto verlo anotar goles, pero poco a poco su luz se fue apagando. Llegó incluso a jugar el Sudamericano de 1957, pero ya cansado. Concluyó su carrera en un pequeño club del Rímac, el Mariscal Castilla.
Se fue del fútbol quizás apenado, pero con la frente en alto. Un solo dato, entre muchos, lo podía hacer sentir que todo valió la pena: tuvo el récord, junto con Lolo Fernández, de haber marcado cinco goles por la bicolor en un solo partido.
En 1962, colgó los chimpunes el mejor cabeceador peruano que haya visto el siglo XX. Más allá de sus flaquezas y escándalos, Valeriano López fue un jugador que valía su peso en oro. Su último gol fue en el arco de Universitario. Y sí, fue un soberbio cabezazo.