MALDITO TELÉFONO
El TELEFONITO NO ES UNA NECESIDAD
Hay cosas que una chica no debería hacer jamás. Sin querer generalizar, se trata de cosas que yo misma ya no tendría que volver a hacer. Hay una en especial que ha espantado no a muchos, pero sí a algunos chicos con los que he salido.
Este comportamiento, como todo, ha variado con la edad, la experiencia y la forma de vivir, pero parece que nada es suficiente y vuelvo a cometer el mismo error a los 33 años igual que en la época que daban Carmín. Se trata del teléfono. Maldito aparato. Útil para casi todo, menos para mí en determinadas circunstancias.El comienzo de mis conflictos telefónicos fue inocente. Para los primeros chicos que me gustaron, existían las típicas llamadas de esperar que alguien te contestara y colgar. Este es un clásico para una chica tímida como yo. No existían los celulares y los teléfonos de todos los mortales aparecían en las páginas blancas. Así que podías llamar al chico del colegio o a cualquiera que te gustara si sabías su apellido, pero no siempre ligaba porque las mamás o los hermanos malograban el plan al contestar ellos. En cambio si era él el que atendía, los largos silencios en los que podía escuchar su voz y soñar que, de una manera mágica y absurda, te reconociera al otro lado de la línea (no se me ocurre cómo), te hablara (tampoco se me ocurre cómo) y que el amor sea mutuo (ni hablar). Esto nunca funcionó, obvio.
Cuando estuve con mi primer novio esperaba su llamada de todos días, pero para mi mala suerte el único teléfono que teníamos estaba en la habitación de mis padres, donde también estaba el único televisor de la casa (con su respectivo Betamax) y no podía hablar ni ser ridículamente yo misma, ni nada por el estilo, frente a ellos o mi hermano, especialmente a pocos metros de mi papá, al que no le hacía ninguna gracia que tuviera enamorado a los 12 años. Solo me quedaba colgar sin decir “yo también” y esperar que al día siguiente todos hubieran salido en el momento del “ring” ansiado.
Años después vinieron esas largas conversaciones telefónicas que siempre resultaban en pleitos con mi papá y mi mamá cuando llegaba la cuenta. Mi sueño era tener un teléfono en mi cuarto, en serio lo soñaba. Hasta me lo imaginaba transparente con los cables de colores a la vista. Llegué a tener dos novios por teléfono jugando a llamar y si era un chico el que contestaba, comenzarle a hablar. Yo tenía como 14 y contaditos los permisos para salir, así que las dos relaciones fueron casi todas por vía telefónica. Recuerdo a un chico en especial. Era mayor que yo, ya estaba en la universidad, razón demás por la cual no me dejaban verlo. En realidad, ahora pienso que esto puede ser la madre del cordero, la razón de esta fijación por los teléfonos.
Luego llegó la tecnología. Los celulares, los identificadores de llamadas, los mensajes de texto… es decir, se terminó el anonimato. Ahora ya no es tan fácil pasar desapercibida o hacerse la loca. Tu número queda registrado, las veces que llamaste y los mensajes que dejaste o no; o también el popular “¿Dónde estás?” a las cuatro de la mañana. Esconderse de una novia celosa tampoco es tan fácil ahora. Y bueno, con la tecnología de los noventa también llegó el grunge, las juergas, la universidad, los viajes y, por supuesto, el alcohol.
Dice mi amiga Ale que se llama el síndrome DWI (Dial when intoxicated, algo así como el síndrome de llamar borracho) en Estados Unidos. Es difícil de explicar y a mi psiquiatra le fue difícil de entender. A veces cuando he tomado más de una copa y por lo general llego a mi casa y me encuentro sola, marco ciertos números telefónicos. Gracias a dios que vivo ahora en Lima y no en España, porque una vez llegué a pagar una cuenta de 400 euros en llamadas a Perú. Y por supuesto, no llamo a mis amigos, lo que sería lo más razonable, llamo al novio en cuestión. Y si no es novio, es la persona de quien estuviese enamorada, sin importar que me hubiese dejado, o que yo no le importe un pepino, o que estemos en algo.
He tenido estrategias como esconder el teléfono de mí misma o pegar en las teclas cinta Scotch, pero nada ha dado resultado. Este es mi peor error, mi talón de Aquiles y a los chicos que me han tenido que soportar al otro lado de la línea no sé que decirles: “Perdón por despertarlos”, podría ser. Quizás solo me sentía sola o los extrañaba o solo necesitaba hablar con alguien. Solo hay una cosa buena: nunca recuerdo qué dije. Mi memoria alcohólica es un desastre. Sino la vergüenza sería insoportable y hace años que hubiera dejado de tener celular.
Ahora tengo un teléfono de esos modernos que no termino de entender, pero ya lo estrené con el DWI. Estoy en pleno proceso de cura de mi adicción; me gustaría que hubiese alguien a quien le pasara lo mismo o algo parecido. Sería lo máximo no encasillarme sola en uno de los 10 tipos de novia para evitar: la que llama de madrugada cuando está borracha. Porque ya saben, estoy buscando un novio.